La UE, más dividida que nunca
3 de julio de 2019Es un triunfo inesperado para Angela Merkel. Hace más de 50 años que no había un alemán al frente de la Comisión Europea. Ursula von der Leyen sería la primera mujer en ocupar dicho cargo y pertenece a la familia de los partidos conservadores. Si la canciller alemana se hubiera propuesto lograr ese resultado, probablemente no lo habría conseguido. Pero, tras fallar todas las otras opciones, los jefes de Gobierno de la UE se sintieron aliviados por haber podido ponerse finalmente de acuerdo en torno a una candidata aceptable. Y fue Emmanuel Macron quien lanzó al ruedo el nombre de Von der Leyen. El que fracasó, en cambio, fue el Parlamento Europeo, con sus "candidatos principales” (Spitzenkandidaten).
Resistencia en el este
Lo que faltó por completo en esta cumbre fue la disposición al acuerdo. Y ello se debe, sobre todo, a los Estados del Grupo de Visegrado. Más ruidosos que nunca, hicieron todo lo posible por acabar con las posibilidades del candidato socialdemócrata, Frans Timmermans. En su calidad de Comisario europeo, él defendió los principios del Estado de derecho con más vigor del que hubieran querido y no dejó pasar sus transgresiones; algo imperdonable a ojos de los nacionalistas de Varsovia y Budapest, que recibieron refuerzos del Gobierno populista de Roma. Esta es una nueva constelación que causará todavía muchas molestias en la UE.
Podría uno morderse los labios de rabia por el hecho de que un demócrata cabal como Timmermans haya fracasado por la resistencia de Orbán y del partido polaco PiS. Pero los jefes de Gobierno no quisieron forzar una decisión pasando a llevar a países de esa envergadura, como dejó en claro Angela Merkel. Matemáticamente habría sido posible.
Las largas discusiones en el Consejo de los gobernantes son un anticipo de lo que vendrá en los próximos años: más pugnas y desunión. Algunos países del este de Europa quieren una política sustancialmente diferente. Están en contra del modelo de las democracias liberales como base común y en contra de una mayor integración europea. Ahora ya se han juntado suficientes perturbadores para socavar y poner en tela de juicio los procesos y decisiones de la UE.
Un acuerdo de trastienda
Del fracaso del candidato conservador Manfred Weber fue en buena medida responsable el presidente francés. Hace ya tiempo que había dado a entender que lo consideraba demasiado inexperto. Macron consiguió el apoyo de España y de los escandinavos para romper, tras 15 años, la primacía de los conservadores en la Comisión Europea. Tampoco eso resultó finalmente, pero por lo menos él mostró disposición al acuerdo y aceptó a la ministra alemana de Defensa.
La tercera candidata, la liberal danesa Margrethe Vestager, muy valorada como comisaria de Competencia, fracasó debido a la resistencia de los italianos, en cuyo camino se interpuso una vez en un asunto bancario. El caso demuestra que la repartición de puestos en Bruselas también se ha convertido en ocasión para ajustes de cuentas individuales. Esta muestra del carácter de este Gobierno italiano acabó con la última oportunidad de nombrar a uno de los "Spitzenkandidaten”.
Desastre para la Eurocámara
Este espectáculo fue todo un desastre para el Parlamento Europeo, que quería democratizar la elección del presidente de la Comisión y hacerla más transparente. El procedimiento actual no es óptimo porque, en vista de las listas nacionales, los votantes no identifican tanto a un candidato de otro país. Pero al menos habría sido un primer paso.
La canciller alemana trató de salvar el asunto, poniéndose por lo pronto de parte del candidato socialdemócrata. Pero cuando todos los "Spitzenkandidaten” fracasaron, solo quedó la opción de un candidato sorpresa. El problema es la debilidad institucional del Parlamento: no tiene poder sobre el puesto del presidente de la Comisión, el cargo más importante de la UE. Los gobiernos pueden nominar un postulante, que los parlamentarios deben confirmar. En suma, ambas partes tienen que ponerse de acuerdo.
La moraleja de este fiasco es que hay que fijarse en la elección de los candidatos. Manfred Weber era un postulante débil, porque le faltaba experiencia de gobierno. Los conservadores habrían tenido otros nombres que ofrecer. Los partidos deben reflexionar sobre cuáles candidatos consideran capaces de concitar apoyos mayoritarios, tanto entre sus propias filas como entre los gobiernos. Pero no lo hicieron. De esta forma, son corresponsables de este fracaso, que echa atrás en años la democratización de la política comunitaria.
(ers/elm)
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