Chile: el día después
29 de octubre de 2020Chile parece haber firmado una tregua. Tras el plebiscito constitucional del domingo 25 de octubre, las calles del país se mueven en un ámbito de sosiego que no se había visto aquí desde hacía un año, cuando la agenda nacional se vio sacudida por lo que ya la historia conoce como "el estallido social”. Las manifestaciones de júbilo que tuvieron lugar la noche del domingo del referendo en la Plaza Italia no dejaban duda de la esperanza con que los chilenos saludaban la aplastante victoria del "Apruebo”. Y en ese momento, respirando la emoción incontenible de aquel 78%, uno se sentía tentado a creer que el país acababa de enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor. Pero ahora, con la distancia de los días que han pasado, vale la pena preguntarse cuán real será esa transformación anunciada en los tiempos que siguen, porque lo cierto es que, en el plazo más inmediato, Chile seguirá siendo el mismo país desigual de los últimos treinta años.
Para la economista y constitucionalista Gloria Maira, el país se encuentra en un momento crucial, en el que el fortalecimiento de los derechos humanos a través de la nueva Carta Magna podría verse truncado por la institucionalidad en vigor. "Si mantenemos un Tribunal Constitucional que conserva los mismos cerrojos —dice—, lo más seguro es que la formulación de derechos quede en una declaración, en una buena intención, pero que no se logre plasmar en la vida de las personas. Por lo tanto, debemos trabajar desde la primera hasta la última palabra, tanto en lo orgánico como en lo dogmático, de manera que desde la base del texto hasta las instituciones, podamos tener ejes transversales que logren la materialización de los derechos”, concluye.
El plebiscito escribe un hito en la historia de Chile, marcando un antes y un después definitivo en la dilatada transición democrática. Pero lo ocurrido el 25 de octubre es tan solo el primer paso de un proceso muy extenso, y que trasciende la redacción de una nueva Carta Magna. Las transformaciones culturales requieren de unos plazos mayores, porque necesitan que las libertades individuales se establezcan en las realidades cotidianas de los mundos laborales, comunitarios e institucionales. Y esa es una carrera de largo aliento.
"La nueva Constitución tendrá la importancia de sentar los fundamentos de una nueva convivencia, pero llegar a esa convivencia, a esa construcción institucional y a esa justicia social, y a que el cuidado de las personas y de los pueblos esté en el centro del hacer democrático, va a tomar varias décadas”, añade Maira.
Uno de los cambios fundamentales que surge del resultado del domingo, es la elección de una "Convención constituyente” de carácter paritario, de modo que el organismo, que se elegirá popularmente en abril de 2021, tendrá que estar compuesta por hombres y mujeres de forma igualitaria. Es un avance que, en la teoría, sienta un precedente único en el mundo, y abre la puerta hacia una sociedad más inclusiva y acorde con los principios de nuestro siglo. ¿Pero asistimos acaso a un cambio estructural en el Chile que comienza a construirse, o es una salida estratégica que pretende responder a una demanda puntual, pero que no necesariamente acabará con el sexismo arraigado culturalmente?
"Esa pregunta hay que responderla pensando en la convicción de quienes participen del proyecto constituyente”, dice Claudia Sarmiento, abogada constitucionalista. "La paridad será la regla, pero la forma en que se representarán los intereses y las voces de las mujeres va a estar profundamente ligada con la convicción de quienes estén allí. Es decir, si las mujeres y los hombres que formarán la Convención Constitucional creen en la igualdad como un valor, esto no va a ser un pañito tibio que calme algún dolor, sino que puede redefinir el pacto social, o el pacto sexual, que moldea la Constitución política de un país”, agrega.
La pausa del júbilo
En cualquier caso, es evidente que el resultado del plebiscito entierra el último legado tangible de la oscura dictadura de Augusto Pinochet, dando por terminado, treinta años después, el proceso de transición que Chile comenzó en 1990. El domingo presenciamos el final de una era que este país ha pagado muy caro. Asistimos también al primer capítulo de una nueva historia, que deslumbra a todo el continente por el coraje con que sus ciudadanos se plantaron en las calles a reclamar sus derechos, pero también por el civismo con que acudieron a las urnas, y la transparencia con que las autoridades administraron el proceso electoral. El día después, es una postal apacible desde Arica hasta Puerto Williams, de norte a sur, con un Santiago rendido, extasiado, a los pies de la Cordillera. Una paz casi material que se antoja el primer resultado del referendo, pero que requerirá mucho más que los números del boletín oficial para hacerse sostenible.