Opinión: Casi como la mafia
5 de marzo de 2016
Una pregunta empaña los resultados del “Informe Freshfield” sobre la adjudicación del Campeonato Mundial de Fútbol de 2006: ¿qué tan imparcial puede ser una investigación si su objeto es la institución que pagó más de un millón de euros para que se llevaran a cabo las pesquisas? Lo único que se puede inspeccionar es lo que está sobre la mesa. Una cosa quedó clara: la Federación Alemana de Fútbol (DFB) no jugó limpio en lo que respecta a la Copa del Mundo 2006. Sumas millonarias fluyeron de un lado a otro entre las autoridades del comité organizador del Mundial, el exjefe de Adidas Robert Louis-Dreyfus y Suiza, hasta acabar en una sociedad catarí detrás de la cual estaba Mohamed bin Hammam. Su nombre está asociado, como ningún otro, con la corrupción que floreció en la FIFA bajo el mandato de Joseph Blatter. Bin Hammam, considerado el gran comprador de votos, fue suspendido de por vida por la Comisión de Ética en 2012, cuando nadie sospechaba todavía que el escándalo de la FIFA terminaría por derrocar al mismísimo Blatter.
¿Adónde se fueron los millones?
Es como si el presidente interino de la DFB, Rainer Koch, hubiera querido evitar a toda costa que aquel “cuento de hadas de verano” –así llaman los alemanes al Mundial de 2006– se viera manchado por toda esta historia. En su primera declaración, Koch subrayó que, a pesar de todo, los investigadores del “Informe Freshfield” no habían encontrado prueba alguna de que hubiera habido compra de votos antes del Mundial de 2006. Pero Duve, el abogado de Freshfield, ya había dejado claro en una presentación previa que esa compra de votos no podía descartarse. Una incógnita, señor Koch, aún está por ser despejada: ¿para qué volaron diez millones de francos suizos hacia Catar? ¿Para contribuir al desarrollo del balompié en el Estado con los ingresos per cápita más altos del mundo?
Beckenbauer era parte de la estructura
La sombra que este escándalo arroja sobre quien se supone es la figura más luminosa del fútbol alemán, Franz Beckenbauer, es cada vez más oscura. Freshfield demostró que seis millones de francos suizos fluyeron de una cuenta bancaria –a nombre de Beckenbauer y de su asesor Robert Schwan– hacia una escribanía helvética y luego de vuelta; el último movimiento tuvo lugar cuando Dreyfus envió sus millones hacia Catar. Schwan y Dreyfus, dos hombres que podrían revelar hasta qué punto Beckenbauer está implicado en estas maquinaciones, están muertos. De ahí que, hasta ahora, lo único que tengamos a mano sea la afirmación del propio Beckenbauer; él jura que él simplemente firmó todos los papeles que le presentaron. Puede que Beckenbauer realmente sea así de ingenuo, pero, a estas alturas, ya él no puede seguir manteniendo una actitud tan cómoda. Beckenbauer era parte de la estructura que permitió aquel desplazamiento de cifras millonarias. La manera en que eso ocurrió trae a la memoria los métodos de la mafia. Por lo menos eso dejó en evidencia el “Informe Freshfield”. No obstante, este caso está lejos de estar resuelto. La sospecha de que hubo compra de votos sigue en pie.