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Merkel en Varsovia, a mantener el diálogo con Polonia

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Volker Wagener
21 de marzo de 2018

La visita de Angela Merkel a Varsovia no resuelve ninguno de los antiguos problemas. Sin embargo, fue correcto y apropiado otorgar el honor de la segunda visita inaugural a nuestro vecino del Este, opina Volker Wagener.

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Polen Bundeskanzlerin Angela Merkel & Mateusz Morawiecki, Ministerpräsident
Imagen: Reuters/Agencja Gazeta/Slawomir Kaminski

Con todos los síntomas de la crisis actual, la relación germano-polaca ha pasado por peores momentos. 2015 fue el año de los cambios sociopolíticos fundamentales en ambos países. En Polonia, el conservador nacionalista PiS (el Partido para la Ley y la Justicia) asumió las riendas del gobierno. Y en Alemania, Angela Merkel abrió las fronteras a más de un millón de refugiados. Los alemanes estaban indignados por el repentino tono nacionalista entre Gdansk y Cracovia, los polacos no miraban con buenos ojos la bienvenida de Merkel a los refugiados. Desde entonces teníamos poco que decirnos, a menos que fueran críticas.

Más que simbolismo político

Debido a que hemos tenido grandes diferencias tanto sobre las relaciones bilaterales como sobre la UE, una primera visita entre vecinos cercanos no es la peor ocasión para calmar los ánimos. Porque los rituales políticos son más que deberes de protocolo. Especialmente cuando se trata de política, incluidas las visitas inaugurales de los nuevos jefes de gobierno. La visita de Angela Merkel a Polonia fue de particular simbolismo político: una señal y el cumplimiento de la antigua promesa de integrar permanentemente a Polonia en Europa.

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Con su reciente visita a París, la difícil relación triangular entre Francia, Alemania y Polonia representa la simbiosis de la vieja y la nueva ampliada Europa. Y este eje está cambiando su foco central. Políticamente, las cosas han cambiado en los tres países en los últimos años. Con Emmanuel Macron, un decidido reformador de la UE se reemplazó al desfallecido François Hollande; en Alemania, el poder de Angela Merkel cayó tras las graves pérdidas de votantes y la prolongada formación de un gobierno. La recién reelegida canciller es fuerte a medias, mientras que en Polonia el Gobierno del PiS está posicionando una especie de UE del Este como una célula de resistencia contra la antigua UE. En resumen: los pesos políticos han cambiado, hace falta un reajuste de las relaciones entre sí. 

El miedo polaco a la identidad nacional

Las sutilezas que Merkel intercambió, con sus interlocutores polacos, el primer ministro Mateusz Morawiecki y el presidente Andrzej Duda, no pueden ocultar el hecho de que existe una crisis fundamental entre Berlín y Bruselas, por un lado, y Varsovia, por el otro. Por supuesto, hay ámbitos políticos concretos en los que existe un fuego cruzado: la política de refugiados, la disputa sobre el gasoducto Nord Stream 2 del Mar Báltico o los procedimientos de la UE en materia de Estado de Derecho contra Polonia por la reforma judicial, que según la interpretación de Bruselas, viola la legislación de la UE. Pero hay algo fundamental detrás de ello.

Fue ingenuo creer que la aproximación entre occidente y Este en Europa -bajo las condiciones occidentales, naturalmente – iban a caminar siempre por sí solas. No, en absoluto. Según el sociólogo búlgaro Ivan Krastev, fue un error histórico: para Polonia,  el año 1989 no fue el comienzo de la integración europea, sino sobre todo, la recuperación de la soberanía nacional.

¿Merkel como moderadora entre Macron y la rebelde UE del Este?

Esta condición -que también se aplica a Hungría, República Checa y otros países de Europa del Este y del Sudeste- no es debidamente reconocida en Berlín y Bruselas, se quejan unánimemente los nuevos miembros de la UE. Después de décadas de ideología y dictadura impuestas, fue casi de la noche a la mañana que el capitalismo democrático occidental se apropió de ella. Con un retraso considerable, el Este de Europa está recuperando ahora una parte de su identidad nacional.

En este sentido, la división europea sigue teniendo un impacto social. Emmanuel Macron deduce una UE de dos velocidades, que no solo es rechazada estrictamente en Varsovia. Para evitar un enfrentamiento en el seno de la familia de la UE en este momento sería prudente reactivar un instrumento de diálogo ya existente pero olvidado desde hace tiempo: el Triángulo de Weimar.  

Lanzado en 1991 para acercar Polonia a la UE y a la OTAN, el gobierno polaco del PiS volvió a congelar el Círculo de los Tres Países en 2016. Más que nunca, la reinvención de un grupo de comunicación entre los dos antiguos miembros de la UE, Francia y Alemania, y la joven pariente de la UE, Polonia, sería un foro apropiado para moderar los objetivos políticos diametralmente divergentes. Una tarea real para el último mandato de Angela Merkel.

Volker Wagener (ct/jov)

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