La gran carrera
7 de abril de 2015
Doce animales ilustran el horóscopo chino. Primero viene la rata, le siguen el buey, el tigre, el conejo, el dragón, la serpiente, el caballo y la cabra. Después vienen el mono, el gallo y el perro. El cerdo está el final. Pero ¿por qué se encuentra la rata en primera posición, mientras que el fuerte y majestuoso tigre ocupa un tercer lugar? Y, ¿por qué es el dragón el único ser místico en todo el zodíaco? A decir verdad, existen múltiples leyendas sobre estos animales y su ordenamiento en el calendario. Probablemente haya más leyendas que animales en el zodíaco. No importa cuáles de ellas son las correctas. Para aquellos que creen en ellas, todas son verdad, ¿no es así?
Una competición de inteligencia y astucia
Tomemos como ejemplo el budismo. Antes de partir de la tierra, según cuentan quienes creen en él, Buda convocó a todos los animales a una reunión. Sin embargo, no vinieron todos, sólo doce. Como recompensa, cada animal recibió un año. De este modo, anualmente uno de ellos representa todo el año y el ciclo se renueva cada doce. Los años se repartieron de acuerdo con el orden de su llegada.
Otra leyenda cuenta que Dios había organizado un banquete. Para ello contaba con la asistencia de trece animales. Además de los animales anteriores, el gato. Sin embargo, el gato no apareció porque la rata le jugó una mala pasada. Se cuenta que la rata le dijo al gato que la comida tenía lugar al día siguiente. Así que el gato dormía y soñaba con el banquete, mientras que los otros animales, de nuevo clasificados en orden de aparición, se llenaban el estómago.
Desde entonces, y aquí hay varias leyendas que están de acuerdo, al gato no se le puede hablar de roedores. Desde ese día, destrozado como estaba, el gato persigue tanto a ratas como a ratones para vengarse, y no es para menos.
La gran final
Sin embargo, la historia más citada cuenta lo siguiente. Desde siempre se ha sabido que los gatos y las ratas eran los peores nadadores de todo el reino animal. Por lo contrario, eran muy inteligentes. Cuando el Emperador de Jade convocó a los animales a una reunión, en la que se pretendía fijar el orden de los signos del zodíaco, el gato y la rata compitieron astutamente. Para llegar al punto de encuentro había que atravesar un río, y como ambos eran notoriamente malos nadadores, persuadieron al buey para que los transportara sobre su lomo a través del arroyo.
El buey, que era muy ingenuo y bondadoso, no puso pegas. En medio del río, sin embargo, la rata empujó al gato, que cayó al agua y se ahogó miserablemente. El buey no se percató de lo ocurrido. En cuanto llegó a la otra orilla, la rata saltó tan pronto como pudo de la parte posterior del buey y corrió hacia el encuentro con el Emperador de Jade, siendo la primera en llegar. Seguido llegó por supuesto el buey, que se registró como el segundo animal para el calendario.
Poco después apareció el tigre, jadeando a borde del agotamiento y con las piernas temblorosas. El tigre contó que había sido muy difícil cruzar el río, ya que las corrientes de agua le habían empujado todo el tiempo hacía el interior. Sin embargo, gracias a su gran fortaleza, logró llegar con vida al otro extremo. A partir de entonces fue el tercero en la rueda. Al tigre le siguió el conejo, no menos feliz, pero menos agotado. El conejo atravesó el río saltando de piedra en piedra. En un punto del trayecto, se resbaló y casi se estrella en las aguas revueltas. Sin embargo, en el último segundo el conejo pudo aferrarse a un tronco de árbol y alcanzar finalmente la otra orilla.
No obstante, según la leyenda probablemente fuera el dragón quien le ayudara, ya que fue el quinto animal en llegar al encuentro con el Emperador de Jade. El emperador, naturalmente, no entendía por qué el poderoso y rápido dragón que, además, podía volar había llegado el quinto a la meta. El dragón explicó que tuvo que detenerse una y otra vez para ayudar a todas las personas y criaturas de la tierra, ya que la naturaleza de los dragones es ser útiles, al igual que las ratas son astutas. Finalmente, el dragón, que había visto al conejo indefenso y aferrándose a una rama, lo colocó con un soplo de aliento en el camino correcto hacia la orilla.
El desinterés del dragón agradó mucho al Emperador de Jade, por lo que lo incluyó en la serie de animales. Entonces proveniente del río, se oyó el galope vigoroso del caballo, cuyo sonido aumentaba a medida que se acercaba al encuentro. La serpiente iba sujeta a una de sus piernas y poco antes de su llegada, se lanzó a la meta. El caballo se asustó y tropezó. Así, la serpiente llegó en sexta posición, y el caballo en séptima.
La gran final
No mucho después, aparecieron la cabra, el mono y el gallo uno detrás de otro en la orilla del río. Los tres se habían ayudado mutuamente en el otro extremo. El gallo vio una balsa entre unos arbustos y animó a la cabra y al mono a usarla juntos. A ambos les pareció una buena idea, así que liberaron la balsa de los arbustos y remaron tan rápido como pudieron para cruzar el río. El emperador estaba muy contento de que los tres se hubieran esforzado tanto juntos y les asigno los puestos del octavo al décimo.
Aún faltan dos para completar la rueda de doce. Como undécimo animal llegó el perro al destino. Y es que a pesar de ser un buen nadador, no pudo resistirse a juguetear en el agua, tal y como les gusta hacer a los perros. Y finalmente, cuando el Emperador de Jade se encontraba dispuesto a dar por concluida la carrera - a pesar de que nos encontramos aún con once animales - se escuchó de fondo el chillido suave de un cerdito, que entonces echó a trotar. El cerdo explicó que le había entrado hambre durante el largo viaje y que por ello decidió hacer un descanso para luego darse prisa. Sin embargo, en su lugar se había quedado lamentablemente dormido. Así fue cómo el cerdo pasó a ser el número doce en la rueda del zodíaco chino.
¿Y el gato? Bueno, ya lo hemos visto. Desde esa carrera, los gatos persiguen a todos los ratones y las ratas, que se encuentran al paso, para vengar a su antepasado ahogado. Y probablemente continuarán haciéndolo siempre.
Autor: Klaus Esterluß (AR)