Kabul, sin garantías de seguridad
21 de mayo de 2017Estamos sumergidas en nuestro trabajo. Leemos notificaciones de expulsión. Escuchamos a Amir, a Nuri, a Mujtaba y a Isa mientras nos hablan sobre el miedo que les da vivir en Kabul. En la capital de Afganistán estamos sentadas con personas cuyas solicitudes de asilo no fueron aprobadas y que terminaron siendo deportadas de Alemania. Entonces nos llega la espeluznante noticia del ataque el sábado 20 de mayo de 2017 contra la organización humanitaria sueca "Operación Piedad". La información nos afecta y nos asusta. Todos los ataques son espantosos. No importa si tienen lugar en Kabul, en París, en Bruselas, en Niza o en Berlín.
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Los detalles del incidente siguen siendo poco claros. Llamamos por teléfono a nuestros contactos en Kabul con la esperanza de que sepan más que nosotras. Nos zambullimos en las redes sociales para leer lo que cuentan nuestros colegas afganos. Contactamos con nuestras familias para decirles que estamos a salvo. Los amigos nos envían mensajes por teléfono. Los jóvenes deportados con los que estábamos conversando dominan el alemán lo suficiente para entender lo que les decimos a nuestros entrañables fuera de Afganistán y nos dan un sentido pésame. Hablamos con nuestra jefa de redacción y con el coordinador de seguridad para sopesar los riesgos.
Fue un ataque contra extranjeros
Aparecen piezas para armar el rompecabezas poco a poco. El blanco del ataque del sábado (20.5.2017) eran los extranjeros de la organización benéfica. Un vigilante afgano y una alemana que trabajaba para "Operación Piedad" fueron asesinados. El vigilante fue asesinado. Otra trabajadora de la organización, una finlandesa, fue secuestrada. Este no es el primer atentado dirigido contra extranjeros en Kabul; pero la mayoría de ellos pone fin a la vida de civiles afganos. En lo que va de año se han registrado por lo menos siete ataques graves en Kabul que dejaron cientos de muertos y heridos. Los mismos fueron reivindicados por los talibanes o por el autoproclamado Estado Islámico.
En los últimos días la capital afgana se mostró más bien tranquila: ese fortín que es Kabul, con sus altísimos muros a prueba de explosivos y sus alambres de púas, lucía incluso amigable cuando aterrizamos aquí. El sol encandila desde un cielo azulísimo. La gente con la que hablamos es abierta y amistosa… Esa tranquilidad puede ser engañosa; y el atentado más reciente no es la única prueba de ello. En Kabul no hay garantía de seguridad alguna. Un rincón que hoy resulta seguro puede ser escenario de un ataque mañana. Nosotras nos impusimos algunas normas de seguridad antes de partir. Nuestro empleador fijó reglas claras que deben aplicarse en países en crisis. Nosotros las seguimos como seguimos también nuestra intuición. No se puede hacer más.
La violencia y el terror cotidianos
Les preguntamos a todos nuestros interlocutores qué opinan sobre el hecho de que Estados Unidos y la OTAN planeen enviar más soldados a Afganistán. "¿De qué servirá eso si nada cambia?”, responde uno. "Lo más importante es que nosotros, los afganos, nos unamos y que nuestro Gobierno gobierne en lugar de pelear”, dice otra. "¿Qué van a hacer aquí más soldados extranjeros si no tienen permitido combatir?”. "La OTAN fracasó; deberían enviar a tropas de la ONU”. "De la comunidad internacional nosotros lo que esperamos es, primero, seguridad, y después, educación”…
Aunque las respuestas que recibimos fueron muy diversas; todos aquellos con los que hablamos tienen en común la inseguridad que sienten en Kabul. Todos viven conscientes de ese riesgo porque la vida debe continuar. Con frecuencia los oímos decir: "Cuando salimos de casa en las mañanas no sabemos si regresaremos con vida en la noche, pero no podemos dejar de vivir”.
Autoras: Sandra Petersmann y Birgitta Schülke-Gill desde Kabul (ERC/MS)