El futuro naranja de la agricultura
22 de enero de 2019Holanda es un país pequeño con una alta densidad de población. Alrededor de una cuarta parte del país se encuentra por debajo del nivel del mar. Se necesitan miles de kilómetros de diques para proteger esas zonas de las inundaciones.
Y es precisamente allí donde se encuentra la solución para una de las mayores tareas de la humanidad. En cualquier caso, así lo creen algunos agricultores y agrónomos de ese país. Aseguran que el mundo puede aprender a alimentar a los aproximadamente 9.600 millones de personas que poblarán la tierra en 2050, siguiendo su forma de cultivo.
Esta confianza en sí mismos no es casualidad. Los Países Bajos no solo son conocidos por sus coloridos tulipanes y zapatos de madera, sino también por su exportación de verduras. De hecho, el país es el segundo mayor exportador del mundo de productos agroalimentarios después de Estados Unidos. Los productores de frutas y hortalizas facturan alrededor de 6.000 millones de euros al año. Aquí crecen cebollas y patatas, pero también algunas verduras típicas del sur de Europa, como tomates, pimientos y chiles, que se encuentran entre los alimentos más vendidos.
El cultivo se realiza principalmente en invernaderos. La tecnología que los sustenta se llama "agricultura de precisión”, la más avanzada del mundo, según la industria agrícola holandesa.
Una vieja tecnología modernizada
La agricultura moderna de invernadero despegó en el país después de la Segunda Guerra Mundial como reacción a una de las últimas experiencias de hambruna en Europa. Hasta 20.000 personas murieron en el "invierno del hambre” holandés, durante los últimos meses de la ocupación alemana.
Hoy en día, la parte más avanzada de la tecnología de invernaderos del país se encuentra en la región meridional de Westland, donde el 80 por ciento de la tierra cultivada está repleta de invernaderos cubiertos de vidrio.
Nos encontramos en Duijvestijn Tomates, una empresa en crecimiento donde las plantas se doblan bajo el peso de las frutas rojas, amarillas, verdes y moradas. En estos espacios, extremadamente controlados, al visitante se le exige el uso de un traje higiénico de una pieza.
"Al final, la planta alcanzará entre 13 y 14 metros de altura y producirá unos 33 racimos de tomates”, explica Ad van Adrichem, director general de Duijvestijn Tomatoes.
Es importante conseguir esa altura en una zona donde la tierra es tan preciosa como escasa. Holanda, a pesar de ser un país pequeño, tiene una de las densidades de población más altas del mundo. Los invernaderos de Westland alcanzan así un rendimiento de 70 kilogramos de tomates por metro cuadrado de superficie cultivada. Eso es casi diez veces más que el rendimiento medio de otros países, como España o Marruecos, donde las hortalizas se cultivan en campo abierto. Además, el método holandés no emplea prácticamente ningún pesticida y utiliza ocho veces menos agua que el cultivo al aire libre.
Enfoques alternativos
El secreto del éxito es que los tomates holandeses no se cultivan en tierra, sino en pequeñas bolsas de lana mineral, un material fibroso que también se puede utilizar para el aislamiento y la insonorización.
"Ofrece mucho más control”, asegura van Adrichem. "Con ello, podemos controlar mejor la cantidad de nutrientes que necesitan las plantas, así como de agua”, aclara.
Asimismo, los invernaderos están equipados con todas las necesidades técnicas. Por ejemplo, Tomates Duijvestijn ha invertido en un techo de doble acristalamiento que almacena más calor y, al mismo tiempo, deja pasar suficiente luz para que las hojas inferiores de las plantas reciban suficiente sol.
La temperatura cálida constante proviene de dos pozos geotérmicos. El CO2 necesario para que crezcan las plantas es cuidadosamente conducido desde una refinería de petróleo cercana. Si el sol no brilla, la iluminación LED proporciona luz artificial diurna, que también brilla durante la noche. La tecnología va aún más allá: si no llueve, el riego está asegurado por el agua que se almacena en una capa subterránea de arena, para su uso durante los meses secos. En caso de que surjan plagas, la empresa no emplea pesticidas, sino insectos, que se comen las plagas. Incluso tienen colmenas de abejas para la polinización.
Sin embargo, algunos ecologistas se muestran escépticos ante la nueva tecnología, como por ejemplo, Herman van Bekkem, líder de Greenpeace Holanda.
"Vemos ejemplos prometedores de agricultores que hacen todo lo que pueden para reducir los plaguicidas”, admite en entrevista con DW. "Pero si se observan las cifras, como las estadísticas de contaminación del agua en los Países Bajos, no hay otra región más contaminada por pesticidas que la región de los invernaderos”, señala Bekkem. Durante muchos años, los administradores del agua en Westland se han quejado de las altas cantidades de pesticidas en las aguas superficiales.
"Eso no es cosa nuestra”, se defiende van Adrichem. "Trabajamos con un circuito cerrado de agua. Es decir, las plantas reciben la cantidad exacta de agua que necesitan y, como los tomates no están plantados en el suelo, el agua no se derrama”, explica.
Un futuro vertical
Leo Marcelis, profesor de horticultura en la Wageningen University & Research (WUR), el centro de investigación de la industria alimentaria holandesa, también ve el futuro en los métodos de cultivo en edificios, o invernaderos.
"En el futuro, tendremos granjas verticales que llegarán tan alto como los rascacielos y que funcionarán con luz artificial”, afirma Marcelis. Se construirán unidades apilables una encima de otra, tan alto como se quiera, empleando luz artificial, y donde la agricultura será completamente independiente del clima y ofrecerá rendimientos fiables.
La mitad de los estudiantes de la WUR son extranjeros y, cuando terminen sus estudios muchos se llevarán sus conocimientos y experiencias a Asia y África. Según Ernst van den Ende, habría muchas aplicaciones posibles para las técnicas desarrolladas en su universidad. Van den Ende dirige el Departamento de Ciencias Vegetales de la WUR. Como ejemplo, cita un proyecto que están llevando a cabo en África. El objetivo es optimizar la interacción de los granos con una bacteria capaz de fijar nitrógeno del aire, que es un nutriente esencial para las plantas.
"Si optimizamos esta simbiosis, podremos aumentar la cosecha sin tener que usar fertilizantes", aclara el investigador.
Para él, la investigación de la WUR trata de evitar que la gente pase hambre, como lo hizo la generación de sus abuelos en los Países Bajos. "Mi abuela tenía que viajar 80 kilómetros para conseguir un saco de coles de Bruselas”, explica. Ahora, van den Ende cree que la tecnología que están desarrollando los holandeses permitirá alimentar al mundo en los próximos años.
(ar/cp)