Opinión: Infantino, al estilo Trump
11 de mayo de 2017A veces vale la pena dar un vistazo a la Wikipedia. Si se busca "República Bananera”, se lee allí que se trata de "un término peyorativo para un país que es considerado políticamente inestable". Más adelante se agrega: "Otro rasgo notable en este estereotipo es que en la ‘república bananera' la corrupción es práctica corriente en cada aspecto de la vida cotidiana, siendo comúnmente desobedecidas las leyes del país".
En el fondo, con pequeñas modificaciones, ese texto podría figurar también en la "F”, porque calza bastante bien con la situación imperante en la organización rectora del fútbol mundial, la FIFA.
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"Let's make the FIFA great again", o al menos algo parecido fue lo que dijo Gianni Infantino al asumir la presidencia del organismo en febrero de 2016. Se trataba de dejar atrás los contubernios de la época de Blatter y apostar por más transparencia. Un importante instrumento había de ser la Comisión de Ética, encabezada por Hans-Joachim Eckert y Cornel Borbely, dos juristas íntegros, que tomaron en serio su labor y realmente intentaron desenmarañar a madeja de corrupción de la FIFA. Numerosos funcionarios fueron suspendidos y también hubo investigaciones preliminares contra Infantino. Tan mal le cayó esto a Infantino y los suyos en el Consejo, que simplemente no se permitió –con un argumento muy débil– que Eckert y Borbely se presentaran a reelección.
La coincidencia temporal de la salida de los dos encargados de ética de la FIFA con la carta de despido enviada por el presidente estadounidense, Donald Trump, al hasta ahora director del FBI, James Comey, es pura casualidad. No así los paralelos, que resultan notables. Quien aspira a un alto cargo en la esfera política, económica u otra, no tiene problemas si desconecta su conciencia, baja a media asta sus antenas sociales y desarrolla una sana ignorancia acerca de su propio proceder, o acerca de cómo otros ven y evalúan ese proceder.
A cerrar la boca
Con una permanente sonrisa autosuficiente, Infantino justifica cada uno de sus pasos afirmando que todo lo hace por el fútbol y por motivos irreprochables. En el fondo, presenta una copia exacta de la política de su antecesor, Blatter, y el grueso de los funcionarios lo deja hacer, o incluso lo respalda. Saben bien que solo tienen lugar en la pródiga mesa de la FIFA aquellos que cierran la boca.
Teniendo una postura crítica hacia la FIFA –y quién no la tendría– uno podría alzar los brazos con desesperación y decir: "Siempre lo supimos, nada cambiará jamás”. Es cierto. Digamos, pues, a coro: "Siempre lo supimos, nada cambiará jamás”.
Queda, sin embargo, la esperanza de que Infantino no solo copie a su antecesor en su camino de ascenso, sino también en la caída. Blatter es hoy un anciano decepcionado y amargado, que, sin cargo ni prestigio, de vez en cuando aparece en los medios y se siente tratado de forma desagradecida e injusta por todo el mundo. Sería deseable que también Infantino alcanzara pronto esa condición.
El FBI trabaja diligentemente en el asunto, aun cuando James Comey ya no pueda ayudar.