El 11-S y la lección que debemos aprender de Afganistán
10 de septiembre de 2020Donald Trump ha prometido a sus compatriotas acabar con la "guerra eterna" de Estados Unidos. De las actuales misiones, la más larga y cara es la de Afganistán. En diciembre de 2020 cumplirá 19 años, a lo largo de los cuales más de 2.000 soldados estadounidenses han perdido la vida. Además ha costado cientos de miles de millones de dólares de los contribuyentes. Aparte de una pequeña presencia residual, Trump quiere salir de Afganistán. Cada vez retira más soldados sin previo acuerdo con la OTAN y promueve como contrapartida acuerdos de paz internos con los antiguos adversarios, los talibanes. A Trump le parece secundario si estas negociaciones tienen éxito y qué papel jugarán en el futuro los talibanes y su ideología islamista.
El objetivo original de la misión era eliminar a los talibanes, que entonces gobernaban Afganistán y fueron los supuestos causantes de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Alemania enseguida se alió a la causa. Peter Struck, del partido socialdemócrata SPD, entonces ministro de Defensa, pareció anunciar en 2002 una nueva forma de doctrina militar alemana: "La seguridad de Alemania también se defiende en las montañas del Hindú Kush". Pero la misión militar pareció realmente consagrada cuando Occidente anunció su ambición de instaurar una democracia en Afganistán. Eso es algo que precisamente en Alemania se vendió muy bien a la opinión pública, crítica con las misiones militares.
Desilusionador balance
Ya en 2011, en el décimo aniversario de la misión, Harald Kujat, entonces inspector general de la Bundeswehr, el Ejército alemán, dijo en una entrevista que Alemania había querido sobre todo "mostrar solidaridad hacia los Estados Unidos". "Pero si el objetivo era estabilizar un país y una región, se puede decir que la misión ha fracasado". Hasta el día de hoy, nada ha cambiado en esta última apreciación de Kujat.
En cuanto a la evolución política de Afganistán, Fritz Felgentreu, experto en Defensa del Partido Socialdemócrata (SPD) dijo de forma lapidaria, a finales de agosto de 2020, que el país "no se ha convertido en un Estado de derecho". Sobre las informaciones de un oficial de la Bundeswehr acerca de la misión en Afganistán, Felgentreu señaló que "no es ninguna novedad que la corrupción y las violaciones de los derechos humanos están extendidas en Afganistán, también por parte del Gobierno". Hasta ahora, nadie relevante le ha llevado la contraria. De momento, parece conjurada la amenaza de terrorismo mundial con la que en 2001 se asociaba a Afganistán. Pero han fracasado los objetivos de estabilización y democratización, unos objetivos que, de facto, se han abandonado con la lenta retirada de las tropas occidentales.
Resistir la tentación
También la Bundeswehr ha pagado un precio elevado por esta misión: casi 60 soldados muertos y costos que oscilan, según cifras oficiales, entre los 12 y los 16 mil millones de euros, dependiendo de si se tienen en cuenta gastos exclusivamente militares. La lección que debemos aprender de Afganistán es una muy básica: fue demasiado ambicioso querer instaurar una democracia al estilo occidental. Y esta lección va más allá de Afganistán. En 2003, dos años después de la intervención en Afganistán, George W. Bush se vio sumido en una misión en Irak, no solo militar, sino también democrática, con las ya conocidas consecuencias.
Afortunadamente, Alemania no formó parte de ella. En la búsqueda de una estrategia hacia Siria suele plantearse una y otra vez una posible intervención que ponga fin a la guerra civil e instaure una democracia en el país. Y, en ocasiones, también se escuchan ese tipo de propuestas para Libia. En esos casos, existe la enorme tentación de anteponer la exportación de los valores morales de Occidente al realismo. Pero si hay algo que podemos aprender de Afganistán es el sentido de la realidad.
(ms/cp)
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