La Revolución Alemana
2 de junio de 2009El 18 de mayo de 1848 se reunió por primera vez la Asamblea Nacional alemana. Los delegados debían elaborar una Constitución y preparar la realización de elecciones generales. Designaron como presidente de la Asamblea a Heinrich von Gagern (1799-1880). El archiduque Juan de Austria (1782-1859) fue electo regente del Imperio, teniendo hasta las elecciones el poder central en la Confederación Germánica. Su nombramiento fue la primera de una serie de decisiones inadecuadas: para los radicales en la Asamblea Nacional, el archiduque representaba al viejo sistema que había que superar, por lo que la cooperación con él parecía inimaginable.
El siguiente problema llegó en el verano de 1848 tras el armisticio de Malmö, Suecia, que concluyó en una crisis en Schleswig-Holstein. Allí había sido abatida la revolución contra rey Federico VII de Dinamarca (1808-1863), pese a la intervención prusiana. La Asamblea Nacional tuvo que reconocer que sin un ejército propio era incapaz de proteger los intereses de sus miembros.
Unidad estatal
Los delegados se percataron rápidamente de que no sólo carecían de un ejército, sino que les faltaban todos aquellos elementos necesarios para la fundación de un Estado: una capital, instituciones nacionales, leyes conjuntas o por lo menos un concepto común sobre quien debía pertenecer a ese Estado. La mayoría de los diputados eran académicos con una propensión a mantener discusiones desbordadas. Así transcurrió valioso tiempo, como en la discusión sobre los derechos ciudadanos o sobre la libertad de prensa y de expresión, mientras que al mismo tiempo se movilizaban los opositores a la revolución. Incluso cuando fue reprimida violentamente una insurrección en Austria, en la que fue ejecutado el delegado de la Asamblea Nacional alemana Robert Blum (1807-1848), los diputados continuaron discutiendo en Fráncfort del Meno. Hasta finales de diciembre de 1848 debatieron sobre el catálogo de los derechos fundamentales y humanos, subestimando la correlación de poder existente en ese momento.
Gran Alemania o pequeña Alemania
El centro de los debates giraba en torno a qué Estados debían pertenecer al Imperio alemán. Para unos debían ser los Estados miembros de la Confederación Germánica, más Prusia y Austria, lo que era equivalente a la Gran Alemania. Para otros, Austria debía quedar fuera, una solución que fue llamada “Pequeña Alemania”. En los hechos ninguna de ambas propuestas era implementable.
Los partidarios de la Gran Alemania soñaban con una Alemania bajo la corona de Habsburgo, soñaban con el viejo Imperio medieval y envolvían su propuesta con un poco del liberalismo que caracterizaba el espíritu de la época. Sin embargo lo que en realidad querían era revivir el Sacro Imperio Romano Germánico desaparecido en 1806 durante la era napoleónica, pasando por alto los varios millones de no alemanes que vivirían entonces en el Imperio Alemán. Dado que este plan hubiera tenido como consecuencia una inevitable división de Austria, no sorprendió la vehemente negativa del emperador austríaco Francisco José I (1830-1916).
Pero también la “Pequeña Alemania”, solución que comprendía a la Confederación Germánica y Prusia, pero sin Austria, fue rechazada por el emperador austríaco, ya que con ello hubiera perdido influencia política sobre Alemania. Además, esta solución fallaba en el propósito de unir a todos los ciudadanos de lengua alemana en un nuevo imperio. Durante meses se enfrentaron ambos bandos irreconciliablemente. Además, estaban divididos ante otra polémica cuestión: ¿Debía ser el nuevo imperio una República o una Monarquía constitucional?
Rechazo del rey prusiano
El 27 de marzo de 1849 la cuestión fue sometida a votación: una escasa mayoría votó a favor de una monarquía constitucional con el rey prusiano como emperador alemán a la cabeza. Inmediatamente fue enviada una delegación a Berlín para ofrecer la corona imperial a Federico Guillermo IV (1795-1861). Pero éste la rechazó tajantemente. Para él era como un collar para perro de metal que le quería poner la Asamblea Nacional. Como no se quería hacer coronar por los “canallas”, desperdició la última oportunidad de los alemanes de integrarse en un Estado nacional resultante de un movimiento popular.
Cuando poco después capitularon las últimas tropas en la localidad de Rastatt, en el suroeste de la actual Alemania, la Revolución Alemana se había desmoronado. Los diputados habían fracasado tanto por su falta de poder, como por su incapacidad para resolver la cuestión de las fronteras del nuevo Estado alemán. Una exclusión de Prusia y Austria hubiera dejado la impresión de haber creado un Estado parcial, que como la Confederación Germánica, hubiera sido incapaz de sobrevivir de manera independiente, quedando a merced de la buena voluntad de los otros dos Estados alemanes. La inclusión de Prusia y Austria hubiera conducido a la desintegración de ambos Estados, debido a que grandes grupos no alemanes de la población vivían en ambos países.
Así fue como quedó un statu quo, una situación de ambigüedad en el corazón de Europa. Sin embargo los acontecimientos durante la Revolución Alemana dejaron en claro que la inestabilidad política era un peligro creciente. Unos 22 años después fue fundado un Imperio alemán, pero sin participación popular. La ceremonia de fundación tuvo lugar en enero de 1871 en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles. En esa ocasión, el rey Guillermo I de Prusia (1797-1888) no declinó la corona. Durante algunos años fue mantenida la paz en Europa, hasta que la política cada vez más agresiva del nuevo emperador alemán, Guillermo II de Prusia (1859-1941), provocó una erupción de dimensiones insospechadas.
Autor: Matthias von Hellfeld/ EU
Editor: Pablo Kummetz