Opinión: Aún hay esperanza para Colombia
5 de octubre de 2016La mayoría de los colombianos no votó contra la paz, sino solamente contra el acuerdo de paz. Nadie en Colombia quiere que la guerra continúe. Esa es la buena noticia. La mala: la enorme mayoría de los electores no participó de la votación y con ello se sigue una tendencia mundial, una que en Europa se vivió recientemente cuando los más jóvenes no se interesaron por el voto del "brexit”. Por eso las horrorizadas críticas internacionales por el "no” al acuerdo de paz suenan arrogantes. Un análisis más detallado del plebiscito pone en evidencia nuevas similitudes con procesos políticos similares vividos en otros países, y también nuevas oportunidades.
Una mirada a los resultados por regiones muestra que en Bogotá ganaron los promotores del acuerdo de paz, pero en casi todas las otras grandes ciudades, como Medellín por ejemplo, triunfaron los opositores. Justamente allí donde la larga guerra civil menos se ha dejado sentir. En las regiones rurales y áreas periféricas poco pobladas, donde con mayor dureza han padecido el conflicto, el acuerdo de paz encontró su mayor respaldo. Una muestra de que las víctimas, en aras de su propia seguridad, estaban mucho más dispuestas a ceder que las clases burguesas para las que la justicia transicional que se pretendía imponer a la guerrilla parecía insoportable.
El acuerdo obtuvo un amplio respaldo en la región Atlántico, en la que el presidente Juan Manuel Santos tradicionalmente goza de un gran apoyo, y en donde la participación electoral cayó posiblemente como consecuencia del paso del huracán Matthew. Una ciudad que votó con una clara mayoría por el "no” es Cúcuta, ubicada en la frontera con Venezuela. La campaña opositora liderada por el expresidente Álvaro Uribe, cargada de advertencias sobre una toma del poder comunista como consecuencia del acuerdo de paz, tuvo acá, con la deprimente realidad del país vecino a la vista, especial repercusión.
Sin embargo, concluir que en este plebiscito venció el populismo es demasiado simplista. Por un lado, el "sí” tampoco evitó las declaraciones populistas y calificó a los opositores al acuerdo como beneficiarios de la guerra sin poner énfasis en los argumentos. Por otro lado, la baja participación ayudó al triunfo del "no”, a diferencia de lo que indicaban las encuestas, y no debemos olvidar que el huracán no afectó a todo el país.
La abstención representa la indiferencia y la resignación, pero también la pérdida de confianza en el sistema político. Los indignados van a las urnas cuando ven una alternativa convincente. Un fenómeno que en Europa es conocido, así como también en Estados Unidos.
En Colombia se refleja la intransigencia del espectro político en la enemistad entre los exaliados Santos y Uribe. Ambos dejan la impresión de querer cosechar para sí los laureles de la paz. Esta sospecha alimentó la desconfianza ya generalizada contra la clase política. A eso se suma el apoyo al acuerdo de paz casi unánime a través de la prensa nacional e internacional. Una discusión imparcial de las preocupaciones generadas por el pacto parecía para muchos ya imposible. El presidente Santos y la campaña del "sí” podrían haber hecho más para convencer a los opositores, pero contra los "uribistas” ha prevalecido la certeza del triunfo y la incapacidad de dialogar, que el astuto expresidente pudo usar a su favor.
"No hay mal que por bien no venga” reza el dicho. La inesperada derrota ha llevado al presidente Santos a ofrecer un diálogo a sus opositores. Y Uribe ha reaccionado gustoso. No se trata de movidas exentas de intereses propios, pero es un comienzo prometedor, especialmente si se agrega que la guerrilla anunció que seguirá adelante con el alto el fuego. La guerra no terminará si no termina la división de la sociedad colombiana. Las renegociaciones del acuerdo de paz serán duras y difíciles, y sobre todo largas. A pesar de la decepción generada por el resultado del plebiscito, la comunidad internacional debe seguir apoyando a Colombia en este duro camino, porque todavía hay esperanzas para la paz.
Uta Thofern