Ayotzinapa, el asesinato de un testigo clave
7 de agosto de 2020Pablo Morrugares es el séptimo periodista asesinado en México este año. Su trabajo se focalizaba en cubrir noticias de la presencia de grupos criminales en la región. En 2015 comenzó a ser amenazado, por lo que el gobierno federal lo incorporó al Mecanismo de Protección de Defensores de Derechos Humanos y Periodistas. Eso no impidió que en 2016 sufriera un atentado junto con su esposa y hubiera tenido que abandonar la ciudad temporalmente. Regresó bajo protección, pero no fue suficiente. A él y a su escolta les dispararon 55 veces.
Cuando escuché la noticia me quedé en shock por varios minutos. Debo confesar que quise dudar que fuera él y llamé a una persona que lo conocía para confirmar. En ese momento mi mente regresó a una estancia blanca ubicada en algún lugar de Iguala en noviembre de 2014. Eran los primeros días de mi investigación sobre el caso de los 43 normalistas de la escuela normal rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa y desde que llegué a Iguala varias personas me habían sugerido hablar con Pablo Morrugares porque él había estado haciendo su trabajo de periodista en las calles de la ciudad el 26 y 27 de septiembre cuando ocurrió el ataque y desaparición.
Finalmente se dio la cita en aquella estancia blanca. Llegó amable y cordial, pero con reservas, no nos conocíamos y él sabía que lo que había visto y registrado esa noche era peligroso. Lo que me reveló fue muy importante en la investigación. Como el propio Pablo hizo público él vivía cerca de la calle Juan N Álvarez donde ocurrió el ataque contra tres de los cinco autobuses en los que viajaban los normalistas de Ayotzinapa. De esa calle desaparecieron al menos 20 estudiantes.
Pero también fue ahí en la calle Juan N Álvarez donde a la medianoche del 26 de septiembre ocurrió el último ataque armado contra los estudiantes y cayeron heridos sobre la calle Daniel Solís de 18 años, y Julio César Ramírez de 23. En esa misma vía, cerca de la una de la mañana, el Capitán José Martínez Crespo del 27 Batallón de infantería llegó al hospital Cristina donde se refugiaban normalistas sobrevivientes de la masacre y pedían auxilio médico. Ahí el militar fotografió, registró y amenazó a los normalistas en vez de darles protección y ayuda.
Los militares mataron, y mintieron
El gobierno del entonces presidente Enrique Peña Nieto había dicho que el contacto de los militares con los estudiantes en el hospital había sido el primero y último durante esa noche. Y que les habían dado ayuda. Mintió, como varios meses después descubrió la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y tribunales en México. Yo pude saber antes que mentía, y lo confirmé, gracias a Pablo Morrugares.
Como ya lo he reiterado, la primera persona que me habló del Capitán Martínez Crespo y que estaba activo en las horas de los ataques fue el juez de barandilla Ulises Bernabé García, a quien una Corte de Arizona le dio asilo político a principios de este año. Pero fue Morrugares quien me lo confirmó, y me reveló la actitud cruel y criminal de los militares contra los estudiantes. Pablo no lo dijo, pero lo que él me describió y me mostró en imágenes era que claramente el Ejército esa noche había salido a desaparecer o a matar estudiantes.
Luego del ataque de la medianoche en Juan N Alvarez, Pablo se encontraba en la esquina donde se estaba un pequeño supermercado. Había escuchado toda la balacera y había presenciado junto con otras personas la cacería de personas vestidas de civil con apariencia militar en contra de los estudiantes. Desde ahí vio directamente como dos vehículos militares se pararon en la esquina de Juan N ALvarez y Periférico, descendieron hombres uniformados y en vez de dar auxilio a Daniel y a Julio César les apuntaron con el rifle que portaban y los patearon para confirmar que estuvieran muertos. Después volvieron a abordar sus unidades y pusieron los vehículos en marcha.
Al narrarme eso Pablo estaba verdaderamente conmovido. Me mostraría después las fotografías y videos que había tomado. Un archivo valiosísimo para poder desentrañar la verdad de lo que sucedió en Iguala. Nos volveríamos a ver meses después. Yo había obtenido documentos militares, y quería volver a ver las imágenes que me había mostrado y las horas registradas en el archivo de "propiedades” de las fotos para contrastar la información. Minuciosamente el periodista me repitió su testimonio.
