Mi semestre en México
8 de abril de 2016Querido diario, mientras que en Alemania empezaba la época de carnaval, yo estaba en un concierto de Maná y ¡fue padrísimo!
Bueno, desde luego la vida de un estudiante de intercambio no puede ser así de divertida cada día. Sin embargo, tampoco es una misión imposible. Pero primero les cuento un poco más de mí. Me llamo Larissa, tengo 24 años, estudio en Bonn e hice un intercambio en la ciudad de León, en Guanajuto.
Cuando llegué a México me sentía un poco perdida, bueno, siendo sincera, muy perdida: yo con mi pésimo sentido de orientación en una gran ciudad. Desde la universidad hasta la comida, todo era nuevo.
En mi primera semana en la universidad, nos dieron una breve introducción. Nos explicaron cómo escoger las materias y quiénes eran los coordinadores. Después de dos "pláticas" y mucho "desmadre", me tocó adaptarme muy pronto a mi nuevo entorno. Por dicha me hice amiga de otra alemana, y una amiga mexicana nos ayudó a conseguir departamento.
"El primer mes fue duro"
El primer mes fue duro. Tuve chinches en mi cama, me quedé sin agua por una semana, los coordinadores de la universidad no sabían qué hacer con los estudiantes de intercambio, y nadie me creía que era alemana. Además, éramos las dos únicas extranjeras de otro continente en el campus. Los demás eran mexicanos y también había unos colombianos que llegaron con su grupito de amigos. Los obstáculos no eran los mismos para todos.
La vida de un estudiante mexicano es diferente a la de un estudiante alemán. La gran mayoría de los estudiantes vive con sus papás, excepto los que estudian en una ciudad lejana. La carga de trabajo en mi carrera en León era mucho más alta que en Bonn. No sólo incluía leer mucho, sino también entregar resúmenes y ensayos, hacer presentaciones durante el semestre, más los trabajos finales. Era más al estilo colegio. Además éramos entre cuatro y diez personas en mis clases. Así que había mucho tiempo para discutir sobre los textos.
Trabajar aparte de estudiar, hacer trabajos de campo era lo más común y por eso muchos de mis compañeros no tenían mucho tiempo libre.
Con el tiempo me acostumbré y sin haberme dado cuenta había logrado saber cuál bus tomar para llegar al destino sin perderme por completo. Entendía por fin los chistes y los modismos, sabía donde conseguir la mejor comida y aunque te dicen que la salsa no pica, sabía que sí pica.
Los estereotipos de países son prejuicios. Por cierto, no todos los mexicanos bailan, no se la pasan tomando chocolate ni todos tienen bigote y sombrero, pero la gran mayoría sí come mucho chile y tacos, ay, y salsa.
Visto en retrospectiva, mi intercambio fue algo único: otra manera de vivir, nuevos amigos, enfrentarme a nuevas situaciones que no hubiera podido vivir en una ciudad alemana y tener tiempo para reflexionar sobre las diferencias y similitudes entre países. En otras palabras, para mí significó salir de mi zona de confort, disfrutar lo nuevo que nos ofrece la vida y mi propia aventura.