Joachim Gauck ha sido el presidente federal por excelencia. Después de dos desafortunados predecesores, Horst Köhler y Christian Wulff, devolvió al cargo su autoridad. Una autoridad que se basa en la fuerza y el poder de la palabra. Gauck ha pedido la palabra para ofrecer una y otra vez discursos inspirados e inspiradores. Él ha intentado explicar a los alemanes qué papel deben desempeñar, cómo son vistos y qué se espera de ellos en el mundo.
El predicador
Y no hace falta acercarse mucho al antiguo pastor para darse cuenta de que, a menudo, sus discursos eran sermones, exhortaciones, palabras desde un púlpito imaginario. Y dado que Gauck es una persona increíblemente emocional, en ocasiones se ha dejado llevar por sus sentimientos. Eso no les ha gustado a todos, pero le ha dado un tinte humano a la institución presidencial.
Pero eso, precisamente, ha hecho de él el presidente federal por excelencia. Un hombre de palabra. Un hombre que mostró sus sentimientos. Un hombre que advirtió a los ciudadanos. Un hombre que también dijo cosas incómodas, manteniendo la serenidad. Como cuando no acudió a los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi, en Rusia, mostrando su rechazo a la política expansionista de Putin. O como cuando utilizó la palabra genocidio para referirse a la masacre contra los armenios llevada a cabo en la Primera Guerra Mundial, provocando un conflicto diplomático con Turquía. O como estos días, cuando recibió al exiliado turco Can Dündar o cuando intercedió por el periodista alemán detenido en Turquía, Deniz Yücel.
Gauck, el presidente federal saliente, era un hombre de palabra, un hombre de cuidadosamente meditados gestos, un combativo demócrata en la imparcial institución de la Presidencia. Siempre comprometido y, a veces, también furioso. Un hombre con coraje, que se enfrentó a las hordas racistas en Alemania del Este sin retroceder. En este sentido, fue el primer republicano en el Estado. Ejemplificó los valores de la república, la valentía de la democracia y la inviolabilidad de la dignidad humana. Sus inquebrantables ideas democráticas eran insobornables y son el resultado de una vida bajo la dictadura de Alemania del Este.
Un inconformista primer ciudadano
Gauck fue un presidente de su tiempo. Un hombre de palabras y gestos adecuados en los momentos adecuados. Y, sin embargo, era un anacronismo. Un presidente que no se había curtido en el día a día de la política, en los procesos sin fin de las democracias contemporáneas, en los que a veces se pierden los matices. Sí, él era un inconformista primer ciudadano de la república.
Que haya renunciado a un segundo mandato se debe a su edad. A la abrumadora mayoría de alemanes les gustaría seguir viéndolo en el Palacio de Bellevue. Gauck ha reconocido que quizá para eso ya no tenga fuerzas. También por eso hay que estarle agradecido: ha situado el cargo por encima de su persona.