El ocaso de los bancos clásicos
8 de agosto de 2016En Alemania, el oficio de banquero ha cambiado y, con él, también su reputación. Hubo un tiempo en que, a la hora de hacer negocios, se valoraban mucho los buenos contactos personales y no solamente los balances trimestrales prometedores. Un apretón de manos solía ser tan vinculante como un contrato firmado. En la esfera pública, los profesionales de la banca tendían a tener un prestigio casi tan alto como los profesores universitarios y los médicos. Y el Deutsche Bank era una institución respetada, casi sagrada…
Hasta que tuvo lugar lo que el semanario germano Die Zeit describió una vez como un “atraco desde dentro”. Ese asalto comenzó en 1989, cuando la junta directiva del Deutsche Bank, bajo el mando de Alfred Herrhausen, compró el banco de inversiones británico Morgan Greenfell. De golpe, la empresa se llenó de expertos en mercados financieros y vendedores de títulos valores; eran cientos de ellos. Y éstos alteraron el carácter del banco: de ser un instituto sólido pasó a ser un quiosco de apostadores.
“Atraco desde dentro”
El Deutsche Bank, que hasta entonces ganaba su dinero concediéndole créditos al empresariado, se fue especializando en vender títulos valores. En 1999 compró el banco de inversiones estadounidense Bankers Trust y se convirtió, por un tiempo, en la compañía más grande del mundo en su ámbito. Al mismo tiempo, los tahúres impusieron su hegemonía en el Deutsche Bank. A diferencia de la junta directiva, los investment bankers tomaron riesgos mayores sin rendir cuentas por las consecuencias de sus negocios.
Y por ello han ganado bonos altísimos –entre 40 y 50 mil millones de euros en los últimos tres lustros–, a pesar de que, a final de cuentas, la banca de inversión no generó muchos beneficios. Al contrario: el Deutsche Bank terminó cayendo de la cima del ranking mundial y quedando casi fuera del “top 50” de los bancos; la cotización de sus acciones en la bolsa cayó un 66 por ciento, de 33 euros a 11 euros, en el curso de un solo año; y sus participaciones en valiosas industrias fueron vendidas. En fin: un “atraco desde dentro”.
Ominoso preludio
La cultura interna del Deutsche Bank también sufrió cambios desafortunados; atrás quedó la empresa chapada a la antigua, pero seria. La imagen que ahora proyecta es la de una cueva de bandidos: alrededor del planeta se han entablado siete mil procesos en su contra por lavado de dinero, manipulación de intereses y evasión de impuestos, por ejemplo. A otros bancos europeos no parece irles mejor. La relevancia perdida de los grandes institutos bancarios del Viejo Continente salta a la vista en uno de los barómetros bursátiles más importantes.
Las acciones de Deutsche Bank y de Credit Suisse ya no figurarán en el STOXX Europe 50, el índice de las cincuenta compañías europeas con mayor capitalización bursátil. Analistas ven en este estado de cosas el ocaso de los bancos clásicos. Thomas Mayer, economista en jefe del Deutsche Bank de 2010 a 2012 y profesor en la Universidad de Witten/Herdeke, ya había previsto este declive en 2015. Su temor es que el desarrollo técnico, la política de intereses bajos de los bancos centrales y la tendencia a la regulación estatal destruyan el modelo de negocios vigente en los bancos.