7-1: Alemania hace llorar a Brasil
9 de julio de 2014Aún no había transcurrido media hora del partido y los aficionados brasileños, en el estadio y ante las pantallas de televisión, no pudieron contener más las lagrimas. El llanto fue la única reacción colectiva con un efecto positivo: el desahogo a la frustración producida por la eficiencia alemana.
Para la selección de Brasil la semifinal del Mundial 2014 duró exactamente 10 minutos. Hasta ese momento el anfitrión se paró como un rival en igualdad de condiciones, e incluso alcanzó a amenazar con una par de acciones ofensivas a su oponente. Pero Alemania no tardó en apelar al recurso que más útil le ha sido en este torneo: la paciencia.
Los alemanes no se dejaron asustar, y tampoco afectar por la presión de un público que desde el primer momento que pisaron la cancha, incluso solo para hacer los calentamientos, los abucheó sin cesar. A partir del minuto 11, los dirigidos por el entrenador Joachim Löw se apoderaron del balón y le sacaron provecho sin perder de vista su objetivo, llegar a la final del Mundial 2014, pues como declaró el capitán de la selección, Philipp Lahm, “ya hemos jugado suficientes veces por el tercer lugar”.
La importancia de llamarse Sami
Contra Brasil, Alemania ofreció el mejor ejemplo de “flexibilidad” de la que tanto habla Joachim Löw. En esta oportunidad el peso del partido no lo llevó Philipp Lahm, quien en la fase de grupos fue la figura clave de su equipo, así como tampoco Toni Kroos, el dueño de los ritmos, o Mesut Özil, el responsable de las genialidades.
En el estadio Mineirao de Belo Horizonte todo el partido pasó por los pies de Sami Khedira. El campeón de la Champions League con el Real Madrid, que estuvo a poco de perderse el Mundial por haber llegado al inicio del torneo sin ritmo de competencia por culpa de una lesión, se convirtió en el eje de Alemania, en el receptor de cada pase, y el encargado de distribuir el balón.
La importancia de Khedira
No hubo combinación en la que Khedira no participara. Löw confió en él antes del Mundial, lo trajo a Brasil pese a su déficit físico, lo esperó hasta que estuvo a punto, y en el partido más importante del Mundial le entregó el timón del equipo. Los brasileños estaban preparados para marcar a Bastian Schweinsteiger, cerrarle la salida a Lahm, frenar a Toni Kroos, y robarle los espacios a Özil.
Pero con Sami Khedira no contaron. Y esa falencia le costó caro al equipo del entrenador Felipe Scolari. Cada balón que recuperó el mediocampista alemán encontró el camino a un compañero, y fue el inicio de un ataque. Siete de ellos terminaron en la red de los anfitriones del Mundial desencadenando el llanto del público local.
El mejorado 2010
A los alemanes, y en especial a su entrenador Joachim Löw, les tocó durante varios días enfrentar la crítica que en este 2014 extrañaba los progresos que la selección nacional había hecho en los últimos años. Los más comprensivos explicaron la actitud del equipo como un gesto de madurez.
Lo cierto es que hasta ahora, en Brasil, los alemanes venían jugado de una forma pragmática, con el resultado como prioridad, reservando energías, administrando los partidos, y ofreciendo lo justo, lo necesario, para mantenerse en la competencia y avanzar en ella.
La soñada final
En la semifinal, en el partido que debía abrirle la puerta a la posibilidad de conseguir la cuarta estrella, Alemania sacó a relucir lo mejor de sus dos rostros. El del espectáculo que protagonizó en el Mundial del 2010 en Sudáfrica, el equipo ágil, dinámico, agresivo, maestro en el desdoblamiento ofensivo, dueño de los espacios y de los tiempos, implacable ante el arco rival, vistoso y letal. Pero el público en Belo Horizonte fue también testigo de un grupo que a lo largo de 90 no perdió la calma, hizo valer su experiencia, el recorrido que ha hecho durante tantos años juntos, y controló a su oponente a su antojo.
Los alemanes están ya en la final del Mundial 2014, y el país puede soñar con el título, no solo por lo categórico de victoria sobre Brasil, sino -aún más importante-, porque la selección demostró tener hambre de triunfo, de no querer darse satisfecha con un excelente partido. Su meta es la Copa del Mundo, y desde el Mundial del 2002 no la tenían tan cerca.