Islandia y el camino hacia la bancarrota
25 de noviembre de 2008Islandia: 103.000 kilómetros cuadrados flotando entre Noruega y Groenlandia, en pleno Atlántico Norte; unos 320.000 habitantes que, esparcidos por toda la superficie insular, podrían repartirse entre cada tres un kilómetro cuadrado de territorio nacional.
Hasta hace pocas semanas, Islandia era una incógnita para Europa, al menos para la Europa no perteneciente al Consejo Nórdico. Se sabía que en fútbol es un rival fácil, que teniendo en cuenta su latitud debe de hacer mucho frío, que tiene una cantante muy famosa cuyo verdadero nombre es impronunciable y por eso se hace llamar Björk y que el alcohol cuesta allí más de lo que cualquier continental, con excepción quizás de los escandinavos, estaría dispuesto a pagar por él. Algunos bien informados eran además capaces de dar el nombre de su capital: Reikiavik.
De la noche a la mañana, Islandia ha pasado a ocupar páginas en los periódicos europeos. Pero, como suele suceder en estos casos de fama espontánea, los titulares no auguran nada bueno. Para salvarlos del derrumbe, el pequeño Estado acaba de nacionalizar los tres grandes bancos de la isla, asumiendo una deuda que equivale a dos años de presupuesto público y es igual al PIB anual del país. Ahora amenaza la bancarrota nacional.
La cuenta sale cara
Geir Haarde se ha convertido en el primer jefe de Gobierno islandés con guardaespaldas. Cuando las turbulencias en los mercados financieros internacionales no colapsan la economía, la vida transcurre tranquila en Islandia. Pero ya este fin de semana hubo altercados en Reikiavik. Los ciudadanos están enfadados: con David Oddsson, el director del banco central islandés, que trajo el capitalismo agresivo a la isla; y con Haarde, que hasta hace poco aseguraba que el país no se vería afectado por la crisis.
También los expertos del Fondo Monetario Internacional decían en julio que la marcha de la economía islandesa era “excelente”, hoy acuden al rescate con créditos por valor de unos 1.700 millones de euros y el país se convierte en el primer Estado de Europa occidental en aceptar ayuda del FMI desde 1976. Los vecinos escandinavos aportarán otros 2.000 millones de euros. Gran Bretaña y Holanda han prometido ayuda. Incluso Polonia y las Islas Feroe quieren hacer su contribución.
Haarde necesita unos 15.000 millones de euros, hay quien eleva la cifra a 20.000 millones. La especulación excesiva de los tres bancos nacionalizados, Glitnir, Kaupthing y Landsbanki, le va a salir cara al Estado. Se calcula que el endeudamiento público aumentará del 29 al 100% del PIB, las pensiones podrían peligrar, la cuota de desempleo pasar del uno al 10% y la inflación, que a causa de la histeria acumuladora de víveres supera ya el 16%, podría llegar al 20%. Mientras tanto, la corona islandesa sigue cayendo en picado.
Parecía un buen negocio, pero…
“Los bancos islandeses recaudaron en el extranjero grandes cantidades de dinero y créditos cotizados en dólares, que luego volvieron a repartir dentro del país y a veces también fuera”, explica Dorothea Schäfer, experta en finanzas del Instituto Alemán de Investigación Económica, “el rumor de que las entidades financieras podrían verse afectadas por la crisis hizo que la corona islandesa perdiera gran parte de su valor. Esto puso a muchos en dificultades a la hora de devolver lo prestado y fuera de Islandia endureció las condiciones de los créditos. Los bancos islandeses acabaron al borde de la insolvencia”.
Atraídos por los altos intereses, también muchos alemanes, que ahora tiemblan por todos los depósitos que superen la asegurada cifra de los 20.000 euros, confiaron sus ahorros a entidades islandesas. Pero si los bancos no pueden cobrar a sus acreedores, tampoco están en condiciones de pagar a sus ahorristas. Y en general: ¿cómo puede ser que un banco de un país de 300.000 habitantes, como Islandia, ofrezca más intereses que uno de un país de 80 millones de personas, como Alemania?
“Simplemente, no puede ser”, dice Schäfer, “los bancos islandeses debieron creer que podían invertir, por ejemplo, en valores ligados a créditos hipotecarios y obtener de ellos rendimientos muy por encima de los altos intereses que estaban otorgando a sus clientes. Parecía un buen negocio, pero al final resultó que el cálculo estaba mal hecho”.
“No sólo los bancos y el Gobierno tienen la culpa, también los ciudadanos” ¡Siga leyendo!
Comprar sí, pero con dinero propio
Muchos critican ahora al Gobierno islandés por haber concedido en este juego carta blanca a los bancos. “Por supuesto que el Gobierno podaría haber restringido la adquisición de créditos en el extranjero”, dice Schäfer, “pero ningún Ejecutivo que se sienta en lo más mínimo ligado a la economía de mercado hace algo así”.
Tampoco los bancos cargan en exclusiva con la responsabilidad de lo que está sucediendo en Islandia. “Todos los implicados son en parte culpables, y eso incluye también a los ciudadanos”, recuerda la economista, “los islandeses han pagado gran parte de su bienestar con dinero prestado, con los créditos que les concedían las entidades financieras.”
Una casa, un coche y un barco se convirtieron en tres objetos que todo islandés debía tener en propiedad, independientemente de cómo fuera a financiarlos. Al mismo tiempo, la especulación inmobiliaria vivía sus horas altas, y en la isla norteña proliferaron apartamentos de lujo que ahora nadie sabe a quién vender. “A lo mejor tendríamos que volver a pescar”, dice el primer ministro Haarde. La pesca es la rama más tradicional de la industria islandesa y el pescado es uno de los pocos productos que no es necesario importar.
Schäfer propone una solución más pragmática, pero seguramente igual de dolorosa para los islandeses. “Primero hay que evitar la bancarrota, para eso está el dinero que se le ha prestado al país. Luego hay que sanear las entidades- cabe plantearse si un Estado de 300.000 habitantes, que es lo que tiene una ciudad de mediano tamaño en Alemania, necesita tres grandes bancos”, enumera la experta.
“Y, en tercer lugar, hay que suspender temporalmente la concesión de créditos a la población que tendrán que controlar sus gastos durante un tiempo, ahorrar y comprar después con dinero propio lo que hasta ahora compraba con el de los bancos.”