La UE debe reaccionar a la presión de Turquía
16 de septiembre de 2019El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, es más peligroso cuando se ve entre la espada y la pared. En un contexto de recesión económica y ante los signos de declive político de su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), ha vuelto a su modo de actuar cuando se siente amenazado: amenazar y demostrar poder. En el día a día, esto se conoce como bullying. Y la Unión Europea ha retrocedido sistemáticamente cada vez que el mandatario ha hecho uso de esta táctica.
Las cosas no van bien en Ankara
Son varias las informaciones contradictorias que llegan estos días desde Turquía. Recientemente, un tribunal superior ordenó la liberación de los peridistas del diario "Cumhuriyet” que habían sido encarcelados por supuestos delitos políticos. Mientras tanto, miles de otros intelectuales, escritores y profesores languidecen aún en las cárceles de Erdogan.
La preocupación relativa a los abusos de derechos humanos ha congelado las negociaciones de acceso de Turquía a la UE. Pese a ello, el presidente turco ha manifestado que quiere hablar con los líderes de Bruselas.
Erdogan quiere negociar porque necesita ayuda. Está bajo una enorme presión económica y cualquier signo de que la Unión está abierta a mantener una asociación sería beneficioso para los mercados financieros turcos. La modernización de la unión aduanera entre Turquía y la UE, el progreso en las negociaciones de adhesión y la inyección de otros mil millones de euros desde Bruselas son todas posibilidades que están sobre la mesa.
Los síntomas de decadencia política rodean al presidente. El más obvio lo constituyen las pérdidas electorales que sufrió el AKP ante la oposición en las recientes elecciones locales de Estambul. Pero también la fundación de nuevos partidos por parte de sus antiguos aliados: Ahmed Davutoglu, primer ministro entre 2014 y 2016 y exlíder del AKP, y Ali Babacan, antiguo ministro de Finanzas, quien ha subrayado la grave situación de derechos humanos y la complicada situación económica del país.
Si esto le cuesta al AKP únicamente unos pocos puntos porcentuales en las encuestas, podría abrir la puerta al fin de la era Erdogan. El presidente, no obstante, no se irá sin luchar. Por eso ahora se dirige a la UE.
Refugiados sirios: rehenes del Gobierno turco
Erdogan está utilizando a los más de tres millones y medio de refugiados de la guerra siria que hay en su país como una moneda de cambio y utiliza una serie de medidas orquestradas para dejar claro a Bruselas lo que está en juego. Primero aumentan de pronto las llegadas de nuevos refugiados a Grecia. Luego se envía a sirios no registrados de vuelta a la zona en conflicto. Turquía quiere erigir allí con ayuda de Estados Unidos "zonas seguras" en los territorios kurdos del noreste sirio. Estas acogerían al aproximadamente medio millón de refugiados que están desesperados por escapar de la región de Idlib, una de las últimas áreas en las que continúan los enfrentamientos. Pero el proyecto de Erdogan no está dando los frutos que esperaba. Ni Washington ni Moscú le siguen la corriente y su plan maestro para volver a las dos grandes potencias mundiales una contra la otra ha fracasado.
Eso le deja solo la opción de mirar a Europa, que tiene las cartas más débiles en este juego geopolítico y es, desde luego, menos resolutiva e implacable. Nada detendrá a Erdogan a la hora de chantajear a los europeos con el futuro de los sirios.
Sabe perfectamente que la UE cayó en una profunda crisis política en 2015 porque los populistas aprovecharon el alto número de llegadas de refugiados para avivar el fuego nacionalista y asustar a los ciudadanos. También sabe que la amenaza turca de volver a abrir sus fronteras, dejando que los refugiados sirios continúen su viaje hacia Europa, desata los nervios en Bruselas.
Los europeos necesitan una estrategia
La mayoría de los europeos son ciegos ante la batalla mortal y militarmente decisiva que se está librando ahora mismo en Idlib. El fenómeno se llama fatiga de la compasión. No obstante, si el número de refugiados de guerra que huyen de la región empieza a aumentar, la UE debería tener una estrategia para lidiar con esto. Si los líderes no quieren más refugiados en Europa, tienen que crear una alternativa segura para ellos.
Pero las zonas seguras de Erdogan no son esa alternativa, porque lo que quiere por encima de todo es el control militar de los territorios kurdos. Además, ni está dispuesto ni tiene la capacidad de organizar y hacerse cargo del enorme número de refugiados sirios que podrían llegar allá pronto.
Aquí es donde los europeos tienen que intervenir: tienen que decidir, finalmente, cómo quieren reaccionar a esta crisis. Si todavía les quedan valores humanitarios, tienen que entablar negociaciones, decidir en qué están dispuestos a contribuir y decir cuánta cooperación turca están dispuestos a aceptar.
Esto deja a los europeos sumidos en un dilema de política exterior. Por un lado, no quieren a apoyar a un Erdogan cuyo poder empieza a resquebrajarse. Por otro, sencillamente no pueden dejar el destino de millones de sirios en manos del presidente turco o de Estados Unidos.
Sin embargo, Bruselas está ahora ocupada con el teatro del "brexit”, la transferencia de poder entre instituciones comunitarias y toda una serie de preocupaciones cotidianas. Como resultado, queda poca atención que dedicar al descomunal drama que tiene lugar en la frontera turco-siria.
La amenaza es que los europeos vuelvan a esperar y reaccionar solo cuando ya es demasiado tarde, dejándose chantajear de nuevo por el presidente turco. Esa sería la peor solución posible para los refugiados sirios, pero también para los objetivos europeos respecto a Turquía.
(eal/cp)
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