“¿Por qué no hacer la paz si todos perdimos la guerra?”
9 de mayo de 2016Las reducidas perspectivas económicas, el bajo aumento del salario mínimo, el alto precio del dólar y el probable incremento de impuestos han golpeado la imagen del presidente Juan Manuel Santos y su gobierno. Según la firma internacional de investigación de imagen y mercados YanHass, el 62% de los colombianos desaprueba su gestión y solo un 21% la respalda. Pero sobre todo, el escepticismo frente al largo y complejo proceso de paz está influyendo en la baja popularidad de Santos.
“La falta de popularidad de los gobiernos democráticos les quita espacio para tomar decisiones, algo preocupante, toda vez que este gobierno enfrenta grandes retos, empezando por el de la paz”, dice en la revista de análisis Razón Pública, Juan Fernando Londoño, director del Centro de Análisis y Asuntos Públicos, una agencia independiente en Colombia.
Pero no todos son pesimistas: “Si bien estamos en un momento crítico del proceso de paz, y que genera mucha confusión, estamos llegando a la hora de la verdad de las negociaciones en La Habana”, dice a DW la politóloga colombiana María Victoria Llorente, directora de la Fundación Ideas para la Paz, para quien es “normal” que haya aún muchas dudas, más ahora que se están debatiendo temas tan técnicos como el ‘Acuerdo Especial'”. Se trata de una figura jurídica propuesta por las FARC y que ha generado un duro debate en el que los críticos consideran que todo tratado válido en Colombia tiene que ser sancionado por el Congreso. Con un “Acuerdo Especial” se busca que lo firmado en La Habana se convierta automáticamente en letra de la Constitución, gracias a que el proceso de paz está blindado por el derecho internacional humanitario.
Mientras esto pasa, entre los ciudadanos de a pie crece la bola de cuentos, mitos y leyendas sobre el proceso de paz, como que las FARC nunca van a entregar las armas, que ya los guerrilleros desmovilizados reciben más de un salario mínimo, mientras la mayoría de los empleados en Colombia ganan menos y nunca han empuñado un arma, que las FARC se van a sentar en el Congreso, además de la propaganda insostenible de que el presidente Santos le está, presuntamente, entregando el país al “castrochavismo”. “A pesar de que hay muchas herramientas para explicar y entender lo que se está negociando en La Habana, la verdad no está calando porque, por una parte, no se ha explicado bien, además de que muy pocos han querido entenderla. Por otra parte, la propaganda en contra es muy fuerte”, reconoce Llorente. ¿Por qué? “Porque existen muy fuertes intereses en contra de la paz, los unos surgidos de actividades criminales y los otros de réditos políticos”.
“La paz nos compete a todos y cada uno”
“Pero lo esencial es que los colombianos debemos entender que la paz nos compete a todos, que somos nosotros mismos los que la tenemos que hacer”, acota María Victoria Llorente. Un proceso de pacificación nacional cuyo “éxito empieza a medirse a partir del logro de su firma entre el Gobierno y las FARC”, apunta en DW Jonas Wolff, científico del Instituto de Investigación de la Paz, con sede en Frankfurt, a quien no le sorprende el escepticismo surgido “por la extensión del tiempo, debido a su complejidad y dificultades”. Por lo general, según Wolff, “entre más dura este tipo de negociaciones, más tiempo tienen sus detractores de movilizar fuerzas en contra y crear un clima adverso de desilusión y desesperanza”.
Se trata de lograr un difícil equilibrio entre “paz” y “justicia”, dice Wolff y cuestiona: ¿qué tanto están dispuestos los agentes de todos los bandos y estamentos a pedir perdón, a perdonar, a reparar a las víctimas y a hacer concesiones en bien de la paz?
¿Para qué crear más perdedores?
Otra de las dificultades de la percepción pública del proceso de paz es que muchos colombianos piden y esperan justicia total por los crímenes cometidos por las FARC. La historia muestra, empero, que eso es una ilusión: de conflictos, guerras y dictaduras siempre han quedado impunes crímenes y muchos los que han escapado a un castigo como el que las mayorías quisieran. Sin un pacto de transición a la democracia no hubiera sido posible ni el Chile ni la Alemania ni la Sudáfrica de hoy. Tanto Pinochet como Margot Honecker murieron sin ni siquiera haberse disculpado por nada y creyendo que siempre hicieron lo correcto, el primero en una brutal dictadura militar de extrema derecha, la segunda en la inhumana “Dictadura del Proletariado” que bajo el comando de Moscú levantó el Muro de Berlín.
Para finalizar, la pregunta de María Victoria Llorente a los colombianos es certera: ¿Por qué entonces no hacer la paz si todos perdimos la guerra, incluidas las FARC?.