Las tribulaciones de Blair
22 de junio de 2004Por todos lados le están lloviendo problemas al primer ministro londinense, Tony Blair. Ahora es la crisis que se desató con Teherán, a raíz de una presunta incursión de marinos británicos en aguas territoriales iraníes. El gobierno de Londres desea una rápida solución del asunto. Sin embargo, Irán no parece interesado en evitar la escalada. Por el contrario; se ha dicho que pretende someter a juicio a los hombres que, según la versión británica, pertenecían a un equipo que capacita a guardias aduaneros en el sur de Irak y que al parecer se desviaron de su rumbo por error.
Otro flanco abierto
Los analistas se preguntan, desde ya, por qué está levantando tanto polvo este incidente. El periódico The Times, por ejemplo, especula que Irán intenta demostrar que es una potencia regional con intereses en Irak. Sea como fuere, el episodio no le viene bien al gobierno británico, al que la aventura iraquí tiene de por sí bastante a mal traer ante la opinión pública nacional. El tema de la guerra, y sobre todo las crecientes dudas en torno a la veracidad de los argumentos con que se justificó, sigue pendiendo como una espada de Damocles sobre Downing Street.
En esta posición debilitada, Tony Blair ve abrirse otro frente de batalla adicional: el de la resistencia de los euroescépticos a la futura Constitución Europea. Cierto es que el premier británico consiguió buena parte de lo que esperaba en la última cumbre comunitaria y logró, por ejemplo, evitar que los asuntos tributarios pasaran a ser materia a decidir por mayoría. Este y otros puntos le permitieron afirmar, en casa, que logró imponer los intereses del país en Bruselas.
Problemas de credibilidad
Pero eso no basta en absoluto para frenar a los sectores dispuestos a torpedear el proceso de integración política con el continente. Comenzando por los seguidores del Partido por un Reino Unido Independiente que logró convencer a un 17% de los electores con su discurso en favor de que Gran Bretaña abandone la UE. Pero probablemente no sea esta postura extrema la que inquiete más a Blair. El problema principal radica en la resistencia de los conservadores, que no quieren apartarse de la Unión Europea, pero critican enconadamente el proyecto constitucional. Sin su apoyo, el primer ministro se verá en aprietos para convencer a la población de las ventajas de contar con una Carta Fundamental europea.
El asunto es grave, considerando que el gobernante ha prometido someter el tema a referéndum. Según el ministro de Relaciones Exteriores británico, Jack Straw, esa consulta popular habría de celebrarse antes de fines del 2006. Queda pues tiempo suficiente para hacer campaña en pro de la Constitución. Sólo que un primer ministro con problemas de credibilidad no es el mejor abogado para una causa tan controvertida en Gran Bretaña como la integración europea.