Brexit: el pasado vence al presente
27 de junio de 2016El cricket lo aclara todo: quien inventa un juego tan raro como ese, funciona de otra forma. Pero ¿cómo? ¿Por qué los británicos ya no quieren ser europeos? Está bien, ellos nunca estuvieron totalmente dentro de la Unión Europea (UE), pero ahora están totalmente fuera. Eso fue y es insensato, para Europa, y para los británicos.
Viejo vence a joven
Los responsables del brexit fueron los mayores de 50. Ellos marcaron la tendencia dominante. La vieja Gran Bretaña: una mezcla de restos de ínfulas de superpotencia e identidad isleña. Su deseo de representar la otredad. Eso tiene algo de museable. Económicamente, el Reino Unido padece tisis desde 1945. La antigua locomotora industrial de Europa apenas produce.
E igualmente en materia de política exterior el antiguo poderío es cosa del pasado. Los más viejos lo saben, pero llegaron a la conclusión de que quieren volver a ser fuertes solos. Es la proyección de un deseo. Los más jóvenes funcionan diferente. Al menos los algo mejor educados se sienten en casa en el mundo. Ahora tendrán que arar con los bueyes que sus padres y abuelos les han dejado.
Bomba de tiempo
¿Estuvo alguna vez la sociedad británica más polarizada que ahora? No solo el entendimiento entre generaciones se ha dañado, sino que también crece la desconfianza entre la ciudad y el campo. Londres se siente más cerca de Europa que de sus propios compatriotas del norte, que le han dado mayoritariamente la espalda a la UE. Y aún más dramático es el disenso en la pregunta sobre la pertenencia a la UE entre las diferentes regiones que hacen parte del Reino Unido: Escocia e Irlanda del Norte no quieren ni pensar en decirle adiós a la UE. ¿Hubo alguna vez, en la historia reciente de Gran Bretaña, mayor concentración de dinamita política y social? Una mayoría de dos tercios habría tenido legitimidad política. Pero no la hubo. ¿Por qué?
Boris Johnson habría sido evitable con semejante regla. Pues el líder de la campaña contra Bruselas es un desenfrenado payaso de relaciones públicas. Como conservador de élite, su jugada en el bando inconforme caló en los electores. Nadie es más popular que él en el reino isleño. A nadie le importa que cada una de sus apariciones sea una pose. El antiguo alcalde de Londres, con su peinado tipo “me acabo de levantar” –que también es una pose− es un maestro de la autoescenificación.
Cuando pedalea en bicicleta por la City de Londres se trata, en primer lugar, de una cita con la prensa amarilla y en ningún caso de una muestra de su conciencia ecológica o su humildad. La prensa tiene –con perdón− buenas fotos y él, los titulares. Probablemente, ni siquiera sea verdaderamente partidario del brexit. Pero ha visto la posibilidad de vincular su próximo ascenso político con la fatídica pregunta sobre el destino de la nación británica. Así, se convirtió en uno de los muchos seductores de sus compatriotas más sencillos. Ahora ya tiene lo que quería. Pero, ¿quería también todas las consecuencias? Hasta ahora no ha dado muestras de celebración. Qué traición: ¿le temen ahora a la tormenta aquellos que solo querían mover un poco el viento en contra?
Entre el corazón y la cabeza
El referendo ha sido también un ejemplo de la débil fuerza de la razón cuando se tocan los sentimientos. No fue la lucha contra la burocracia de Bruselas –una crítica tan vieja como la UE misma−, sino la libre circulación de trabajadores, la que marcó el resultado. Más allá de que Birmingham mantiene un mayor aparato burocrático que Bruselas, resulta incomprensible que los poco más de 100.000 polacos, lituanos o húngaros que inmigraron el año pasado hayan asustado tanto a los británicos, como para cerrar de golpe la puerta a Europa. Sobre todo cuando la libre circulación de trabajadores en la UE ha beneficiado a los trabajadores británicos que pagan impuestos, seguros de salud y retiro. Pero eso no jugó rol alguno en la votación.
Los euroescépticos ganaron porque movilizaron a los más temerosos. Lo que quiere decir, sobre todo, que los más jóvenes se quedaron dormidos. Y los escoceses pensando que tan mal no podía resultar.
Ahora habrá que ver si el virus se extiende: la gran disposición a subvalorar lo que realmente significa Europa es también un fenómeno en otros países de la UE. Especialmente los nuevos miembros del este de Europa, que hace muy poco tiempo imploraban de rodillas ante Bruselas para guarecerse bajo la sombrilla de la Unión, se quejan ahora –muy a tono con el espíritu de los tiempos− de la pérdida de derechos nacionales. Pero ninguno quiere renunciar a los fondos de fomento y subvenciones. Así las cosas: el sentimiento tan embriagador como confuso de “volver a ser el dueño de casa”, que tanto inspira a partes de la sociedad británica, es un peligroso autoengaño.