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La extrema derecha avanza en Europa

Alexander Kudascheff

El shock "Le Pen" aún no se ha disipado. El triunfo de Chirac en la segunda vuelta de las presidenciales, no vuelve menos inquietante el avance de la ultraderecha... no sólo en Fracia, sino en varios países vecinos.

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Jean-Marie Le Pen celebra su éxito en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas.Imagen: AP

Europa se va inclinando hacia la derecha. No cabe duda. Entretanto, 7 países de la Unión Europea son gobernados por conservadores. Tres años atrás eran sólo 3. Por ese entonces se especulaba que el viejo continente estaba a las puertas de una década socialdemócrata. De eso, ya ni hablar. Pero lo ocurrido corresponde a los vaivenes de la política y no tiene nada de particular.

Lo notable, y peligroso, es algo muy diferente: en 4 países europeos, la ultraderecha se ha convertido en un elemento político clave en la correlación de fuerzas.

En Austria, el partido de Jörg Haider (FPÖ) forma parte del gobierno; en Dinamarca, el Partido Popular Danés permite la gestión del gobierno conservador minoritario, al no votar en su contra en el parlamento; en Portugal, hay un ultraderechista en el gabinete; en Holanda y Bélgica la ultraderecha avanza; en Italia resuenan las voces de Umberto Bossi, de la separatista Liga Norte, y Gianfranco Fini, de la postfacista Alianza Nacional; y en Francia, finalmente, el shock de la primera vuelta de las elecciones presidenciales aún no se disipa, pese a que se formara luego una amplia coalición contra el líder del Frente Nacional, Jean Marie Le Pen.

El atractivo de la demagogia

Los fines y estrategias de Le Pen difieren escasamente de los de Haider, Bossi, Blocher y demás dirigentes ultraderechistas europeos. El líder del Frente Nacional galo azuza resentimientos recurriendo a una fórmula tan simple como simplista. Consiste en achacar la culpa de todo, en primer lugar, a "los de arriba", es decir, a los partidos y al establishment, que privan de oportunidades reales al hombre común; en segundo término, a los extranjeros, inmigrantes y refugiados, que –según este discurso- arrebatan puestos de trabajo a los franceses y acrecientan la inseguridad en las ciudades; y, en tercer lugar, al resto del mundo, es decir, a Estados Unidos, Europa, Bruselas. Con ese ramillete de juicios y prejuicios, los populistas de ultraderecha conquistan electores.

Sus consignas son populares. La globalización y la progresiva integración europea agobian a los ciudadanos que temen perder sus características nacionales.

La presión de la competencia internacional genera desempleo, y muchos se sienten como los perdedores en este proceso de liberalización comercial.

La convivencia multicultural, por su parte, se traduce en muchos suburbios en tensiones sociales o violencia. La gente se siente, sobre todo, insegura. Y es entonces presa fácil de los demagogos ultraderechistas, que prometen retablecer el orden y la seguridad.

Las sociedades europeas se encuentran hoy en una encrucijada. Deben decidir cuán enérgicamente están dispuestas a defender la libertad y la tolerancia, frente a la amenaza ultraderechista, la del terrorismo fundamentalista y de la intolerancia religiosa.