Caravana de migrantes: el sueño americano es una pesadilla
28 de noviembre de 2018El hedor se respira desde la entrada a la Unidad Deportiva Benito Juárez. Por la calle colindante a los baños portátiles, ni siquiera se puede pasar. Restos de comida y ropa rebosan por los toneles de basura. No se puede caminar por la cancha sin pisar una manta o una tienda, que se amontonan entre los plásticos y palos que algunos han improvisado para cubrirse. En uno de los pasillos centrales se levanta una constante polvareda que provoca la tos de los transeúntes, que acarrean problemas respiratorios desde los primeros días de trayecto.
"En los servicios hay mucho tufo, mucho polvo. Los varones duermen en la calle. Los niños se están enfermando mucho, hay mucha contaminación aquí ya. Es mucho el sacrificio que estamos pasando aquí”, se queja Jorgelina Ruiz, sentada en el borde de la acera, afuera del estadio, junto a sus hijos de tres y cinco años. Con ellos partió desde San Pedro Sula, en el norte de Honduras.
Hacinamiento y exasperación entre los migrantes
El albergue acondicionado para los migrantes estaba preparado para acoger a unas tres mil personas. Ya son más de seis mil. El hacinamiento se ha vuelto insufrible. Los víveres y la ayuda no alcanzan con la fluidez de hace unos días. "Para un bocado de comida uno tiene que hacer una fila de dos horas. Todo eso, toda esa multitud, desespera a uno”, señala Wilmer Mejía, mientras aguarda en una interminable fila recibir el plato de arroz y frijoles.
El hacinamiento ha acentuado la exasperación de los centroamericanos. Algunos jóvenes juegan a las cartas o se pasan un balón de fútbol en la calle, donde las aceras ya están copadas por tiendas y colchonetas. En las mallas y las incontables cuerdas que cuelgan por el recinto, ni siquiera caben más prendas para secar.
La tibia luz en Tijuana alarga casi todo el día las sombras de los migrantes y atenúa el incansable trasiego del albergue. Todo parece siempre en calma hasta que alguien toma un megáfono. Después del domingo, esa pasividad se ha tornado melancólica. Ya no hay correderas por llegar el primero para recibir cualquier donación. Ya no hay coordinadores agitando los corrillos con cualquier información. Ya no hay llamadas ni novedades sobre la mejor opción para ‘brincar' al norte.
"Como que sirvió (la dureza de los agentes norteamericanos) porque ya han estado muy tranquilos (los migrantes). Ya se dieron cuenta de que la realidad no era como se la contaron, que sólo era llegar a la frontera y era fácil cruzar a Estados Unidos”, señala a Deutsche Welle el responsable de Atención al Migrante de la Policía Municipal, Víctor Coronel, el oficial que pasa más horas en ese albergue.
El desasosiego tras la estampida y la contundente respuesta de Estados Unidos divide a la caravana entre los optimistas y los decepcionados. "Mis ánimos valen mucho. A veces digo ‘me echó para atrás', pero no, yo soy fuerte, con la visión de que todo va a salir bien. Todo este esfuerzo tiene que servir de algo, por mis hijos debo salir adelante”, asegura Nuria Orellana con el puño en alto. Unas pocas tiendas más allá, María Elena Reyes toma un vaso de leche con una amiga en el suelo. Ambas se arrepienten de haber emprendido esa travesía en vano: "Nos sentimos tristes, defraudadas, porque no cumplimos el sueño que traíamos... No sé”.
Desconcierto ante la reacción de EE. UU.
El desconcierto ha dejado a los centroamericanos sin horizonte. Entrar a la fuerza a Estados Unidos ya no es una opción, aunque algunos todavía apuesten por intentar de nuevo un salto masivo. Quedarse en Tijuana en esas condiciones resulta insoportable. Y algunos ni siquiera pueden regresar a sus países tras huir del crimen organizado. "Acá estás tirado en el suelo como un animal, pero al menos con la esperanza de estar vivo. Si regresas a tu país, allá te matan”, se resigna Javier Pineda, un joven salvadoreño recostado sobre su mochila bajo una gran carpa que colocó la Alcaldía tras el diluvio que cayó hace un par de días.
Desde el lunes, la calle aledaña al estadio se ha llenado de carpas de organismos internacionales, nacionales, y algunos representantes de asociaciones sin puesto, alrededor de los cuales se forma un enjambre para oír la enésima oferta para su futuro. La mayoría de organizaciones tardaron una semana en llegar y su presencia era intermitente. Pero tras los altercados, surgió una urgente necesidad: dar respuesta a los que cambiaron de opinión sobre su destino, tanto para retornar a su país como para quedarse en México. Funcionarios del Grupo Beta –el servicio operativo del Instituto Nacional de Migración mexicano– dijeron a DW que se había triplicado la afluencia de personas interesadas en su repatriación voluntaria. Se formaba una pequeña fila alrededor de los encargados del retorno, algo nunca visto en días anteriores.
"Los gringos no van a ceder, no van a abrir ni portones ni nada. ¿Qué vamos a hacer aquí? Nada. Mejor nos vamos a trabajar a nuestro país. A trabajar poco, pero al menos estamos mejor que acá”, afirmaba Jorge Alvarado, un hondureño de 43 años. "Debido a las trabas que nos están poniendo, ya es imposible. Sabemos que México es un país peligroso, pero yo salí de mi país y ya no tengo nada allí, ¿para qué voy a regresar?”, discutía Besy Martínez, con sus dos hijas de tres y cuatro años, una tomada de cada mano.
¿Desistir o continuar?
Todavía son pocos los que han desistido del sueño americano. La mayoría espera impaciente en el albergue una nueva indicación del siguiente paso a seguir. Pero ni los propios acompañantes que han guiado la Caravana por todo México han definido aún la hoja de ruta. Sólo la fe calma la creciente incertidumbre entre los centroamericanos. Casi todos se encomiendan al Todopoderoso para ayudarles en lo que vaya a venir. "Tengo la esperanza y confío en Dios de que yo voy a lograr ese asilo. Porque Dios está conmigo”, reiteraba Kenia Gutiérrez durante el desayuno con sus tres sobrinos y su tía dentro de una tienda para tres personas a lo sumo.
El proceso de asilo puede tardar al menos dos meses en iniciarse. Demasiado tiempo a aguantar a la intemperie y en el apilamiento del campamento. "Si no se actúa, si el gobierno federal no atiende de forma inmediata, esto puede salirse de control”, advertía hace cinco días a este medio el director municipal de Desarrollo Social, Manuel Figueroa, encargado ahora de gestionar el albergue.
Ante la previsible dilatación de su estadía en Tijuana, algunos ya habían logrado un par de fogones a gas portátiles. La desilusión se acentúa por la proximidad de las fechas navideñas. "Mi intención era llegar antes a Estados Unidos y encontrar trabajo luego, para poder enviarle dinero a la familia para que pasen bien la Navidad”, calculaba Germán Quintanilla, con el teléfono en la mano todo el rato aguardando la llamada de su esposa.
Estados Unidos ha truncado con un puñado de granadas lacrimógenas la épica de una caravana de más de 4.500 km y un mes y medio de recorrido. Tan sólo dos mil metros separan a la unidad deportiva Benito Juárez del paso fronterizo peatonal de El Chaparral. Desde fuera del albergue se ve Estados Unidos. Se ve su bandera hondear hasta que cae la helada noche. Los migrantes se apresuran para localizar sus mantas antes de oscurecerse, mientras algunos permanecen despiertos dando vueltas para advertir cualquier peligro. La pesadilla por alcanzar el sueño americano.
(CP)
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