Fueron necesarios 13 años más hasta que se aprobó en Perú el reglamento de la ley que especifica los trámites técnicos necesarios para proteger una ola o rompiente. Los triunfos del equipo peruano de surf y la euforia que se desató por el deporte de la tabla dieron a los políticos el impulso que les había faltado hasta entonces. Y en 2016 la ola de Chicama, que tiene la fama de ser la más larga del mundo, se convirtió en la primera ola en estar protegida por ley.
Proteger una ola es un proceso laborioso y caro. Hay que presentar a la Marina un expediente técnico de la rompiente que detalle, entre otros aspectos, su perfil barimétrico. Para recolectar fondos surgió "Hazla por tu Ola”, una iniciativa ciudadana de "Conservamos por Naturaleza” y la "Federación Nacional de Tabla”, que al día de hoy ha logrado reunir más de cien mil dólares y ha permitido proteger más de una treintena de olas en el país.
Pero la ley de protección de rompientes no se aprobó sólo por amor al mar, sino por el potencial económico del surf. Unos cien mil turistas acuden todos los años a Perú para correr olas, lo que deja unos beneficios de 120 millones, según datos oficiales. Y el potencial es inmenso: tras el éxito de los Juegos Panamericanos, en los que el equipo de surf peruano se coronó campeón, el país andino aspira a atraer ahora más competiciones internacionales de este deporte.
Proteger las olas tiene también beneficios medioambientales y, sobre todo, sociales. Son numerosas las iniciativas que han surgido en Perú en torno al surf: escuelas municipales y ONG que ven en el deporte de la tabla una alternativa para niños y jóvenes de entornos marginales. Lo que comenzó siendo un deporte de las élites limeñas en los años cuarenta, ha terminado convirtiéndose en uno de los deportes más populares del país.