Ley sobre el aborto: una pesadilla hecha realidad
23 de octubre de 2020Soy mujer, católica y madre de dos hijos. Y estoy furiosa.
Nuestros hijos todavía son pequeños, y el recuerdo de los embarazos todavía no está tan lejano. Fuimos afortunados al no tener que habernos enfrentado a este dilema impensable y, sin embargo, los nueve meses estuvieron marcados por la incertidumbre y los miedos. "¿Saldrá todo bien?”, nos preguntábamos. No me animo a imaginarme cómo se siente una mujer, cómo se siente una pareja, cuando se les dice que su hijo apenas tiene probabilidades de sobrevivir y tiene graves malformaciones. Obligar a una mujer a llevar a término un embarazo así, si ella no se anima a hacerlo, debe ser una tortura. ¡Es una tortura!
Todavía recuerdo bien cuánto temor tenía por los estudios prenatales, con cuánta inseguridad iba camino del consultorio médico. Y cuán agradecida estaba a la Medicina por tener siquiera la posibilidad de enterarme de si habría complicaciones. Y, al final, en el peor de los casos, decidir por mí misma qué hacer. Debe ser terriblemente difícil tener que tomar una decisión en una situación así, no importa cuál sea.
Las mujeres necesitan coraje
Admiro a toda mujer que se decide a completar la gestación de un niño gravemente enfermo, y luego a acompañarlo en cada uno de los pasos de su vida. No hay casi palabras para expresar mi respeto por esas familias, porque conozco a algunas que tomaron esa decisión. Para eso se necesita valor. Pero es sumamente hiriente que se diga de aquellos que se deciden por lo contrario que son cobardes, o que no protegen la vida. También para ese tipo de decisiones se necesita coraje, decisiones que también conllevan consecuencias, como en el caso contrario, para toda la vida.
Por eso digo: ¿quién sino las mismas mujeres tiene derecho a decidir? No me cabe en la cabeza cómo alguien puede creer que tiene derecho a juzgarlas de manera tan descarada en un terreno tan íntimo de sus vidas. Como no se podía esperar de otro modo, el Tribunal Constitucional en Varsovia, reformado por el partido PiS según su conveniencia, emitió un veredicto de acuerdo con lo que quieren los obispos y amplios sectores de la facción gobernante.
A quien se condena es a las mujeres. Se las condena a una cruel cuenta regresiva, hasta la muerte de sus hijos. Muchos de ellos sobrevivirán pocos días, o semanas, pero eso no le interesará a nadie. Los que sufrirán son los padres y los niños. Aquellos que hoy se llenan la boca con "la protección total de la vida” no compartirán ese sufrimiento.
El Estado no debe inmiscuirse en la vida privada
Así como tampoco lo compartirá el Estado, que apoya poco y nada a las familias que tienen hijos gravemente enfermos. Y no estoy hablando de apoyo material, sino de estructuras y posibilidades, que casi no existen en Polonia, para quienes, desde el comienzo de su vida, deben transitar un camino diferente. En ese país faltan posibilidades de rehabilitación, escuelas adecuadas, infraestructura para personas en sillas de ruedas, y también falta aceptación para esas personas con discapacidades y capacidades diferentes.
Aquí no se trata de estar "a favor” o "en contra” de algo. No. Se trata del derecho de las mujeres de decidir por sí mismas en las cuestiones más elementales. El Estado polaco se inmiscuye cada vez más en áreas de la vida privada que no son cosa suya. La política define lo que es un polaco "de verdad”, un "buen cristiano”, una mujer o una madre "como corresponde”.
Justamente las mujeres -y eso lo sé muy bien- son fuertes, lo suficientemente fuertes como para tomar sus propias decisiones. No es una sorpresa que eso no le guste a todo el mundo. Pero tendrán que contar con ellas. Ahora, también y cada vez más, en Polonia.
(cp/ers)