La muerte nunca mata del todo
13 de abril de 2015La muerte del escritor uruguayo Eduardo Galeano, autor de uno de los libros clásicos de las letras latinoamericanas: Las venas abiertas de América Latina, más que una muerte, parece una mala jugada tendida por alguno de esos muchos personajes siniestros que él caricaturizó en cualquiera de los tres tomos de ese otro clásico suyo: Memoria del fuego, sus agudas y poéticas viñetas sobre la realidad latinoamericana y universal.
A quienes lo conocieron les queda la sensación de que volverá a nacer en cualquier momento, como le sucediera al guerrillero salvadoreño Miguel Mármol en una de las historias más conocidas que este obrero de fábrica, dibujante, pintor, mensajero, mecanógrafo y cajero de banco devenido en escritor incluyera en el tercer tomo de Memoria del fuego: “El siglo del viento”, y seguro ahora mismo, allá en La Habana, en el D.F. mexicano, en alguna cantina de Montevideo, o en algún bar de Barcelona, Madrid o París, otros escritores lo rememoran contando su historia favorita: esos nacimientos que experimentó el salvadoreño Mármol tras sus muertes supuestas o inconclusas, pues quien estuvo aunque fuera una vez cerca de Galeano siempre se impactó por su vitalidad, su alegría, su irreverencia e, incluso a veces, su mal genio. ¿Cómo no esperar entonces que reaparezca, burlón, diciendo: “¡vaya tontos que se han creído ese chiste sobre mi muerte!”.
A pesar de sus posiciones claras de izquierda, Eduardo Galeano fue siempre un espíritu crítico. “La palabra política se ha manoseado tanto que significa todo y no significa nada. Entonces desconfío mucho de la etiqueta política”, dijo en cierta ocasión. Y siguiendo el cauce de esa mirada reflexiva que siempre tuvo hacia la realidad continental, y también hacia su propia contribución intelectual, entre los muchos polémicos momentos de su carrera como escritor el que más recientemente conmoviera al mundo fue precisamente su declaración sobre el libro que lo convirtió en un nombre imprescindible de las letras en lengua española con sólo 31 años de edad: Las venas abiertas de América Latina, una de las obras que los movimientos antimperialistas del mundo han tomado como referencia obligada para explicar la voracidad que se ha cebado contra las naciones latinoamericanas. “Intentó ser una obra de economía política, solo que yo no tenía la formación necesaria”, declaró al respecto. Y agregó: “No me arrepiento de haberlo escrito, pero es una etapa que, para mí, está superada”.
Su amada Montevideo lo vio nacer el 3 de septiembre de 1940, y esa misma ciudad sería el escenario de sus primeros pasos en el mundo del periodismo y la literatura cuando a los 14 años comenzó a vender caricaturas políticas al semanario del Partido Socialista uruguayo El Sol, firmando como "Gius", su primer apellido.
Los cubanos lo recuerdan en la Casa de las Américas contando cómo, tiempo después, decidiría usar el apellido de su madre: Galeano, con el que se impuso en el mundo periodístico como Jefe de redacción del prestigioso semanario izquierdista uruguayo Marcha, o como director del diario Época, medios donde consolidó el ideario que lo llevaría a escribir con la mente puesta en develar las verdades que los colonialistas e imperialistas utilizaban para aplastar los sueños libertarios del continente. Lo recuerdan reviviendo cómo a partir de 1971 esa institución cubana le insufló el aire que necesitaba para escapar de la asfixia que provocara en él la censura contra su libro Las venas abiertas de América Latina.
Y cómo tras el golpe de Estado de 1973 que instauró la dictadura cívico militar de Juan María Bordaberry se radicó en Buenos Aires, donde continuaría su labor crítica en la revista Crisis, que tuvo que interrumpir por el golpe de Estado liderado por el general argentino Videla en 1976…, su llegada a España donde vivió exiliado hasta 1985, su regreso a su Uruguay natal, ya en democracia, donde fundaría el semanario Brecha y dio a la imprenta el que junto a El libro de los abrazos y Las venas… ha sido otro de sus fenómenos literarios más traducidos y de impacto en otras culturas: Memoria del fuego.
Y es que, aunque su prolífica obra periodística y literaria, lo convirtió en una presencia habitual en eventos, foros académicos y ferias internacionales de todo el mundo, su pasión por Cuba le hacía viajar, o estar en permanente comunicación con la isla, casi siempre a través de otro gran escritor cubano, el narrador Eduardo Heras León, a quien consideraba un hermano. En ese entorno, las tres últimas generaciones de escritores cubanos, muchos de ellos graduados del Centro Nacional de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”, fundado y dirigido por Heras León, pudieron compartir en numerosas ocasiones con Galeano sus historias, recibir sus enseñanzas, disfrutar de su contagiosa palabra.
En una entrevista concedida a la revista Ñ, cuando le preguntaron “¿Qué es la muerte para usted?”, contestó: “A veces me angustia. A veces le tengo miedo. A veces me resulta indiferente, y otras veces, las más frecuentes, creo que la muerte y el nacimiento son hermanos. Que la muerte ocurre para que el nacimiento sea posible. Y que hay nacimientos para confirmar que la muerte nunca mata del todo”.
Eduardo Galeano ha muerto, dicen las noticias, pero quienes lo conocieron repiten esas, sus palabras: “la muerte nunca mata del todo”.