Opinión: TTIP, no a cualquier precio
2 de mayo de 2016En el fondo no es mala idea: Estados Unidos (320 millones de habitantes) se pone de acuerdo con la Unión Europea (510 millones de habitantes) en torno a estándares comunes para el comercio. La canciller alemana lo subraya siempre, y con razón: en un mundo multipolar, en el que Asia –sobre todo China- y Sudamérica ganan cada vez más importancia, no vendría mal que el llamado “Viejo Mundo” se pusiera de acuerdo. Desde un comienzo, la idea explícitamente formulada era que la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés) tuviera influencia incluso más allá de la UE y Estados Unidos, en el sentido de propagar en lo posible valores como el liberalismo y la democracia hacia todo el mundo, que apenas consigue acordar reglas en el marco de la Organización Mundial de Comercio (OMC).
¿Reglas mejores para todos?
¿Pero, es eso lo que conlleva el TTIP? ¿Aporta reglas más claras y mejores para todos? No da esa impresión. Europa tiene altos estándares, por ejemplo en cuanto a productos químicos. Los alimentos están libres de transgénicos, y también el forraje. Estados Unidos, sin embargo, quiere exportar con mayor facilidad sus productos, que sobre todo en el área agropecuaria presentan manipulación genética. El mercado interno les ha quedado chico a los agricultores estadounidenses. A cambio, Estados Unidos ofrece seguir abriendo su mercado automotor a las marcas de automóviles europeas y principalmente alemanas.
Ya se había escuchado decir que ese sería más o menos el trato, mucho antes de las revelaciones de Greenpeace. Pero rara vez lo habían dicho los negociadores y no había documentos. ¿Por qué? ¿A qué viene el secretismo? Un tratado de semejante amplitud debe ser transparente desde su génesis, o alimentará sospechas de que se trata ante todo de establecer reglas favorables para los grandes consorcios multinacionales. Ese daño ya está hecho. Y la sospecha aumenta con los documentos de Greenpeace que indican que Estados Unidos insiste, implacablemente, en que haya tribunales privados ante los cuales las empresas puedan demandar a Estados renuentes. Eso es algo difícil de conciliar con la concepción europea del derecho.
¿Atenerse a principios europeos?
De poco sirve entonces que el gobierno alemán, comenzando por el ministro de Agricultura, Christian Schmidt, asegure que se preservarán los principios europeos y se impedirá la entrada de alimentos genéticamente manipulados o tratados con hormonas. Porque es muy evidente que a la contraparte estadounidense eso es justamente lo que le interesa.
Una porción nada despreciable del desencanto político en Alemania, y también en otros lugares de Europa, tiene que ver con la sensación de que la esfera política ya no está en condiciones de plantear reglas que hagan frente a los crecientes deseos de los grandes consorcios, y satisface dichos deseos en forma irrestricta, soslayando a los Parlamentos y a la opinión pública. Es cierto que el TTIP dista de haber sido sellado y que las negociaciones se encuentran apenas a medio camino. Pero tiene que haber transparencia de una vez por todas. Y Europa no debe renunciar a sus estándares. Si eso hace fracasar finalmente el TTIP, pues que así sea.
Para aprender alemán: aquí encuentra la versión original de este artículo.