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Discrepancia moderna

Carlos Briones24 de agosto de 2004
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Menuda y graciosa, Melipilla Nancucheo se casó, en la milenaria ciudad de Colonia, con un alemancito que de traje y corbata, pelito corto y zapatos lustrados, se veía mejor que Brad Pitt. Le venía de cepa: Peter von Taxi era de la más rancia aristocracia germana. Se tituló de ingeniero en Informática, y entre sus muchas gracias estudiantiles estaba el haber decodificado el programa Kazaa, para la transferencia de archivos de música, y haberlo convertido en un motor de búsqueda que permitía detectar todas las páginas donde estuviese el nombre de un innombrable dictador chileno. Lo que cuento no es tan simple, y es ni más ni menos que el motivo de una trifulca que se armó en el equipo de asesores de la Comisión Investigadora del Parlamento de los Estados Unidos de América respecto de los que lavaban dinero del enemigo.
Peter y Milipilla se fueron a Grecia, a recorrer los parajes donde el Ciego se inspiró para la Guerra de Troya. Ahí el novio le había prometido la casa de tu vida, pero la chilenita se había mandado a hacer un horóscopo a la medida, en el que aparecía que volvería a su tierra de origen. Los viajes le parecieron interesantes, pero no le gustaron los hoteles donde pernoctaron, y además que, en materia de sexo, el desposado resultó ser un motor imparable.
De regreso, en Colonia, se separaron por una discrepancia, respetable, pero atroz y ridícula: ella quería ver el Gran Hermano y él la Euro 2004.
El argumento de ella fue claro: No seré una Britney Spiers, pero tengo mis derechos. El cortó la discusión, se conectó a la red, y en una de las páginas amarillas dedicadas al sexo, por 50 Cent se olvidó del mal rato.

Ayer vi a Melipilla Nancucheo en Santiago, pero no me atreví a hablarle.