Chile: una democracia con tareas pendientes
14 de diciembre de 2009Con mucha atención siguió la prensa alemana el proceso electoral en Chile. La gran interrogante que se planteaban los analistas hasta el final de la jornada electoral del domingo era si la Concertación lograría mantenerse en el poder tras 20 años de gobierno. O si la opositora derechista Alianza por Chile, liderada por el multimillonario Sebastián Piñera, pone punto final a la transición. Chile es considerado no sólo un ejemplo de transición democrática y estabilidad política, sino también una historia de éxito económico, sin olvidar eso sí que aun tratándose del país más próspero de Sudamérica, persisten graves desigualdades sociales.
Coinciden los analistas en que la Concertación es la coalición gobernante políticamente más exitosa en la historia de Chile, que ha logrado avances sustanciales en el país, que hoy consigna el mayor ingreso per cápita del continente sudamericano y que logró reducir la pobreza del 40 % heredado de la dictadura a un 14 % actualmente.
Ante este trasfondo, sorprenden a primera vista los indicadores que revelan un profundo desencanto de los chilenos con su democracia. Dos décadas después del fin de la dictadura, solamente un 45 % de la población piensa que la democracia es la mejor forma de gobierno, frente a un 18 % de los encuestados que consideran que, en determinadas circunstancias, un régimen autoritario sería aceptable. Si a ello se suma el 29 % de ciudadanos que se manifiestan indiferentes respecto del carácter democrático o autoritario del gobierno, los defensores de la democracia no alcanzan a ser mayoría en Chile. Un dato alarmante, que exige un análisis a fondo por parte de la clase política, ya que estos indicadores sitúan a Chile entre los países con el más débil apoyo a la democracia en América Latina, junto con Brasil, Paraguay, Honduras, El Salvador y Guatemala, (Corporación Latinobarómetro 2007).
La victoria de Sebastián Piñera en la primera vuelta no significa el fin de la Concertación. Y aun si llegara a ser el caso, nadie espera cambios radicales en la política económica y social en Chile, dado que en las pasadas décadas, la Concertación siguió un curso más bien conservador en materia económica, confiando en las fuerzas del mercado, para gran satisfacción de los inversionistas internacionales, que no se cansan de destacar que Chile debe su auge económico a la política de Augusto Pinochet.
Y aquí es donde entramos en el terreno más difícil de la transición chilena: el legado de los 17 años del régimen militar. No sólo se destaca la continuidad en materia de política económica, sino sobre todo la vigencia ininterrumpida de la Constitución pinochetista, modificada, sí, en 2005, pero de la cual se derivan hasta el día de hoy, entre otras herencias, el sistema electoral binominal y la ley antiterrorista, aplicada a activistas mapuches que luchan por sus tierras, por sus derechos como pueblo. En marzo de 2008, Chile suscribió la convención 169 de la ILO, que garantiza a los pueblos indígenas el respeto de su identidad y el derecho a vivir en sus tierras. Hasta ahora sin embargo, ha habido escasos avances reales en esta materia.
Pero también quedan muchas tareas pendientes en materia de salud y educación: las protestas estudiantiles y paros de profesores fueron algo así como la música de fondo del gobierno de Michelle Bachelet.
En el marco del “vuelco hacia la izquierda”, que se viene observando en toda América Latina en los últimos diez años, y que las elecciones en Bolivia confirmaron con contundente claridad hace una semana, Chile se ha destacado en la percepción europea como ejemplo de estabilidad y seguridad política, social y jurídica para inversionistas extranjeros.
El triunfo de Sebastián Piñera en la primera vuelta da pie a otro tipo de consideraciones en Europa. En materia de política exterior, un gobierno de la Alianza por Chile se acercaría sin duda más al único gobierno de derecha actualmente en el poder en Sudamérica, el de Álvaro Uribe en Colombia, y profundizaría además los lazos con EE. UU. Europa sin embargo está interesada en el avance de la integración regional en Sudamérica, para la cual la Unión Europea podría servir de modelo. De hecho, la UE rechaza negociaciones con países individuales, buscando el diálogo político y económico solamente a nivel de bloques regionales, el Mercosur por ejemplo.
Claro está que estas consideraciones no van a influir en la decisión de voto de los ciudadanos chilenos en la segunda vuelta el 17 de enero. Lo que necesita el país son respuestas claras a las asignaturas todavía pendientes después de 20 años de transición, para que ese capítulo se pueda cerrar con un balance satisfactorio para todos los sectores de la sociedad chilena.
Autora: Mirjam Gehrke
Editor: Pablo Kummetz