Cañones de nieve contra el cambio climático
22 de noviembre de 2011Para muchas regiones alpinas, el turismo –especialmente el relacionado con los deportes de invierno- constituye un pilar económico fundamental. La población austriaca de Sölden, por ejemplo, está orientada de forma casi exclusiva al turismo relacionado con el esquí. La otrora aldea de montaña tirolesa, de tan sólo 4.100 habitantes, dispone de 15.000 plazas hoteleras. Con dos millones de pernoctaciones por año, se sitúa como tercer mayor zona turística del país.
Para poder albergar al creciente número de esquiadores, se destinaron 38 millones de euros a construir la mayor instalación de su clase a nivel mundial: un telecabina que entró en servicio a principios de 2011 y que es capaz de transportar hasta 3.600 personas por hora hasta la cumbre del Gaislachkogel, a 3.000 metros de altitud.
Refuerzo para la "Madre Nieve"
Pero no sólo la nueva telecabina contribuye a sostener el turismo de invierno en la región. También se procura que no falte nunca la nieve, aunque ésta no sea natural. Hay instalados más de un centenar de cañones de nieve alrededor de Sölden. En toda Europa, son unas 3.100 las instalaciones de este tipo que ayudan a superar unos inviernos que cada vez registran menos precipitaciones.
Sin embargo, lo que para las regiones de montaña y los esquiadores supone disponer de nieve garantizada es objeto de crítica para los grupos ecologistas. Y es que los cañones de nieve consumen una gran cantidad de energía. Según los datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la producción de nieve artificial consume anualmente alrededor de un millón de litros de agua, una cifra equiparable a la demanda de una gran ciudad como Hamburgo. A todo ello hay que añadir el consumo de unos 260.000 megavatios de electricidad. Una cantidad de energía capaz de garantizar el suministro a una ciudad de unos 150.000 habitantes.
Esquiar, ¿una actividad condenada a desaparecer?
Christine Margraf, de la organización ecologista Bund Naturschutz de Baviera, en Alemania, se pronuncia en contra del uso de cañones de nieve, no sólo por el enorme consumo de agua y energía que comportan: "la pista es blanca, mientras que todo lo que la rodea es verde. Así es imposible gozar de una experiencia completa", explica la responsable de protección de especies de la organización ecologista. La propia Margraf fue esquiadora durante mucho tiempo. Las instalaciones de nieve artificial conllevan un gran impacto en el medio natural, debido a las tuberías y depósitos que hay que instalar para su funcionamiento. Además, la nieve artificial tiene una consistencia diferente a la de la nieve natural. El mayor grosor y el mayor grado de congelación de la nieve artificial provoca que la vegetación que hay debajo sufra, por ejemplo, por falta de oxígeno. Por si fuera poco, el ruido que generan los cañones de nieve –la mayoría de las veces, en funcionamiento durante la noche- perturba la calma de los animales que habitan en el entorno.
"No es la montaña la que debe adaptarse al esquiador, sino al revés", afirma Christine Margraf, quien añade: "tarde o temprano, el esquí está condenado a desaparecer". Margraf hace referencia a un estudio de la OCDE de 2006 según el cual, si la temperatura media aumentara en cuatro grados, en Alemania las zonas esquiables se verían reducidas a una sola: la Zugspitze, la montaña más alta del país. El estudio muestra cómo el sector turístico intenta adaptarse a las circunstancias derivadas del cambio climático. Sin embargo, este proceso no sólo es costoso, sino que también tiene sus limitaciones.
Esquí en Dubai
Una muestra de las aberraciones que se pueden llegar a cometer en nombre de los deportes de invierno la encontramos en el emirato de Dubai. Allí se ubica el que pasa por ser el mayor pabellón de esquí del mundo. Su funcionamiento requiere de enormes grupos de refrigeración capaces de reducir la temperatura del aire exterior, que llega a alcanzar los 50 grados centígrados, hasta situarla en torno a los 10 grados bajo cero. También en la ciudad rusa de Sochi, donde tendrán lugar los próximos Juegos Olímpicos de Invierno, los grupos ecologistas critican la falta de conciencia medioambiental por parte de los organizadores.
Algunas regiones que cuentan con áreas esquiables consideran, por el contrario, que hay suficiente margen de maniobra para conjugar protección del medio ambiente con la práctica de los deportes de invierno. E intentan aportar su grano de arena a través de diferentes enfoques. Por ejemplo, la estadounidense Aspen, en el Estado de Colorado, apuesta por el suministro sostenible de energía. El objetivo: reducir las emisiones de CO2 en un 10% en las estaciones de esquí hasta 2012 y en un 25% hasta 2020 en relación a los niveles de emisiones del año 2000. Para lograrlo, son diversas las iniciativas en marcha: la construcción de una central hidroeléctrica capaz de abastecer de electricidad ecológica a la región, el empleo de energía eólica para impulsar las telesillas y la instalación de equipos de bajo consumo para la iluminación de las pistas, entre otras.
En metro hasta la montaña
También las regiones de esquí europeas trabajan para hacer de los deportes de invierno una actividad más respetuosa con el medio ambiente. Algunas de ellas, además, desde hace ya mucho tiempo. Como, por ejemplo, Serfaus, también en el Tirol austriaco, y que en la década de los 70 del siglo pasado prohibió el uso de vehículos a motor fuera del casco urbano de las poblaciones de la zona. El traslado de los turistas hasta las pistas de esquí pasó a hacerse con autobuses. Más tarde, en 1985, se inauguró un tren subterráneo que, con cuatro estaciones y 1,3 kilómetros de recorrido, es el segundo metro más corto del mundo.
"Hoy en día ya no es como en los años 70, cuando aún se podían emplear las máquinas para apisonarlo todo", explica Stefan Mangott, gerente de la compañía que explota los telecabinas de la zona. Hoy se cuenta con estrictas leyes de protección de la naturaleza. Además, la población autóctona respeta las normas, ya que, al fin y al cabo, redundan en su propio beneficio. "Al margen de todo ello, hay que tener en cuenta que tan sólo un 1% de la superficie del Tirol se utiliza como superficie esquiable", afirma Mangott.
La protección del clima vende
"La práctica de los deportes de invierno no tiene por qué contradecirse con la protección de la naturaleza y del medio ambiente", resume Ulrike Pröbstl, profesora de la Universidad de Recursos Naturales de Viena. Por encargo de la fundación "pro natura – pro ski", Pröbstl asesora a zonas turísticas de toda la región alpina, desde Eslovenia hasta Francia. Los operadores deben ser conscientes de la necesidad de contemplar el fenómeno de los deportes de invierno no sólo desde una perspectiva económica, sino también ecológica.
"Es también una manera de vender el producto", explica Pröbstl. "El 15% de los aficionados a los deportes de invierno hace sus reservas teniendo en cuenta criterios medioambientales. Otro 45% adicional constituye público potencial al que llegar a través de la publicidad", destaca la profesora.
Hace años que la fundación "pro natura – pro ski" lleva a cabo auditorías que permiten a las regiones que albergan superficies esquiables certificar su impacto medioambiental en base a los estándares de la Unión Europea. ¿Qué hacen las diferentes instalaciones para garantizar la protección del clima? ¿Cómo se minimiza el consumo de agua? ¿Qué mantenimiento se hace de las superficies durante el verano? Éstas y otras cuestiones son examinadas con lupa por expertos independientes. Un proceso que culmina con la deseada certificación.
Autor: Po Keung Cheung / Emili Vinagre
Editor: Emilia Rojas-Sasse