Liu Xiaobo y las deficiencias democráticas de China
9 de diciembre de 2010Quienes detentan el poder, en el sentido más amplio de la palabra, suelen proteger al sistema que garantiza sus privilegios usando los recursos disponibles para defenderlo de quienes lo critican o exigen cambios estructurales. En términos estrictamente políticos, algunos Gobiernos sobresalen por apelar a las reglas del juego democrático para justificar sus decisiones frente a opositores o a una opinión pública descontenta y otros, por su tendencia a difamar a la disidencia y “matar moscas a cañonazos”. Eso explica por qué, en algunas latitudes, los intelectuales son considerados personas tan peligrosas.
Abusos de esta naturaleza y violaciones flagrantes de los derechos humanos ocurren cada día en todo el mundo, pero, durante mucho tiempo, la atención internacional se ha centrado en la represión estatal practicada en la República Popular China. El caso de Liu Xiaobo es emblemático: él y otros intelectuales y activistas de derechos civiles chinos redactaron en 2008 la Carta 08, un manifiesto que llamaba a las autoridades a emprender reformas profundas que propiciaran la democratización de la vida política en China. Pero el estamento decidió ver la Carta 08 como una provocación y tratar a Liu Xiaobo como un agitador.
¿Apertura política? No, por ahora
El periodista hongkonés Willi Lam, conocedor del acontecer histórico-político de China, sostiene que Pekín ve en Liu Xiaobo a un factor que genera inseguridad y amenaza la estabilidad del país: “El hecho de que se le haya otorgado el Premio Nobel de la Paz a Liu Xiaobo es percibido por los líderes chinos como una conspiración de Occidente, una estrategia para socavar la autoridad del Estado”, dice Lam, señalando que la condena de once años de prisión que pesa sobre Liu Xiaobo es producto de una decisión unánime tomada en el politburó del Partido Comunista chino. Pekín ignora el llamado de la comunidad internacional a que Liu Xiaobo sea liberado.
Además, la esposa del mismo Premio Nobel de la Paz, Liu Xia, permanece bajo arresto domiciliario. Ma Zhaoxu, portavoz del ministerio de Exteriores chino, recibe reclamos desde el extranjero constantemente, pero los desestima todos argumentando que la concesión de ese reconocimiento a un recluso que ya ha sido enjuiciado sólo revela el irrespeto del comité del Premio Nobel por la jurisprudencia china. Este talante intransigente es compartido por las otras personalidades del Gobierno chino que, envalentonadas por el apogeo económico del país, se enfrentan, seguras de sí mismas, a cualquiera que ose confrontarlas.
Estabilidad ante todo
Pese a los embates de la crisis financiera global, China se ha erigido como la segunda economía más grande del mundo; según las estimaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Producto Interno Bruto (PIB) de China per cápita de China superaba los 4.000 dólares estadounidenses. Esa tendencia de crecimiento, que ya se anticipaba hace varios años, condujo a muchos a pensar que el veloz desarrollo económico chino iría de la mano de un desarrollo político, que ese boom traería consigo reformas sustanciales, una suerte de perestroika. Pero, de hecho, la jerarquía de intereses de China quedó configurada de otra manera.
“Para el Gobierno chino, la conservación de la estabilidad es la prioridad más alta”, comenta Willi Lam. Deng Xiaoping, quien fue presidente del Partido Comunista de China y pertenece a la primera generación de líderes de la era post-revolución, estableció esa jerarquía. “Y aún hoy, veinte años después, la cuarta generación de líderes está convencida de que un cambio completo no es necesario mientras la economía nacional se siga desarrollando y el aparato estatal continúe funcionando“, agrega Lam. Sin embargo, se equivoca quien crea que a China no le importa su imagen en el extranjero.
La fuerza del “poder suave”
Por un lado, Pekín no quiere arriesgar la estabilidad del país y, por otro, no quiere que China siga siendo señalada constantemente en la arena internacional a causa de las violaciones de derechos humanos que tienen lugar en su territorio. De ahí que sus líderes procuren desde hace años hacerse oír en el extranjero y aumentar su área de influencia sobre la opinión pública internacional apelando al “poder suave”. El “poder suave” es una estrategia que se materializa en el presupuesto extraordinario de 4.500 millones de euros aprobado por el Consejo de Estado para la fundación de 250 sedes del Instituto Confucio en ochenta países, la concepción de proyectos culturales y mediáticos, la creación de nuevos periódicos y canales de televisión de 24 horas, todos en inglés.
Este plan luce ambicioso. Sin embargo, a juicio de Andrew James Nathan, politólogo de la Universidad de Columbia, ese oneroso esfuerzo no servirá de nada si China se resiste a respetar la libertad de expresión o insiste en encarcelar a quienes hagan públicas opiniones contrarias a las de los representantes del Estado. Nathan alude a la esposa de Liu Xiaobo, quien tiene prohibido aceptar entrevistas por medios locales o extranjeros, cuando enfatiza que la política del “poder suave” chino no puede tener efecto positivo alguno mientras el Estado siga reconociendo como legítima la persecución de los disidentes.
Autor: Yang Ying /ERC
Editor: Enrique López