Cien años de Ionesco
26 de noviembre de 2009Si Ionesco aún viviera, se encontraría con que el absurdo, como él lo entendía, es un aspecto que sigue revelándose sin pausa en el mundo en que vivimos. Ionesco, padre de obras como La Cantante Calva (1950), El Rinoceronte (1959) y Delirio a dúo (1962), creador de escenas y personajes que desafían a la lógica y la dejan patas para arriba, nació en Slatina, Rumania, a 150 km de Bucarest el 26 de noviembre de 1909.
Hijo de un rumano y de una francesa, Ionesco llegó al año de edad a París y vivió allí hasta los trece años. Eugène y su hermana Marilina volvieron a Rumania en 1925. Allí, Eugène estudió la carrera de Letras y colaboró con varios periódicos. Sus críticas ácidas a la literatura de la época escandalizaron a los intelectuales rumanos. En 1938 volvió a París, donde se relacionó con el grupo de la revista literaria Cahiers du Sud. Al estallar la Segunda Guerra Mundial volvió a Rumania, regresando nuevamente a París en 1942 con su esposa, Rodica Burileanu.
La realidad siempre supera a la ficción
Ionesco comenzó a escribir La Cantante Calva en 1948, que se estrenó en 1950 en el Théâtre des Noctambules de París, bajo la dirección de Nicolas Bataille. Es entonces cuando se relacionó con los surrealistas André Breton, Luis Buñuel, Arturo Adamov y Mircea Eliade. Se unió al Colegio de Patafísica, del que participaban Boris Vian, Fernando Arrabal, Raymond Queneau, Jacques Prévert y Marcel Duchamp, entre otros.
Sus obras dramáticas, que pasarían a formar parte del fenómeno teatral llamado Teatro del absurdo, se caracterizan por lograr, con la repetición de elementos cotidianos y con escenas oníricas, una atmósfera grotesca, surreal y corrosiva que pone al descubierto, con rasgos fuertemente existencialistas, el sinsentido de la vida humana, además de cuestionar los valores establecidos.
Samuel Beckett, con su obra Esperando a Godot es, junto con Ionesco, otro de los padres de la dramaturgia del absurdo. “Siempre he pensado que la verdad de la ficción es más profunda, más cargada de significación que la realidad cotidiana. El realismo se queda corto con respecto a la realidad. La disminuye, la atenúa, la falsifica. Presenta al hombre en una reducida y extraña perspectiva. La verdad está en nuestros sueños, en nuestra imaginación”, dijo Ionesco.
Influencia de Ionesco en el teatro latinoamericano
Pero la expresión de sinsentido, el sarcasmo y la poesía de la inmediatez del teatro de Ionesco no sólo dejó huellas en Europa. En América Latina, ha marcado a dramaturgos como Eduardo “Tato” Pavlovsky, psicoanalista y autor argentino que publica en 1967 el ensayo Algunos conceptos sobre el teatro de vanguardia. Pavlovsky admira a Ionesco y prefiere llamar a esa corriente teatral, que él mismo desarrolla con tintes propios, Realismo exasperado. Entre sus obras, se destacan Telarañas y El señor Galíndez, que narra la vida de un torturador cuya psicopatía le permite llevar una vida aparentemente “normal”. Además, pueden seguirse las huellas de Ionesco en autores como Griselda Gambaro (La mala sangre) y Roberto Cosa con su obra La Nona.
En Chile, Egon Wolf, autor de Flores de papel y Los invasores, reemplaza el concepto de absurdo por el de Realismo vertical. También el chileno Jorge Díaz (Réquiem por un girasol) se cuenta entre los autores en los que influyó Ionesco. En Uruguay, con Jacobo Langsner, en Colombia, con Enrique Buenaventura, en México, con Rodolfo Usigli, en Perú, con Sebastián Salazar Bondi, y en Venezuela, con el grupo Rajatabla, entre otros, se desarrollan corrientes teatrales inspiradas en el teatro épico de Bertold Brecht, que emplea la técnica del distanciamiento como instrumento de denuncia social.
Eugène Ionesco fue elegido en 1970 miembro de la Academie Française, nombrado Doctor Honoris Causa en las universidades de Tel Aviv y Katowice, y recibió varios premios internacionales. En 1982, la Universidad de Bonn le otorgó la Medalla Alemana al Mérito. Fue un gran autor teatral y un literato que protestaba a través de sus personajes, desenmascarando hábitos sociales. Pero en sus obras, a pesar del sarcasmo, se trasparenta la frágil condición humana con todas sus fallas y su grandeza, con un humor que nos hace reconciliarnos con eso que somos: seres absurdos. Ionesco, que estuvo comprometido con la defensa de los derechos humanos en Rumania en contra del régimen de Ceauşescu, murió en París en 1994 y sus restos descansan en el cementerio de Montparnasse.
Autora: Cristina Papaleo
Editor: José Ospina Valencia