Comentario: El tigre del gas, es de papel
24 de diciembre de 2008Cartel del gas, palabras con las que se puede hacer política de forma maravillosa. OPEG, siglas cortas y seductoras, creadas para ocupar titulares. Siglas que sugieren asimismo una serie de asociaciones. La opinión pública europea cobijada en casas en las que la calefacción funciona a la perfección, atormentada imaginándose acuerdos pactados y recortes artificiales del suministro de gas, temiendo el encarecimiento del precio del gas hasta niveles inimaginables, y esto, por si fuera poco, en época de crisis.
Si se continúa pensando y se analiza cuáles son las naciones que se han reunido todo parece aún peor. Irán se encuentra en el grupo, un miembro del eje del mal; Libia y Venezuela y sus presidentes y no olvidar al gran e imprevisible vecino del este, Rusia.
Al Kremlin le gusta que le tengan miedo. Porque el miedo significa también respeto. Y el respeto es importante para Rusia que quiere que la reconozcan y quiere participar en el concierto de las grandes potencias. La atención internacional que se ha prestado a su creación de un cartel del gas sirve a estos fines, especialmente si tras todo este evento no se esconde en realidad nada más que la mejora de las estructuras organizativas ya existentes. Se planea la creación de un cuartel general conjunto y de una secretaría permanente.
Pero intentemos imaginarnos que realmente se fundara una OPEG. No toma mucho darse cuenta de que no puede haberla. El ejemplo de los países exportadores de petróleo no funciona y así lo saben los participantes del foro del gas de Moscú.
El mecanismo básico de la OPEP se basa en la regulación de los volúmenes de producción para influir en el nivel de los precios. Esto no puede funcionar en el caso del gas, no sólo por el hecho de que depende del precio del petróleo, sino también porque no existen las condiciones de transporte necesarias para un mercado internacional del gas. Los países productores no pueden abastecer su gas simplemente vía naviera o por autopistas. Están supeditados a transportarlo por gasoductos. Y éstos, cuestan dinero.
Por lo mismo a Rusia lo que le interesa es cerrar acuerdos a largo plazo. El consorcio ruso Gazprom ha firmado acuerdos que van hasta el 2036 y el 2046 con el consorcio alemán E-ON y con la filial Wintershall de BASF, respectivamente. Un hecho que habla por sí mismo y que hace absurdas las discusiones sobe los peligros de una OPEG.
¿Pero si una escasez artificial y el subsiguiente encarecimiento del precio no se dan, entonces qué es lo que hace tan llamativa la creación de un cartel? ¿Se trata simplemente de una demostración de poder de cara a Occidente? ¡No! Rusia, que controla el 22 por ciento del mercado mundial del gas, está interesada especialmente en convenios en los rubros de transportes y ventas. Quiere influir en la decisión de quién vende su gas a quién y a quién se suministra. De esta manera podría obstaculizar los planes de Europa esforzada en reducir su dependencia de Rusia.
Pero también Rusia es una nación dependiente. Intenta con este cartel del gas asegurar su futuro. El Kremlin sabe que el país depende económicamente de la energía. Sin la venta a precios estables de petróleo y gas no podrán concretar todos sus bellos planes de modernización hasta el 2020.