Por un abeto del Cáucaso justo
17 de noviembre de 2015
La historia de Navidad de Marianne Bols comienza en Georgia. En 1989, la danesa, entonces de 21 años de edad, visitó junto con su marido y su suegro unas plantaciones de árboles de Navidad, en la pequeña ciudad de Ambrolauri, a los pies de las montañas del Cáucaso. Su misión: exportar semillas de Georgia, patria del abeto navideño, a Dinamarca.
En 2007, casi dos décadas después de su primer viaje a Georgia, Bols fundó la organización Fair Trees (en español, Árboles Justos). Fue su forma de contribuir a una región que no había cambiado mucho desde 1989 y que es aún muy pobre. "Los recolectores de piñas siguen arriesgando sus vidas, saltando de árbol en árbol", explica Bols. Trepan por las delgadas ramas hasta alcanzar los conos de los pinos. Aquí están las semillas que algún día se convertirán en árboles de Navidad. Los recolectores arriesgan sus vidas y es fácil que sufran contusiones y fracturas. Teniendo en cuenta que las copas pueden alcanzar hasta 40 metros de altura, es improbable sobrevivir a una caída.
Incentivos para los recolectores
Las piñas contienen las semillas con las que posteriormente se cultivan los abetos de Navidad en Alemania. Los trabajadores georgianos ganan entre 20 y 80 céntimos por kilogramo de semilla, mientras que un abeto adulto del Cáucaso, o abeto de Nordmann, se vende por algo más de 40 euros. Por ello, Fair Trees intenta incentivar a sus trabajadores de diferentes maneras. Por un lado, la organización compra equipamiento de escalada para su grupo, que consta de 10 recolectores de piñas, a los que se les instruye en su uso.
Por otro lado, por cada abeto vendido, se destinan 0,675 euros a un fondo para la región de Ambrolauri. Hasta ahora, este dinero se ha utilizado para financiar seis becas de estudio, establecer una clínica dental móvil y comprar colchonetas de lucha libre para las escuelas, "el deporte nacional de Georgia", dice Bols.
"La gente no quiere utilizar los equipos de seguridad"
Otros productores de semillas también dan prioridad a condiciones de trabajo más seguras. La empresa danesa Levinsen y Abies, una de las mayores exportadoras en el mercado europeo, también protege a sus trabajadores con cuerdas y equipos de seguridad. La empresa organiza desde hace años cursos de formación para los recolectores, según explica su gerente, Børge Klemmensen. Pero la ayuda exterior no siempre es bien acogida en los bosques de abetos de Georgia.
"Al principio, la gente era reacia a utilizar los equipos de seguridad", cuenta Klemmensen. Los trabajadores estaban acostumbrados a trepar con sus propias manos, sin arneses, y saltar de un árbol a otro. Cuando terminan con uno, lo balancean y pasan al siguiente.
Las cosas cambiaron cuando los proveedores de semillas enviaron escaladores daneses al bosque y un alpinista georgiano como traductor. "Los recolectores que empleamos todos los años aceptaron completamente el sistema de seguridad", dice Klemmensen. Si ahora pilla a un recolector saltando sin seguridad de un árbol a otro "es inmediatamente despedido", subraya. Para ello, en septiembre, durante la temporada de cosecha, el gerente viaja tres semanas a Georgia para supervisar en persona el trabajo de todos los departamentos.
El harakiri según los mayoristas
Recoger piñas es el negocio tradicional de los agricultores, explica Klemmensen. Por ello, todavía hay una gran cantidad de "recolectores ilegales" que trabajan sin equipos de seguridad o sin contratos de empleo. Estos recolectores irregulares venden sus productos mucho más baratos a los mayoristas que las empresas organizadas y seguras. Para los viveros y productores de abetos de Navidad, el resultado solo es visible años más tarde, cuando la joven planta o el árbol no crece como debería.
El mayorista bávaro Markus Schauer lo llama el harakiri. A fin de cuentas es el propio comerciante el último responsable de su producto. "No podemos esperar y rezar para que los árboles salgan bonitos", dice Schauer. Y añade que, por ello, "el etiquetado de semillas y árboles es crucial para la industria". El proceso se inicia con la semilla y acaba con el control de los árboles en la plantación.
La calidad es una cosa, pero es el precio el que finalmente determina si un árbol se vende. El cliente alemán suele “comparar los precios antes de comprar", dice Schauer. De acuerdo con el comerciante, con un precio superior a los 30 euros según el tamaño, los árboles de Fair Trees, que también están certificados como ecológicos, no son más caros que los de sus competidores. Aunque Fair Trees es aún una organización muy joven, el año pasado vendió 95.000 árboles en el mercado alemán. Hasta la fecha, Fair Trees importa una tonelada de semillas al año a Alemania, lo que supone alrededor de un 5% del total del mercado.
Árboles de Navidad de comercio justo y ecológicos
Según la Asociación Alemana de Productores de Árboles Navideños, cada año se venden entre 23 y 24 millones de árboles en Alemania, de los cuales alrededor de un 75% son abetos del Cáucaso. Una gran parte de las semillas provienen de Georgia, de donde es natural el abeto de Nordmann. La seguridad del origen es vital para los comerciantes alemanes y daneses, ya que las semillas de la región donde están situadas la pequeña ciudad de Ambrolauri y la localidad de Tlugi son consideradas las mejores del mundo.
Asimismo, además de los trabajadores georgianos, el medio ambiente también tiene que verse beneficiado por el trabajo realizado por Fair Trees. Para ello, las semillas de la organización se consideran "ecológicas" desde 2010. Desde ese mismo año, la plantación de abetos de Navidad de Bols en Jütland, Dinamarca, también se ha adaptado a la producción ecológica.
Todos los productores de árboles navideños que cooperan con la organización se comprometen a plantar un árbol joven por cada ejemplar vendido y cultivado con las semillas de Fair Trees. De esta manera, se debe facilitar la transición de árboles convencionales a árboles de comercio justo. De promedio, un árbol tarda diez años en crecer antes de aterrizar como adorno en los hogares por Navidad.