Una revolución orgánica
1 de diciembre de 2015En la década de 1990, la capital de Colombia, Bogotá, era un lugar peligroso. Los secuestros diarios y la violencia guerrillera estaban a la orden del día. Por todo ello, Alexander von Loebell, un gestor de marketing, buscó un poco de paz y tranquilidad en el campo.
Von Loebell, de 51 años de edad, encontró lo que buscaba en Gabeno, una pequeña granja ecológica a una hora al oeste de Bogotá. Allí se manchó las manos en pilas de compost de estiércol de vaca y plantó cultivos utilizando abono natural. Asimismo, encontró un nuevo vínculo con la tierra y con su propia salud.
En 2002, buscando su próximo reto, el alemán, nacido en Colombia, fundó BioPlaza, la primera y única cadena de supermercados y restaurantes orgánicos de Colombia. En BioPlaza se pueden encontrar productos como el café tradicional, cultivado bajo sombra, el té de hibisco y la miel de MUVEA (Mujeres Vichadenses en Acción), una organización de mujeres agricultoras fundada el año pasado.
"Nadie en Colombia gritó `queremos alimentos orgánicos´. Pero con ello ayudé a crear una conciencia en la gente", explica von Loebell, que en julio de este año abrió su quinta tienda.
Para 2020 planea abrir de 25 a 30 tiendas más en todo el país, con restaurante integrado, y expandirse a su vez a los barrios más pobres. Al trabajar con granjas a una distancia de tan solo 30 kilómetros, la cadena de tiendas puede mantener bajos los precios de los productos frescos y von Loebell cree que los precios seguirán cayendo, a medida que aumente la demanda de vegetales orgánicos.
BioPlaza es solo un ejemplo de un número creciente de iniciativas empresariales y educativas, que proporcionan alternativas a la comida rica en pesticidas, que sigue siendo la norma en Colombia. Asimismo, también se está creando conciencia sobre el impacto que tiene la elección de alimentos en la salud humana y el medio ambiente.
Una revolución no tan verde
De acuerdo con un estudio reciente del Instituto Suizo de Agricultura Orgánica (FiBL), Colombia posee el sector agroecológico más pequeño de toda América del Sur, con tan solo un 1% de agricultura libre de pesticidas.
Al mismo tiempo, el país es uno de los mayores consumidores de productos agroquímicos de América Latina, con un promedio de 234 kilogramos de pesticida por acre de superficie. A diferencia, países vecinos como Ecuador y Venezuela utilizan de media 86 kilogramos.
El uso intensivo de productos químicos en Colombia se inició en la década de 1950 con la mal llamada Revolución Verde. El objetivo de la "revolución" fue aumentar la producción agrícola para alimentar a la creciente población del país. Pero el nuevo enfoque condujo a que gran parte de las tierras cultivables se convirtieran en estériles y Colombia se viera obligada a importar productos como el café, los cereales y el arroz, según explica von Loebell.
A pesar de ello, muchos agricultores todavía hoy recurren a los agroquímicos como una especie de panacea, según explica Carlos Andrés Escobar Fernández, director general de EcoNexos, una consultora colombiana que trabaja en el desarrollo de la agricultura orgánica y sostenible.
"Muchos agricultores consideran cara la mano de obra y tratan de reducirla mediante el uso de agroquímicos", explica Fernández. "Creen que es mejor cuanto más usen", añade.
El uso excesivo de estos productos químicos, sin embargo, puede matar microorganismos esenciales para la fertilidad del suelo y privar a las plantas de los nutrientes necesarios. Además, ciertos pesticidas también están relacionados con la disminución poblacional de un polinizador importante: la abeja.
Las granjas orgánicas, por el contrario, aportan mayor diversidad. Según un informe del FiBL, en estas granjas residen un 30% más de especies que en los campos administrados convencionalmente. Por esa y otras razones, EcoNexos apuesta por el cambio.
¿De dónde viene nuestra comida?
En 2010, Tomás León Sicard, profesor del Instituto de Estudios Ambientales (IDEA) de la Universidad Nacional de Colombia, participó en la puesta en marcha de un Programa de Doctorado en Agroecología en su campus y en otros lugares del país. Se trata de una carrera orientada a la práctica, que promueve la agricultura sostenible y orgánica, y es la primera de su tipo en Colombia. Más de 50 estudiantes ya están participando en el programa y el interés aumenta.
"Los jóvenes se interesan por una agricultura ecológica", afirma Sicard. Y añade: "Ellos serán los siguientes profesores, los próximos investigadores".
Precisamente fueron estos jóvenes, estudiantes de ingeniería agrícola de la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá, quienes fundaron los jardines productivos. Los estudiantes noveles plantaron jardines verdes de cultivo como el brócoli y la quinua en zonas libres de la metrópoli. Un proyecto similar, Permaculturas Colombia, promueve el diseño ecológico en los jardines y en la producción alimentaria.
Estas iniciativas prefieren un enfoque práctico para acercar de nuevo la producción de alimentos a los ciudadanos, mostrando a la gente, por ejemplo, cómo producir su propio compost. Existen otros proyectos agrícolas en Bogotá, que siguen el modelo de los jardines productivos, según cuenta Julián Ernesto Ramírez Caballero, uno de los estudiantes fundadores del proyecto.
"En general la dinámica de diálogo y reflexión sobre la práctica (de la agroecología) ha permitido a muchas personas cuestionarse cada vez más su propio consumo y estilo de vida", explica Caballero, que en la actualidad trabaja como educador en agroecología urbana y jardinería.
Conectando los puntos
La agricultura orgánica también es un activo importante para las zonas rurales colombianas, según Sicard. Se requiere un 50% más de mano de obra que en la agricultura convencional, y por lo tanto permite la creación de puestos de trabajo.
Esa es la idea detrás de iniciativas tales como MUVEA, que forma a madres solteras, y discriminadas, en la práctica de la agricultura ecológica y les ayuda a encontrar un mercado para sus productos, que incluyen anacardos, piñas, mangos y miel.
"Nosotras no utilizamos pesticidas ni productos químicos en nuestras granjas", dice la co-fundadora Olga Lucía Lizarazu. "Prueba de ello es que el número de abejas crece a diario en nuestra región", enfatiza.
La organización, sin ánimo de lucro, está construyendo un centro de procesamiento de productos agrícolas en las cercanías de Puerto Carreño, que debe crear 80 puestos directos de trabajo y 300 empleos indirectos, según Lizarazu.
Es por eso que en la agricultura orgánica, las cuestiones ecológicas, sociales y políticas van unidas, según Sicard. Colombia se enfrenta a crecientes problemas como la escasez de agua, la sequía y el cambio climático, y por ello más gente se verá obligada a repensar la forma de producir los alimentos.
"Necesitamos valores para cambiar nuestro mundo y el sistema de agricultura ecológica nos proporciona esos valores", afirma Sicard. "Es sinónimo de cooperación, simbiosis y solidaridad", concluye.