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Opinión: Putin parece ceder

19 de octubre de 2016

En cuanto Occidente se puso un poco duro, el presidente ruso se mostró dispuesto a negociar. Su viaje a Berlín, sin embargo, no es más que una maniobra táctica, opina Andrey Gurkov.

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La última reunión entre los cuatro dirigentes tuvo lugar hace más de un año.Imagen: Reuters/M. Palinchak

Vladimir Putin de visita en Berlín. Hace algunos años esta noticia habría sido una prueba más de las buenas relaciones existentes entre Alemania y Rusia. Hoy en día, sin embargo, es casi algo sensacional. Y es que este es el primer viaje de un presidente ruso a la capital alemana desde la anexión de Crimea en marzo de 2014, el estallido de la guerra en el este de Ucrania y el consiguiente enfriamiento de las relaciones de Rusia con Occidente.

Putin ha sido invitado por Angela Merkel, una figura que en Moscú está considerada como la gran promotora y defensora de la política de sanciones europea contra Rusia, por lo que es blanco de nutrido fuego propagandístico. Y él aceptó la invitación solo un día antes de la cita de este miércoles 19 de octubre, lo que demuestra lo mucho que se lo pensado.

El fin de la cumbre Minsk II

La reunión de Berlín, sin embargo, no es una cumbre bilateral. Se lleva a cabo en el formato de Normandía. La primera reunión a cuatro bandas tuvo lugar en junio de 2014, cuando en el marco de las celebraciones del Desembarco de Normandía, el anfitrión, François Hollande, sentó a la mesa informal de negociaciones a la canciller alemana, al jefe del Estado ruso, Vladimir Putin, y al presidente de Ucrania, Petro Poroshenko.


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Andrey Gurkov trabaja en la redacción rusa de DW.

El clímax político de este cuarteto llegó en febrero de 2015 en la capital de Bielorrusia, donde se negoció el acuerdo Minsk II. Aunque este no pudo poner fin al conflicto separatista en el este de Ucrania, por lo menos hizo callar las armas pesadas en la región y redujo el número de bajas. Pero, desde entonces, las negociaciones para poner en marcha un proceso de paz han llegado a su límite.

El documento suscrito en Minsk incluye ciertas condiciones que Kiev y Moscú ni quieren, ni pueden cumplir. En Ucrania no se puede imponer políticamente el estatus especial de las regiones controladas por los rebeldes, con elecciones locales y amnistía, porque a ojos de la mayoría de la población eso equivale a legitimar la rebelión. El Kremlin, a su vez, es incapaz de ceder el control sobre una parte de la frontera con Ucrania vigilada por los rebeldes, ya que eso supondría traicionar y cortar las vías de suministro a los separatistas prorrusos.

La actitud rusa depende de lo que pase en Siria

Por tanto, no es de extrañar que el acuerdo Minsk II se encuentre prácticamente en punto muerto. La última cumbre bajo el formato Normandía tuvo lugar hace un año en París. Desde entonces, los cuatro líderes solo han hablado por medio de teleconferencia o a través de sus ministros de Exteriores. Algo que no se ha traducido en resultados. De hecho, la celebración de una nueva cumbre sobre el este de Ucrania ha sido una gran sorpresa. Sobre todo teniendo en cuenta la asistencia de Putin. Y es que unas declaraciones realizadas por Putin en agosto, en las que acusaba a Kiev de planear ataques terroristas en Crimea, dieron la impresión de que había desechado el formato Normandía.

El repentino viaje del presidente ruso a Berlín parece ser, si no un cambio de rumbo en la política rusa, por lo menos una corrección significativa. Para este cambio de opinión de Putin puede haber dos explicaciones y, teniendo en cuenta que no se contradicen entre sí, ambas podrían ser válidas: por una parte, Rusia se ha metido ha metido claramente en un atolladero en Siria, por lo que podría estar intentando desviar la atención internacional hacia otro tema. En su momento, las operaciones rusas en Siria le ayudaron a quitar el foco del este de Ucrania, donde la situación estaba ya empantanada. Ahora podría ocurrir justo lo contrario.

El Kremlin siente de nuevo la fuerza de Occidente

Por otro lado, Putin ha experimentado en los últimos días la dureza con la que puede actuar Occidente. Y es que incluso los estadounidenses decidieron poner fin a las conversaciones en Siria; Gran Bretaña y el conjunto de la UE hablan abiertamente de crímenes de guerra rusos en Alepo; los alemanes hablan de un endurecimiento de  las sanciones y de paralizar el proyecto del gasoducto Nord Stream 2; el presidente francés, por su parte, declaró que sólo recibiría en París a su homólogo ruso si venía a hablar sobre Siria, lo que ha obligado recientemente al Kremlin a cancelar una visita planeada desde hace mucho tiempo. Y es que Putin pretendía aprovechar ese viaje para inaugurar una iglesia rusa y una exposición de arte, con el fin de utilizar la presencia de François Hollande para hacer actividades propagandísticas en los medios de comunicación.

Esta clara afrenta del presidente francés, que hasta ahora para Moscú siempre había sido un débil y tambaleante representante de Occidente, es probable que haya causado una fuerte impresión en Putin. De ahí que haya decidido conversar a corto plazo. No se debe ni sobreestimar esta maniobra táctica ni esperar demasiado de la reunión. Pero Putin, que en sus recientes negociaciones con Turquía y los países BRIC logró acuerdos económicos pero no éxitos políticos relevantes, parece ceder en sus relaciones con Occidente. Porque, de pronto, el Kremlin vuelve a sentir su fuerza potencial.