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Ordenados

Peter Zudeick/Emilia Rojas14 de noviembre de 2012

Se dice que los alemanes amamos el orden. Pero nosotros no lo inventamos. Simplemente descubrimos que con orden las cosas funcionan mejor que sin él. Peter Zudeick se ocupa del tema en su primera columna.

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Imagen: Olaf Wandruschka - Fotolia.com

No, nosotros no inventamos el orden. Tampoco el amor al orden. Hay que reconocerlo. Nuestros antepasados eran tipos salvajes, que amaban el caos. El orden provino de los romanos. En el derecho, en el sistema monetario, en la estructura del Estado. Pero, sobre todo, en el ejército, siempre en perfecta formación, mientras los teutones y otras tribus germanas corrían dispersos y alocados. Tras las primeras derrotas ante semejante desorden, los romanos tuvieron que hacer una amplia reforma militar. Y también nosotros hemos aprendido. Desde que dejamos de ser una horda germana y nos convertimos en ordenados alemanes, impera el orden. Y lo amamos.

El orden es un estado regulado. De cualquier cosa. El orden es la mitad de la vida, dice un dicho popular alemán. Que otros se hagan cargo de la otra mitad. Por ejemplo, los romanos, es decir los actuales, los que viven en Italia, el prototipo del desorden. Por lo menos eso era así hasta que los griegos tomaron la delantera en la materia.

Dios ama el orden

“El orden es necesario“; “el orden ayuda a administrar“; “el orden alimenta al mundo“. Todos esos son proverbios alemanes. No hay otro idioma que alabe el orden con tanta vehemencia como  el alemán. El dicho más lindo: “Dios ama el orden“. Al alemán le gusta que un ser superior respalde aquello que encuentra bien, ya sea que se trate de Dios, del emperador, el sacerdote o el jefe de gobierno.

El alemán no sólo habla de los guardianes del orden, de las fuerzas del orden o del llamado al orden, sino que también considera al orden un rasgo de carácter. Una persona que se aprecia es alguien que “está en orden“. Conocemos los “paisajes ordenados“, la “insolvencia ordenada“... la simple quiebra no es algo para los verdaderos alemanes.

Enanitos ordenados

En Alemania hay una ordenanza para todo; para el comportamiento en un edificio, para las estaciones ferroviarias, para los balnearios y para el tráfico de embarcaciones. Pero no en todas partes impera el orden. Se dice que hay pequeños jardines en los que reina el caos, pese a que los alemanes aman estos “Schrebergärten“: césped en lugar de pradera, caminos bien delineados, setos y cercos. Porque no se puede dejar la naturaleza en manos de la naturaleza: eso sería un desorden de marca mayor. Hay que evitarlo a toda costa. Un ejemplo es lo ocurrido con los enanitos de jardín. La ordenanza de los enanitos de jardín, que no está escrita en ninguna parte pero que el alemán lleva dentro, dispone en forma vinculante que el susodicho enanito debe tener un tamaño máximo de 69 centímetros, lucir una barba, llevar un gorro rojo y un delantal de cuero, y estar premunido de una pala, picota, lamparilla o carretilla. Los modelos que entretanto se ofrecen en el mercado aterran: enanitos de jardín en versión femenina, otros con el trasero al aire o haciendo gestos ofensivos. ¡Increíble! Pero en este terreno la Justicia alemana vela por el orden. Tales enanitos no son enanitos, sino una afrenta al honor que perturba la paz del vecindario, y deben ser retirados. Así lo dispuso un juzgado de Grünstadt en el año 1994. Y el mundo alemán volvió a estar en orden.