Arte y cultura en tiempos de guerra
5 de agosto de 2014Con el radicalismo de Sayed Kashua han reaccionado muy pocos escritores en el Cercano Oriente: hace unas dos semanas, el autor árabe-israelí y columnista del diario Haaretz abandonó su tierra natal para pasar algún tiempo en Estados Unidos. Pero la experiencia concebida originalmente como un viaje de ida y vuelta se transformó con el pasar de los días en un proyecto de exilio. El catalizador de esa decisión: la guerra sin fin entre israelíes y palestinos, cuyo último episodio comenzó el pasado 8 de julio.
Del campo de batalla al exilio
Kashua pasó 25 años escribiendo “con la esperanza de que una coexistencia se revelara posible” y terminó por renunciar a ese sueño. “Cuando oí a jóvenes israelíes clamando por la muerte de los árabes, solamente por ser árabes, me di cuenta de que había perdido mi pequeña batalla”, comentaba la pluma de 39 años recientemente. Otros intelectuales recurren a otras estrategias para tolerar la guerra a su alreredor. El escritor Assaf Gavron dice separar su trabajo de su vida cotidiana para no sucumbir al duelo, al miedo o a la frustración.
La directora de cine Shira Geffen, conocida por su película Jellyfish, prefiere subir al escenario y pedir un alto al fuego, aún cuando sus palabras vayan contracorriente y cosechen abucheos. También Mohammed Dajani, exprofesor en la Universidad Al-Quds, ubicada en el este de Jerusalén, vivió en carne propia la dureza con que la sociedad israelí trata a quienes no comparten las opiniones dominantes o los discursos políticos que atizan el conflicto en lugar de atenuarlo. Dajani fue tratado como un traidor y terminó abandonando su puesto de trabajo.
“Tenemos que hablarnos los unos a los otros”
¿Qué hizo Dajani? En su tiempo libre, el catedrático participó en un proyecto científico con miras a propiciar el entendimiento entre ambos pueblos, o por lo menos entre algunos sectores de ambas poblaciones. El programa en cuestión incluía un viaje para jóvenes palestinos a los restos del campo de concentración de Auschwitz. “Tenemos que hablarnos los unos a los otros”. Con esas palabras justifica Dajani las acciones que, virtualmente, le costaron su cargo en la casa de estudios superiores Al-Quds.
Por otro lado están aquellos pensadores y artistas que pertenecen a la sociedad israelí, pero observan los acontecimientos desde la distancia, influenciados por sus respectivas biografías. Ese es el caso de la escritora alemana Sarah Stricker, quien vive en Tel Aviv desde hace cinco años. Ella dice estar sumergida en un caos de sentimientos encontrados. Por una parte le duele que su familia y sus amigos se preocupen tanto por su bienestar, “cuando, en realidad, aquí la vida normal siempre continúa”.
Sentimientos encontrados
Contradictoriamente, a Stricker también la embarga la impresión de que no puede seguir llevando una “vida normal”. “Cada mañana, cuando me siento a escribir y creo haber sido besada por la musa, suena una sirena. Y cuando no suena la sirena, uno no puede concentrarse porque cuenta con que sonará en cualquier momento”, cuenta la autora de Fünf Kopeken. A esas sensaciones se suman la rabia –hasta consigo misma– por no ejercer suficiente presión para que los líderes israelíes y palestinos detengan su perpetua lucha.
Y de nuevo afloran las contradicciones: Stricker sostiene que lo único que le imprime orden a su vida es el acto de escribir y, también, que el tópico de la guerra no deja de infiltrarse en las novelas que escribe. “Así como se inmiscuye la guerra en todas las historias, en todas las conversaciones…”, dice la escritora de 33 años.