La visita a China de la jefa dle Gobierno italiano, Giorgia Meloni, es, como todos los viajes a Pekín de políticos occidentales, un acto de equilibrismo. La diferencia con otras visitas, como la del canciller alemán, Olaf Scholz, o la del presidente francés, Emmanuel Macron, es que Italia y China ven realmente la presencia de Meloni como un nuevo comienzo para sus relaciones. Ello se debe a que la líder italiana ha cancelado el plan del gobierno anterior de conectar Italia a la "Nueva Ruta de la Seda".
Con esta iniciativa, Xi Jinping comenzó en 2013 a hacer que países de todo el mundo dependieran económicamente del gigante asiático. Actualmente, 148 países están entrelazados con China de esta manera. De hecho, de no haberse retirado, Italia hubiera sido el primer país del G7 potencialmente dependiente a nivel económico de Pekín.
El alivio por el hecho de que Georgia Meloni se haya retirado de este proyecto debe de haber sido palpable en las capitales europeas. Y es que su partido, los "Hermanos de Italia", romantiza el legado fascista de la época de Mussolini. Se temía que Italia se convirtiera en una especie de Estado vasallo de Pekín, como Hungría o Serbia. Después de todo, existe un parentesco espiritual con el etnonacionalismo de Xi Jinping, que glorifica a la "raza Han".
La nomenclatura de Pekín puede albergar esperanzas, porque en Budapest y Belgrado, donde gobiernan populistas de derecha, como en Roma, el cortejo chino sí que ha tenido éxito. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, torpedea con fervor a la Unión Europea siempre que puede. Tiene a la Policía china patrullando por Hungría, lo que supone un enorme riesgo para la seguridad de la Europa libre. Orbán también es el aliado más cercano de Putin en la UE.
Por su parte, el primer ministro serbio, Milos Vucevic, puede hacer menos daño porque aún no es miembro de la UE. Pero el estatuto de candidato que Serbia recibió en 2012 convertirá al país algún día en miembro de pleno derecho.
Nuevo latigazo de Pekín
En este contexto, Bruselas ha estado y sigue estando contenta con la jefa de Gobierno italiano en lo que respecta al compromiso de Meloni con China. No solo se ha retirado de la "Nueva Ruta de la Seda", sino que, al igual que los demás aliados occidentales, también apoya a Ucrania. Por su parte, Pekín parece dispuesto a abrir un nuevo capítulo. Al fin y al cabo, la renqueante economía de la República Popular también depende de Europa, al igual que muchas economías europeas dependen del mercado chino.
Este es también el tono de las declaraciones oficiales chinas sobre la visita italiana. Entre otras cosas, afirman que la intención es desarrollar lo que está por venir en una "dirección más madura y estable".
Y, al igual que han hecho otros visitantes occidentales antes que ella, Meloni intenta persuadir a China para que deje de apoyar la guerra de Putin contra Ucrania. "Hay una creciente incertidumbre a nivel internacional, y creo que China es, inevitablemente, un interlocutor muy importante para abordar todas estas dinámicas", dijo la italiana a Xi de forma un tanto velada.
Meloni debe actuar con cautela
Sin embargo, los cinco días que Meloni pasará en China versarán menos sobre política exterior y más sobre política económica. Los dirigentes de Pekín son conocidos por no cejar en los asuntos que son importantes para el Partido Comunista.
Esto significa que China seguirá intentando influir en las políticas del viejo continente a través de Italia, miembro fundador de la Unión Europea. Los negociadores italianos deben tener en cuenta que los intereses económicos son siempre, ante todo, temas políticos para Xi Jinping.
Georgia Meloni espera convencer a los dirigentes chinos para que inviertan en el sector automovilístico italiano, entre otros. Si no actúa con la prudencia necesaria, se llevará una desagradable sorpresa en un futuro no muy lejano. Xi no oculta que quiere sustituir la industria automovilística europea por la china.
El mandatario no tiene ningún interés en la supervivencia de la industria automovilística italiana o alemana, lo que debería haber quedado claro, a más tardar, desde la visita de Olaf Scholz a Pekín y la de Xi Jinping a París en mayo.
(ms/cp)
Alexander Görlach es Senior Fellow del Carnegie Council for Ethics in International Affairs y profesor adjunto de la Gallatin School de la Universidad de Nueva York, donde enseña Teoría Democrática. Tras vivir en Taiwán y Hong Kong, esta región del mundo se convirtió en su tema central. Ha ocupado diversos cargos en la Universidad de Harvard y en las Universidades de Cambridge y Oxford. Alexander Görlach vive en Nueva York y Berlín.