Encallados en la estación de Budapest
1 de septiembre de 2015"Venimos de Siria y queremos llegar a Alemania". Esa frase resuena en alemán y en inglés ante los muros de la estación de Keleti. Cientos de refugiados se agolpan ante un cordón policial frente a la estación. En sus rostros se adivina la desesperación, la ira, el cansancio. Pero si se les sonríe, devuelven la sonrisa. En seguida se nos reconoce entre la multitud como periodistas alemanes y nos rodean. Nos muestran sus pasajes de tren: Múnich o Salzburgo son los destinos y han pagado más de cien euros por ellos. Pudieron comprarlos en Hungría, pero no se les permite utilizarlos.
"Nos encanta Alemania, allí la gente tiene todavía corazón", nos dice Ali, que lleva cuatro días en Budapest. Sus pasos le condujeron por Turquía, Grecia, Macedonia y Serbia. Guarda un mal recuerdo del corto trayecto en el Mediterráneo. Docenas de refugiados en una reducida embarcación sobre el ancho mar. Frente a esa experiencia, la valla húngara en la frontera con Serbia fue una minucia. Pero ahora, casi a punto de llegar a su destino y ya en la Unión Europea, llega la frustración de no poder seguir avanzando. Alemania queda a unos 100 kilómetros de distancia.
Algunos refugiados alzan a sus bebés en el aire mientras gritan a la policía húngara: "Germany, Germany!" Varios quieren llamar nuestra atención para mandar un mensaje a Angela Merkel. Aquí no se percibe ni rastro de la imagen implacable que la canciller tiene por su manejo de la crisis griega. Al contrario, Merkel es vista como una tabla de salvación. Nos interesamos por conocer si han oído hablar de las manifestaciones xenófobas en algunos lugares de Alemania. "No. Alemania es un gran país", dicen.
Una colega húngara mira nerviosa hacia la gran avenida que conduce a la plaza de la estación. "Si pasa algo, tenemos que salir de aquí rápidamente", dice. Los ciudadanos de Budapest saben bien que la policía echa mano en seguida de gases lacrimógenos. Pero no hay ni rastro de violencia, aunque algunos sudorosos manifestantes lancen miradas penetrantes hacia el otro lado de la plaza. Están agotados y, sobre todo, frustrados: nadie les dice qué va a suceder a continuación, las autoridades no se preocupan de proporcionarles agua, comida o lugares donde dormir. La única ayuda proviene de organizaciones no gubernamentales.
Estos hombres encallados tienden sus exhaustos cuerpos en las zonas de sombra delante del muro de la estación. El sol del mediodía tortura sin piedad con 35 grados a Budapest. La plaza de la estación se ha convertido en un símbolo de la disfuncional política de refugiados europea y la despiadada actitud de algunos países hacia los extranjeros. Pero el muro de la estación de Keleti, estamos seguros, se convertirá solo en un obstáculo más en el camino de estas personas hacia Alemania, que tarde o temprano superarán. Tal vez sea el último.