Museo Judío de Berlín
24 de octubre de 2011El edificio en zigzag del arquitecto Daniel Libeskind es ya una de las instituciones más destacadas del paisaje cultural europeo y una seña de identidad de Berlín. Pero el camino no fue sencillo. "Se trataba de construir más que un museo. Debía lograrse una unión con la historia alemana en Berlín (...) y a la vez desarrollar algo que proporcionase esperanza a las generaciones venideras. No era tan fácil", explicó recientemente el arquitecto en entrevista con medios berlineses.
La intensa polémica surgida antes de su inauguración y los enormes obstáculos políticos que tuvo que superar para poder abrir sus puertas parecen haber quedado enterrados para siempre. Y es que la capital alemana y sus habitantes han cambiado mucho desde que se abriera el concurso para su construcción, en 1989, muy poco antes de la caída del Muro de Berlín y el consecuente proceso de reunificación.
Pocos entendían entonces que una ciudad tan empobrecida como aquella, con un desempleo galopante y profundas heridas del pasado, tuviera que hacer una costosa inversión en un museo dedicado a la historia de los judíos que viven y vivieron en Alemania durante los últimos 2.000 años.
Éxito de público
Pero en aquel momento de ebullición, en el que la ciudad tenía enormes espacios vacíos y todo parecía posible, alguien le dio la oportunidad a Libeskind, un arquitecto aún no muy famoso y descendiente de supervivientes del Holocausto. Y con su idea logró un éxito casi imposible de imaginar: Desde su apertura en 2001, lo han visitado más de siete millones de personas, una cifra récord comparable a la de dos de los grandes atractivos turísticos berlineses: el busto de Nefertiti, en la Isla de los Museos, y el Museo Checkpoint Charlie, antiguo paso fronterizo en la Guerra Fría.
La sobrecogedora y asimétrica construcción revestida en zinc, que recuerda a una estrella de David rota, alberga en una superficie de 3.000 metros cuadrados una rica colección de objetos que describen al detalle la vida de los judíos en Alemania, desde la cultura hasta la religión, pasando por la familia y el trabajo.
No sólo el Holocausto
Una de las partes claves del museo y la más visitada por los turistas es la dedicada a la barbarie nazi y el Holocausto. La sensación de vacío persigue al visitante desde cada esquina hasta llegar al Jardín del Exilio o a la Torre del Holocausto, que intentan reflejar la angustia de los judíos durante el régimen del dictador Adolfo Hitler.
Los responsables del museo, sin embargo, descartaron desde el principio hacer del centro berlinés un monumento en recuerdo del Holocausto. "Tenía que ser una casa de la historia alemana", repite su director, W. Michael Blumenthal.
También para Libeskind el objetivo era claro. Berlín necesitaba integrar en su historia a los judíos, otorgarles el espacio del que siempre disfrutaron hasta la llegada del nazismo. Y eso sólo podría ocurrir si se reconocía su pasado.
Nutrido programa
Pero el artífice del éxito no sólo es Libeskind: el director del Museo Judío, el germano-estadounidense W. Michael Blumenthal, secretario de Finanzas en el gobierno de Jimmy Carter, encajó como un guante en el proyecto con su biografía de huida, exilio y regreso.
A su juicio, para explicar la importancia de la cultura judeo-alemana se debía ofrecer mucho más que una colección permanente. Por ello el museo ofrece hoy en día numerosas exposiciones temporales y un completo programa cultural que incluye un trabajo pedagógico y espacio para la participación. "Es en realidad un foro para la investigación, el debate y el intercambio de ideas", indican sus portavoces. "Para alemanes y no alemanes, judíos y no judíos". (dpa)