La moderna esclavitud
3 de diciembre de 2010"Detrás de un gran hombre hay una gran mujer“, dice una frase popular que alude a que son ellas las que hacen el trabajo en el hogar para que ellos puedan triunfar. Y cuando una mujer es exitosa no es porque tenga detrás a un gran hombre. En América Latina hay un ejército de heroínas del hogar que se encargan de los niños, de que haya comida, ropa limpia y planchada, de limpiar, barrer, de que funcione el hogar.
Se estima que unos once millones de personas, la gran mayoría mujeres, trabajan en América Latina como “empleadas del hogar”. Aunque la situación varía de país a país, por lo general son mujeres y niñas sobre explotadas, su origen indígena, humilde y rural, aunado a su baja escolaridad las coloca en una situación de total desprotección. No tienen horarios, ni un salario mínimo, son discriminadas, víctimas de abusos y de impunidad.
“Primero hay que entender a una ciudad que no es la de una. Yo no hablaba español y aprendí con los niños que tenía que cuidar, aprendí a hacer el trabajo como la señora quería, pero tuve que cambiar de trabajo muchas veces porque quería estudiar”, dice Marcelina Bautista Bautista, que llegó siendo niña a la Ciudad de México proveniente de Oaxaca, en el sureste del país. Ella misma vivió las condiciones de semi esclavitud y los maltratos, hostigamientos sexuales y despidos injustificados que muchas mujeres tienen que soportar, pero su empeño en seguir estudiando en una escuela nocturna, por lo cual tuvo que cambiar muchas veces de trabajo, fue lo que le abrió el horizonte y la motivó primero a defender sus derechos y luego a organizarse con otras mujeres para combatir la explotación de las trabajadoras del hogar.
Marcelina Bautista Bautista, fue honrada por su trayectoria con el Premio de Derechos Humanos 2010 de la Fundación Friedrich Ebert. La ahora secretaria general de la Confederación Latinoamericana y del Caribe de Trabajadoras del Hogar, techo de unas 30 organizaciones en América Latina, y desde el 2000 directora del Centro de Apoyo y Capacitación para las Empleadas del Hogar (CACEH), habló ante un auditorio en la sede de la Fundación Friedrich Ebert, en Berlín, sobre el largo camino que ha recorrido desde que en 1988 fundara la organización “La Esperanza”.
“Seguimos encontrando mujeres que trabajan hasta 16 horas al día, que perciben salarios ínfimos, que son intimidadas por sus patronos. México es uno de los países con menos avances en la protección de los derechos de las trabajadoras del hogar, todavía está muy generalizada la mentalidad de que a las niñas hay que ponerlas desde chicas a limpiar y a los niños no porque van a ser presidentes”, dice Marcelina Bautista ilustrando como la mentalidad machista es cultivada por las madres mismas. Marcelina y sus compañeras saben que la desinformación y baja escolaridad es en buena parte la causa del desamparo e indefensión en el que se encuentran muchas mujeres y que no van a buscar ayuda por iniciativa propia.
“Vamos a buscarlas a los parques, al supermercado, a las plazas los domingos cuando tienen un día de descanso. A las casas no las buscamos porque nos corren” dice, y explica que la organización CACEH creó un programa de colocación para ayudar a las mujeres a encontrar mejores puestos de trabajo, posteriormente lanzaron un programa de difusión para sensibilizarlas sobre su situación. “A veces reaccionan con resentimiento cuando se dan cuenta de los años en los que han sido violentados sus derechos”.
Sin embargo la lucha por los derechos de las trabajadoras del hogar avanza y el próximo año es posible que se firme un convenio en la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que las reconocerá internacionalmente. En México donde el trabajo doméstico remunerado es la tercera ocupación más importante de la población femenina económicamente activa, Marcelina Bautista reclama seguridad social y prestaciones laborales para este sector.
En América Latina hay países que han avanzado a través de la lucha sindical: Uruguay y Brasil son la punta de lanza, pero les siguen otros como Bolivia y Perú. “Son los trabajos con menos protección y las más afectadas son las mujeres, es un problema de cultura”, dice el sindicalista uruguayo Ariel Ferrara, quien recuerda que inclusive los sindicalistas de su país que tienen una trabajadora doméstica, no respetan sus derechos, con lo que violan el principio de solidaridad que es la base fundacional del movimiento sindical. Pese a ello Uruguay es un país privilegiado en América Latina porque otorga una cobertuara de seguridad social a todos los empleos reconocidos como legales.
Karin Pape, Coordinadora de la Red Internacional de Trabajadoras Domésticas (IDWN por sus siglas en inglés) ennumera los derechos básicos que aún no tienen vigencia ni en los Estados Unidos: que el trabajo doméstico y quienes trabajan en ello sean reconocidos, que tengan un salario mínimo, seguridad social y derecho a organizarse”, subraya.
Hildegard Hagemann, referente de la Comisión Alemana Justitia et Pax, destaca por su parte la situación de las mujeres migrantes que dejan sus familias y su entorno en países en desarrollo para buscar un ingreso como trabajadoras domésticas en países industrializados. “No hay trabajo en el campo, entonces emigran a las ciudades, a otras regiones y países, como se ve en los grandes flujos migratorios en Asia, África y América Latina”.
Autora: Eva Usi
Editor: Pablo Kummetz