El nacimiento de un mito
5 de julio de 2010La llegada de Louis van Gaal al banco del Bayern significó a su vez el desmontaje del máximo goleador activo de la selección alemana: el pichici del Mundial 2006 vio cómo Thomas Müller e Ivica Olic se apoderaron de los puestos titulares en el ataque del club de Múnich, condenándolo a la suplencia, una experiencia nueva para él. Klose jugó escasos tres partidos de principio a fin en la Bundesliga (dos de ellos contra el Friburgo, no precisamente un rival de altura) y en su cuenta acumuló sólo tres goles.
Cuando se narra la historia de los últimos 12 meses en la carrera de Miroslav Klose, es comprensible que quien la escucha abra los ojos de par en par con incredulidad, que su boca exprese un gesto de sorpresa: sí, ese delantero que no es suficientemente bueno para el Bayern, al que sólo se le permitió ingresar a los partidos en el minuto 71, en el 78, o en el 80, es el mismo que es indiscutible en la selección alemana, que ha anotado cuatro goles en Sudáfrica, que rebasó a Pelé en los libros de historia de los goleadores del torneo, que igualó al legendario Gerd “el bombardero” Müller con 14 tantos como el mejor de su país, y que tiene todavía dos oportunidades para superar a Ronaldo (15) y encabezar la lista como el máximo goleador de todos los tiempos.
Acto de fe
Pero Klose tiene una de esas personalidades que no se dejan vencer por las adversidades contra las que le ha tocado luchar desde muy pequeño, empezando a la edad de ocho años, cuando sin el más mínimo conocimiento del idioma, tras abandonar su natal Polonia vía Francia, llegó con su familia en calidad de repatriado a Alemania. Entonces le tuvo que arrancar de cero una nueva vida, lo cual también volvió a hacer este verano con la selección que viajó a Sudáfrica.
La afición y la crítica alemanas no entendieron lo que ahora comprenden. Para ellos, era inexplicable que el entrenador Joachim Löw se la jugara por Klose, que se aferrara a él con tanta fuerza pese a que fuera del combinado nacional se quedaba uno de los mejores artilleros del país, Kevin Kuranyi, y que en la convocatoria figuraban dos nombres con una brillante temporada en sus hojas de vida: Stefan Kießling (el pichichi alemán de la Bundesliga) y el brasilero nacionalizado Cacau, quien desde que vistió por primera vez el uniforme alemán venía marcando a un ritmo espectacular.
Löw, sin embargo, no dio su brazo a torcer y nominó al delantero del Bayern, advirtiéndole que tendría que “trabajar mucho si quiere ponerse al día y tener una posibilidad en el equipo”. Klose entendió el mensaje, se negó a hablar con la prensa o a atender compromisos publicitarios y de relaciones públicas en representación de la selección, se concentró exclusivamente a entrenar: mientras sus compañeros practicaban una vez al día, él cumplía sesiones extras, desarrollando un programa individual que a punta de una tenaz disciplina tenía que devolverle el nivel que la suplencia en el Bayern, y la falta de ritmo futbolístico y minutos en la cancha, le habían arrebatado.
Como en los viejos tiempos
Al terminar el primer partido de Alemania en el Mundial, Klose volvió a prestarle su voz a los micrófonos de los medios de comunicación. Su mensaje, expresado con gran cordialidad y haciendo uso de muy buenas maneras, fue claro y contundente: “yo nunca he dudado de mí mismo ni de mis capacidades. Las dudas las tenían otros, por fortuna entre ellos no estaba el entrenador Löw, quien siempre, al igual que el resto del equipo, me brindó su respaldo”. Ese día, el 13 de junio pasado, Klose se había reencontrado consigo mismo, con aquel que era, con el gol y –todavía más importante- con su rendimiento; contra Australia, en vez de correr desorientado por la cancha, como se le veía con frecuencia en ocasiones recientes, estuvo siempre en el lugar indicado en el momento preciso.
De todas formas, Alemania no cesó de dudar. Contra Australia Klose transformó en gol sólo una de las por lo menos cuatro oportunidades claras que tuvo de figurar en el marcador; contra Serbia se hizo expulsar cometiendo un error de novato, imperdonable para un experimentado jugador de 32 años, y por su culpa –y sin él- la selección tuvo que jugarse contra Ghana su supervivencia en el Mundial.
Superada la primera ronda, en octavos de final, Löw ratificó lo mucho que valora a Klose y lo presentó en la formación titular para el partido contra Inglaterra. El delantero volvió a anotar, esta vez su doceavo gol en un Mundial, tantos como Pelé. Contra Argentina, en su partido centenario con el uniforme de Alemania, consiguió dos más igualando el récord de Gerd Müller impuesto en 1974, que lo tenía solitario a la cabeza de la lista de artilleros germanos.
El récord es lo de menos
Klose celebró su gol 14 en una Copa del Mundo reviviendo el salto que lo hizo famoso en la de Corea y Japón del 2002, y haciendo el signo que le dedica a sus dos hijos gemelos y a su esposa con tres dedos de la mano derecha y el índice y el pulgar formando un circulo en representación de la unidad familiar. El delantero anunció que se propone anotar por lo menos un tanto más en los dos partidos que aún le quedan en Sudáfrica, aunque puntualizó: “prefiero ser campeón del mundo que establecer un nuevo récord”.
Así no logre superar a Ronaldo, Miroslav Klose, el delantero en el que hasta hace pocas semanas muy pocos creían, ya escribió historia. En el que es casi con certeza su último Mundial, exhibió una gran fuerza de voluntad, una disciplina envidiable, y le calló la boca a la crítica que ya lo consideraba un jugador del pasado. El máximo goleador del Alemania en los Mundiales, junto a “el bombardero”, alcanzó ya en Sudáfrica el estatus de mito. Ante España este miércoles le bastarán un gol y un triunfo para convertirse en héroe nacional.
Autor: Daniel Martínez
Editora: Luna Bolívar Manaut