Las secuelas de un devastador incendio forestal
10 de abril de 2018Cuando recibí el SMS de mi vecino, llovía ceniza del cielo. En su mensaje, me advertía que un incendio podría estar descendiendo sobre el valle en nuestra dirección.
Cuando subimos al coche para huir, no podíamos ver humo en las inmediaciones, pero las cenizas eran una clara señal de que algo iba mal. Diez minutos más tarde, buscamos resguardo junto a un río y desde allí observamos, a salvo, cómo el fuego devoraba nuestra montaña, y por último nuestra casa.
En realidad, vivimos en la ciudad. Nos habíamos retirado a nuestra cabaña en las montañas densamente arboladas de las afueras de Melbourne, para escapar de una ola de calor extrema. Se esperaba que las temperaturas urbanas aumentaran a 47 grados centígrados, según los pronósticos. Sería el día más caluroso desde que se iniciaran los registros meteorológicos. La semana anterior, las temperaturas habían rondado ya los 40 grados. Según los científicos el cambio climático está dando lugar a olas de calor que baten récords y provocan incendios forestales.
La advertencia oficial de "peligro extremo de incendio” para ese día ya era generalizada a esa hora. Debido a los vientos de 100 kilómetros por hora y a una prolongada sequía, que había convertido los vastos bosques de la región en un polvorín, el primer ministro de Victoria advirtió que el 7 de febrero sería probablemente el "peor día de la historia del estado”. Muchos, incluido yo mismo, no recibimos esa advertencia.
Al final, parece que un cambio de viento salvó nuestro valle. Sin embargo, tuvimos que observar impotentes cómo otras ciudades del noreste ardían en llamas. Muchos residentes estaban mal preparados. Muchos no saldrían con vida.
"Como media docena de motores a reacción gigantes"
David Barton y su entonces esposa Jennifer, también trataron de capear el calor extremo en su casa de Marysville, un pequeño pueblo conocido por sus antiguas y pintorescas casas de huéspedes y las vastas extensiones circundantes de altos bosques de eucalipto. Alrededor de las 15:45 horas, la pareja notó el humo que se elevaba desde las colinas al cielo a cierta distancia.
El fuego se encontraba a unos 35 kilómetros (22 millas) de distancia y se dirigía hacia el sur, todavía en mi dirección. Pero entonces un giro en los vientos cambió el curso de las llamas en la dirección opuesta. La encantadora aldea, donde David y Jennifer habían iniciado un negocio de antigüedades el año anterior, pronto se encontraría al paso de un gran fuego.
En ese momento los vientos eran de unos 120 o 130 kilómetros por hora. En la ciudad, la temperatura ascendió a 56 grados centígrados. La pareja ayudó a evacuar a enfermos y ancianos. Cuando Jennifer se encontraba de camino al hospital con una mujer mayor, David decidió irse también; eran alrededor de las 18:45 horas.
"El cielo se volvió completamente negro”, cuenta a DW, describiendo la escena en la que huyó. "Un rugido increíble se extendió por toda la ciudad, como media docena de motores a reacción despegando”, explica.
"Miré hacia la calle principal de Marysville y pude ver una pared de fuego, un gran resplandor de llamas anaranjadas brillantes de unos 46 o 61 metros de altura (150 o 200 pies). Sobre ella se elevaban otros 91 o 122 metros (300 o 400 pies) de humo negro gris, agitado y arremolinado”, recuerda.
"Pensé, ¡vaya!, eso no se ve muy bien”, cuenta David. La escena fue tan "surrealista” para él que no fue del todo consciente de lo que estaba sucediendo. Excepto su perro y un poco de agua, no se llevó nada más.
Respirar se hacía cada vez más difícil porque el fuego absorbía el oxígeno de la atmósfera. Aún así, David no creía que el fuego llegaría al centro de la ciudad. Media hora después, prácticamente todo Marysville se había reducido a cenizas. Fue una escena apocalíptica parecida a las calles bombardeadas de Siria, según David. Como muchos otros, perdió todo en el incendio. Ninguna casa se mantuvo en pie.
Lidiando con las secuelas
David advirtió a amigos y residentes de la ciudad, pero muchos de los que creían que podían defender sus pertenencias murieron en el incendio más mortífero de la historia australiana. Algunos fueron encontrados sosteniendo mangueras fundidas en sus manos, con las que intentaron extinguir el fuego.
Un total de 34 personas murieron ese día en Marysville. En todo el país, el incendio cobró 173 vidas. La magnitud de los daños causados a la comunidad es incalculable. Alrededor del 60 por ciento de los residentes de Marysville, incluyendo a David y Jennifer, decidieron no regresar, y en su lugar se mudaron más cerca de Melbourne. El matrimonio de los Barton terminó dos años después.
No fueron los únicos cuya relación se rompió como resultado del trágico Sábado Negro, según David. Desde entonces ha escrito una tesis doctoral sobre las formas en que los supervivientes han experimentado "afecto, pérdida y dolor”, describiendo su propia lucha contra el trastorno de estrés postraumático.
El australiano cree que las cosas entre él y su esposa podrían haber sido diferentes si la pareja hubiera regresado a Marysville para reconstruir la aldea junto con el resto de la comunidad. En 2012, David regresó solo y se sintió aliviado de estar entre amigos, a pesar de la ausencia de muchos.
Señales de advertencia y complacencia
Casi diez años después, la estrategia oficial del gobierno consiste en pedir a la gente "salir cuanto antes”, cuando hay una amenaza extrema de incendio. Muchos, sin embargo, no se prepararon para lo inevitable, según David. Especialmente los antiguos habitantes de la gran ciudad, que se habían mudado al campo en busca de paz y tranquilidad.
En enero, me encontraba de vuelta en mi casa para hacer unas reparaciones. Una vez más, las temperaturas ascendieron a 40 grados. Para ser honesto, no tenía un plan sistemático si ocurría un incendio. Mi única idea sería huir.
Tras la publicación del informe de la Comisión Real de Incendios Forestales de Victoria de 2009, se mejoraron mucho los sistemas de alerta avanzada, incluyendo una nueva alerta "código rojo”, que se envía como mensaje de texto a los residentes en zonas propensas a incendios forestales en caso de emergencia.
A pesar de todo, un centenar de casas en Nueva Gales del Sur y Victoria Occidental fueron destruidas de nuevo por incendios forestales en 2018. Milagrosamente, nadie murió.
A David le preocupa que los acontecimientos del Sábado Negro se olviden con el tiempo. "Todo podría suceder de nuevo”, teme. Y en realidad es suficiente con un cambio en la dirección del viento.
Autor: Stuart Braun (AR/ER)
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