El fin de la ambivalente actitud de Alemania hacia Rusia
24 de febrero de 2022Cuando llegué a estudiar a la capital alemana, en 1983, Berlín era aún una ciudad dividida por un muro. En mi facultad de Ciencias Políticas, la universidad ofrecía seminarios como "Solidaridad crítica con la Unión Soviética". Como si Berlín en esa época no fuera el vivo ejemplo de la despiadada política rusa, o soviética, por ese entonces.
Pero pronto lo entendí: el enemigo para mucha gente de izquierdas en Alemania no era Moscú, sino Washington. Desde EE. UU. se libraron las terribles guerras de Vietnam, Centroamérica y América Latina. ¿No fue acaso el Ejército Rojo el que liberó el campo de concentración de Auschwitz? En cualquier caso, el comportamiento político agresivo de Rusia era percibido de forma muy diferente por Oriente y Occidente.
Transformación a través del acercamiento
La máxima de la política alemana (inicialmente occidental) fue lo que se denominó distensión, esto es, "buscar el cambio a través del acercamiento", como ideó el líder socialdemócrata Egon Bahr. No me malinterpreten: fue un acierto buscar el diálogo con el antiguo enemigo de la guerra en el Este, sellar acuerdos, sobre todo para mejorar la situación de los compatriotas al este de la Cortina de Hierro, en la RDA.
Esta política del canciller Willy Brandt, a la que en un principio se opusieron ferozmente los conservadores, obtuvo grandes logros a principios de los años setenta. Posteriormente, este enfoque fue adoptado por los sucesores de Brandt, Helmut Schmidt y Helmut Kohl. Pero cuando, a principios de la década de 1980, Schmidt apoyó firmemente la doble decisión de la OTAN, es decir, la oferta de nuevas conversaciones sobre control de armas con el Este y, al mismo tiempo, el desarme de misiles en el Oeste, perdió la lealtad de su partido socialdemócrata.
El movimiento pacifista, poderoso y fuerte entre los jóvenes de la República Federal de Alemania en aquella época, protestó contra este plan. La protesta culminó con el lema "¡Fuera de la OTAN, que viva el placer!” El ruido sobre una posible amenaza de Moscú era entonces menor.
Gorbachov, el favorito de los alemanes
Más tarde, durante el proceso de la reunificación alemana, el líder soviético Mijail Gorbachov era el personaje favorito de los alemanes. Mucho menos aplaudido fue el entonces presidente de los Estados Unidos, George Bush, que fue el primer jefe de Estado de los aliados vencedores de la Segunda Guerra Mundial en aceptar la unificación. A mediados de los años 90, gran cantidad de soldados rusos habían abandonado silenciosamente el territorio de la antigua RDA.
Europa, con una Alemania reunificada, celebró la victoria en la Guerra Fría. La OTAN y la UE se expandieron hacia el este sin pensar demasiado en las reacciones que esto provocaría en Moscú. La economía de mercado y la democracia serían suficientes: ese era el espíritu de la época. Y, en efecto, los centroeuropeos no querían otra cosa que pertenecer por fin a los ricos clubes de Occidente después de que el Pacto de Varsovia se disolviera en 1991 y recuperaran su libertad de Moscú. Ese era y sigue siendo su derecho.
Victoria electoral con un 'no' a la guerra de EE.UU.
En 2002, el entonces canciller Gerhard Schröder, hasta hoy amigo cercano de Putin, ganó sorprendentemente la reelección tras unos resultados inicialmente pobres en las encuestas con un tema de la campaña electoral en particular: su 'no' a la participación alemana en la guerra liderada por Estados Unidos a Irak. Como se vio después, el ataque se justificó efectivamente con mentiras, pero era difícil imaginar que la clara postura alemana sobre la acción militar estadounidense tuviera esas consecuencias en Alemania, haciendo que Schröder se impusiera en las elecciones.
En el período siguiente, Alemania continuó con la política hacia Moscú de la época de la distensión: diálogo siempre que fuera posible, también en los negocios. El gasoducto Nord Stream 2 del Mar Báltico ha sido objeto de fuertes críticas durante muchos años, no sólo en Estados Unidos, sino también en Europa. Sin embargo, los políticos alemanes se aferraron al proyecto, a pesar de la advertencia de no depender del gas ruso.
La canciller Angela Merkel desestimó durante mucho tiempo cualquier crítica al respecto, señalando que se trataba de un "asunto puramente particular", formulación que también adoptó su sucesor, Olaf Scholz, en diciembre. Antes, en 2013, las operaciones de espionaje telefónico del servicio de inteligencia estadounidense NSA fueron -con razón- el tema predominante en Alemania durante semanas. Incluso el teléfono móvil de Merkel había sido espiado. La guerra híbrida de Moscú, la desinformación y los asesinatos políticos de los servicios de inteligencia rusos en Occidente no parecían preocupar tanto a los alemanes.
La guerra de Putin
Probablemente se trate de una mezcla de temor e indiferencia: es mejor no meterse con Rusia, está demasiado cerca de nuestra puerta. Todo eso debe cambiar y cambiará ahora de forma drástica. El Gobierno, al menos, parece haberlo entendido. Nord Stream 2 no entrará en funcionamiento por el momento, el canciller Scholz califica los hechos como lo que son: "La guerra de Putin". Y habla de un día aciago para Ucrania. Para toda Europa. Porque no es un acontecimiento lejano, sino que también nos afecta en lo más profundo.
Lo cierto es que, en vista de los muchos millones de soldados y civiles rusos muertos en la Segunda Guerra Mundial, Alemania tiene una deuda con ese país. Más concretamente, con el pueblo ruso. Pero no con su actual presidente, que ha perdido el sentido común y que, evidentemente, tiene en mente un orden europeo completamente nuevo, dominado por Rusia. Occidente debe unirse ahora contra el agresor, porque Vladimir Putin no es otra cosa que eso.
(jov/ms)