"La Verdadera Noche de Iguala”
Gracias a Pablo Morrugares pude hacer la reconstrucción de uno de los momentos más simbólicos, cruentos, y que incriminan sin lugar a dudas al Ejército en los hechos ocurridos esa noche en Iguala. A continuación transcribo los primeros párrafos del capítulo "Noche de Perros”, del libro de mi autoría La Verdadera Noche de Iguala. La historia que el gobierno trató de ocultar:
Transcurren los primeros minutos del 27 de septiembre de 2014. En la calle Juan N Alvarez Acaba de ocurrir el tercer ataque contra los normalistas; en las calles aledañas, hombres vestidos de civil con aspecto militar descienden de camionetas SUV oscuras para perseguir estudiantes. En ese momento desaparece Julio César Mondragón, a quien encontrarán horas después con el rostro desollado.
De pronto, en esa esquina se presenta un escuadrón del 27 Batallón de Infantería integrado por 14 elementos que llevan chaleco antibalas, cascos, rifles de asalto G3: viajan en dos vehículos Cheyenne de la Sedena. Comandan al grupo el capitán segundo de Infantería José Martínez Crespo, y, en segundo rango, el subteniente de infantería Fabián Alejandro Pirita Ochoa. Al menos, uno de los vehículos lleva en el techo una metralleta bajo el control de un soldado…
El escuadrón se detiene donde yacen mojados e indefensos los normalistas Daniel Solís y Julio César Ramírez; en el lugar no hay ninguna otra autoridad y los militares actúan a sus anchas, asumen que no hay testigos. Tres elementos bajan del vehículo; uno de ellos dirige su G3 hacia los dos jóvenes y a los otros dos los patean con fuerza. No les ofrecen auxilio, no llaman a una ambulancia o al Ministerio Público. No hay conmiseración, ni siquiera se inmutan ante el horror que se observa alrededor... Enseguida los vehículos militares se marchan cobijados por la oscuridad…
Gracias a la importancia del testimonio de Pablo me avoque a buscar los documentos que pudieran corroborarlo. Con los archivos oficiales que obtuve pude corroborar las horas exactas en que el pelotón del capitán Martínez Crespo pasó por esa esquina, eran las mismas que habían quedado registradas en fotos y videos de Pablo Morruganes.
Hoy hablo de esto porque es primordial y urgente que el gobierno de México de Andrés Manuel López Obrador proteja la vida de la familia de Morruganes. Es su obligación no dejarlos solos. E independientemente de las diversas líneas de investigación que puedan seguirse respecto a su infame homicidio se debe tomar como una línea de investigación y posible móvil de su homicidio la información que él tenía de lo ocurrido en Iguala, los hechos de los que fue testigo y el importante archivo fotográfico y video.
El asesinato de Pablo Morrugares ocurre en el contexto de una esta etapa crucial en el caso Ayotzinapa y los hallazgos que está encontrado la llamada Comisión de la Verdad.
Gracias Pablo por tu puntualidad, por la certeza de tu información. Porque gracias a esto ayudaste a clarificar una de las escenas más crueles de esa noche. Tu no lo sabías, yo lo descubrí después con la autopsia de Daniel Solís y Julio César Ramírez que cuando viste con tus propios ojos como esos militares les apuntaron con el arma y los patearon heridos en el suelo, al menos uno de ellos muy probablemente aún tenía un aliento de vida. Eso implicaría que se podría responsabilizar directamente a ese pelotón del Capitán José Martínez Crespo, al menos de ese homicidio.
Una nota especial: Javier Herrera Valles urge protección del Estado
En México hay otro testigo clave de otra parte oscura de la historia contemporánea a quien el gobierno debe dar protección y garantías. Se trata del ex comisario Javier Herrera Valles, quien en el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa fue el único mando en la Secretaría de Seguridad Pública que alzó la voz y a tiempo advirtió de todas las irregularidades cometidas por Genaro García Luna y su grupo de narco-policías.
Herrera Valles arriesgó su vida, fue víctima de represalias e incluso le inventaron cargos para encarcelarlo. Al final el tiempo le dio la razón: García Luna está preso en Estados Unidos. Herrera Valles ha sido convocado a declarar en la Fiscalía General de la República en el caso García Luna. Si lo que reveló incomoda a las estructuras de la propia Fiscalía o a García Luna, la culpa no es del testigo, como en el caso de Pablo Morrugares, sino de quienes cometieron los abusos y crímenes.
El presidente López Obrador debe garantizar la integridad de Herrera Valles y la de su familia. Su bienestar es crucial en la credibilidad del nuevo gobierno de si realmente en México llegó la hora de dejar a un lado la simulación y finalmente hacer justicia.
(jov)