Opinión: Lo que queda de Siria
1 de octubre de 2015Las versiones no pueden ser más contradictorias. Portavoces militares rusos explicaron que los ataques aéreos se circunscriben a los alrededores de la ciudad de Homs y están dirigidos contra la organización terrorista Estado Islámico (EI). Pero Estados Unidos, Francia y también el Ejército Libre Sirio ven algo distinto. En ciertos lugares que fueron atacados Estado Islámico ni siquiera está presente, sino más bien los rebeldes que se oponen al gobierno del presidente Bashar Al Assad. Sea cual fuere la verdad, algo es seguro: Putin logró su objetivo.
Se podría pensar que el presidente ruso, Vladimir Putin, se preparó durante años para esta situación, con sus reiterados vetos en el Consejo de Seguridad de la ONU, a través de declaraciones de apoyo y solidaridad al dictador sirio Al Assad, y con una sólida ayuda militar. En el Consejo de Seguridad de la ONU, Putin sabía que tenía a China de su lado, y trabajó estrechamente con Irán en la región. Tres países de una cultura política po lo menos dudosa, tres regímenes que no tienen ningún problema con el autoritarismo. Tres regímenes que ahora determinan no solo el futuro de Siria, sino el de amplias regiones del mundo árabe.
Occidente está fuera de juego
Ahora, Occidente probablemente quede fuera de juego en esta constelación. Y al mirar atrás parecería que no ha podido nunca imponerse ante Rusia a casi ya cinco años de guerra civil en Siria. Ginebra I, Ginebra II, los “Amigos de Siria”, incontables conferencias en diversos lugares del mundo. Nada de eso funcionó. Cerca de 250.000 sirios murieron en esta guerra, según la ONU, y tal vez sean incluso muchos más.
Occidente no ha podido salvarlos. No pudo contra la política rusa de obstrucción. Al menos no se animó a hacerlo. ¿Y cómo hubiera podido? En Ucrania, Putin demostró hasta dónde es capaz de llegar. Probablemente también habría mostrado semejante resolución en Siria, incluso si el presidente de EE. UU., Barack Obama, hubiera sancionado la transgresión de la “línea roja” por parte de Assad, tal como lo anunció.
Ningún gesto mostró tan a las claras la mansedumbre de Occidente, y sobre todo su impotencia. Simplemente, no está preparado para una política virulenta como la de Putin. ¿Y cómo hubiera podido reaccionar a ella? Nadie quiere, y por muy buenas razones, que vuelvan a tronar los cañonazos. Pero eso significa que Putin impuso su voluntad. Su mensaje es que Rusia, luego de no más de un cuarto de siglo, ha vuelto a ser una potencia mundial.
Assad quiere permanecer en el poder
Para Siria, todo esto representa la permanencia de Bashar Al Assad en el poder. Y la oposición secular siria deberá aceptarlo. A comienzos de esta semana, Burhan Ghalioun, el expresidente del opositor Consejo Nacional Sirio, se pronunció indirectamente a favor de que Assad abandonase el poder. Los motivos son imperativos, al menos en teoría. Pero, en la práctica, habrá que acostumbrarse, al menos por ahora, a la idea de que los sirios seguirán viviendo bajo un régimen dictatorial.
Para reducir al menos el sufrimiento de los ciudadanos sirios, a Occidente solo le queda una alternativa: intentar por todos los medios que Putin domestique a su protegido. Ya que Assad se queda en el poder, al menos debería no perjudicar más a los sirios. Debe dejar de hostigarlos día tras día con sus bombardeos y de obligarlos a éxodos masivos. Ese objetivo es, para los países occidentales, una tarea urgente. Más no es capaz de hacer, y solo le resta evitar más dolor al pueblo sirio.