Cuando ya no hay rosas ni jabones aromáticos tras el COVID
8 de mayo de 2021Al comienzo no notó nada, pero tras un par de días Anne-Sophie Leurquin descubrió que le faltaba algo importante. Su café de la mañana ya no olía a granos tostados, el jabón no tenía ese fresco aroma a lavanda y la albahaca podía estar fresca, o podía que no. Imposible saberlo. Había un vacío incomprensible.
Cuando a Leurquin le diagnosticaron COVID-19 a fines de octubre de 2020, el principal síntoma fue un agotamiento extremo. Y luego perdió el olfato. "A veces creo que sufro una especie de depresión", explica a DW seis meses después en su casa en Bruselas. Después de un tiempo pudo volver a sentir algunos olores, aunque distorsionados. El término técnico para esta anomalía es parosmia, trastorno del olfato, que es distinto a la anosmia, que es la pérdida total de este sentido.
Las rosas apestan
Leurquin prohibió a su entorno el uso de olores que antes amaba: la colonia de su novio, el lápiz labial perfumado, las velas aromáticas y su propia colección de perfumes ahora sencillamente apestan. Huelen "un poco como a pañal", dice sobre el que alguna vez fuera su aroma de rosas predilecto.
Los trastornos olfativos se encuentran entre las consecuencias más comunes del COVID-19. Hasta ahora, los expertos no se ponen de acuerdo sobre el origen de este efecto. Caroline Huart, otorrinolaringóloga de la Clínica UCL de Bruselas, trata a Leurquin y menciona dos posibles razones para lo que le sucedió a su paciente: algunos estudios han demostrado que el virus ataca a las células que rodean las neuronas olfativas. Otra hipótesis es que estas mismas neuronas son directamente afectadas por el virus, lo que permitiría que el SARS-CoV-2 penetrara el bulbo olfatorio, que media entre la nariz y el cerebro.
Separado de los recuerdos
Jean-Michel Maillard entiende perfectamente lo que siente Leurquin. Tras caerse y golpearse la cabeza hace cinco años, este francés perdió totalmente el olfato. Lo que más extraña es el olor de su esposa e hijo, "los que hacen que uno se sienta vivo", dice Maillard a DW. Y también los aromas asociados a recuerdos, como el que había en el baño de la casa de su abuela, los de la escuela o el de su padre. Hoy se siente aislado de todas esas remembranzas.
Sin embargo, ha intentado no alejarse de su pasión por la cocina, pese a que ahora todos los sabores los siente aminorados, pues el olfato está estrechamente vinculado al sentido del gusto. A Maillard ahora solo le queda conformarse con lo dulce y lo salado.
La ira reconvertida
Tras su accidente, Maillard solo podía sentir una cosa: ira. Porque nadie podía ayudarlo, pese a haber recorrido innumerables consultas médicas. Hasta que en un momento la rabia y la pena se convirtieron en algo distinto: en una idea. Se reunió con especialistas en Alemania y Francia que le dieron esperanzas a él y al 5 por ciento de los franceses que sufre trastornos olfativos a través de un tratamiento que busca reeducar al olfato.
Maillard empezó a entrenar su nariz con granos de café, rosas, limones y eucaliptus. Ahora puede oler un poco el café de la mañana. Sin embargo, tiene claro que pese a todo su esfuerzo solo podrá recuperar una pequeña fracción de esos olores que son tan normales para el resto, pero piensa que el sacrificio merece la pena.
Hace tres años, además, fundó la organización Anosmie.org, por medio de la cual espera ayudar a otras personas con su mismo trastorno y dejar en claro lo importante y hermoso que es tener un sentido del olfato sin daños. "La mayoría no lo sabe hasta que lo pierde", dice Maillard. Aparte de los olores agradables, la falta de olfato implica que el propio olor corporal ya no se percibe, como tampoco los que pueden señalar peligro, como el olor a quemado.
Si bien Maillard espera que la pandemia termine pronto, la atención que se ha prestado al olfato y al gusto en este contexto son una bendición para él y otros afectados. Antes, a nadie le importaba realmente el drama que implica carecer de ese sentido, explica el francés.
Aprender a oler
En Bruselas, en tanto, Leurquin entrena su nariz junto a su doctora. Ésta explica que los estudios señalan que la enseñanza olfativa muestra buenos resultados en unos pocos meses. En un escenario ideal, pacientes como Leurquin deberían oler -con los ojos cerrados- una gama de distintos olores todos los días, dos veces por jornada. "Es muy importante concentrarse, porque el cerebro tiene que activar la memoria de los olores", dice Huart.
En el caso de la parosmia que sufre Leurquin, el cerebro debe aprender a recordar que las rosas huelen a rosas y no a pañales. La paciente dice que tiene miedo de no recuperar el olfato como lo tenía antes, pero el hecho de que haya una esperanza la hace esbozar una sonrisa. (dz/rrr)