¿Quiénes protestan en Europa del Este?
13 de enero de 2019Quizás es lo mismo en todos los países. Pero creo que es especialmente cierto para nosotros, en Europa Central y del Este: como sociedad, somos un poco esquizofrénicos. Siempre hay dos de nosotros. Uno mira con nostalgia hacia el oeste, el otro frunce el ceño con rabia ante su arrogancia de sabelotodo y –como esta parte de nosotros nos indica– ante su estupidez absoluta e indecible. Este es quizás el lado que nos domina.
Encontramos esta versión de nosotros principalmente en el campo y en los corazones de aquellos que no son muy jóvenes, pero tampoco muy viejos, ni muy ricos ni muy pobres, que ya tienen familias y un trabajo. Especialmente entre las mujeres casadas y con hijos. Estas son las personas que le dan al primer ministro Viktor Orbán su mayoría de dos tercios en Hungría.
Los otros viven principalmente en las grandes ciudades. Son los jóvenes, los estudiantes, los que no tienen ataduras, aquellas mujeres más preocupadas por su derecho al aborto que por sus obligaciones como madres, las que hablan idiomas extranjeros y disfrutan viajar.
Si miran hacia el futuro, quieren ver un futuro lleno de promesas. Se les ve a menudo en las calles en este momento: protestan con gusto, y mucho. En Polonia, en Hungría, en Serbia, en Rumania, en Eslovaquia. Para ellos no basta con que todo siga igual. Les da igual la estabilidad, el valor supremo para nuestro yo conservador.
El yo "urbano" y el yo "tradicional"
Estos dos polos de nuestras sociedades siempre han existido. Ya en los años 20 y 30, en Hungría se los identificaba con las elites "urbanas" y las clases "populares, tradicionalistas". Ambos crearon cultura, literatura, música y arte duraderos. Pero en Occidente, siempre han visto y querido ver solo nuestro lado urbano. Solo las obras urbanas fueron traducidas a lenguas occidentales. Solo los intelectuales urbanos fueron buscados como interlocutores de los medios de comunicación occidentales tras la caída del Muro de Berlín. Y eso sigue siendo así hoy.
Entre nosotros, sin embargo, los escritores tradicionales, esos que describieron amorosa y meticulosamente en sus obras a la sociedad rural, se hicieron cada vez más populares. Escuchamos más la voz más profunda en nosotros, la de la música folklórica y el amor trágico. El eterno lamento de la nación vive en nosotros.
Ahora mismo, Occidente se interesa ligeramente por aquellos de nosotros que nos manifestamos contra nuestros respectivos gobernantes. Tal vez, se piensa, los del Este no están completamente perdidos. El resto –la mayoría– no interesa.
La concentración de poder
El hecho es que está surgiendo una nueva generación para la cual el "anticomunismo" ya no es un punto de referencia. Su punto de referencia es el poder actual, "malvado". Y de algún modo tienen razón. El espíritu del futuro luminoso, que prevaleció tras la caída del comunismo, ha desaparecido hace mucho tiempo.
Ya sea como socialdemócratas en Eslovaquia y Rumania, o como conservadores en Polonia, Serbia y Hungría; ya sean críticos o, como en Serbia, idolatras de la UE: nuestros gobiernos intentan ocupar todas las posiciones de poder de la sociedad y pliegan a la economía.
La corrupción es parte del asunto. Es una búsqueda del poder óptimo, lejos del espíritu de libertad que inundó a las personas en el cambio de siglo, la generación de los padres de los manifestantes actuales. Sus hijos dicen hoy: debemos terminar lo que nuestros padres comenzaron.
Conservadurismo estructural
Los viejos se están muriendo, una nueva juventud está creciendo y, por lo tanto, el potencial de cambio es palpable; pero, desafortunadamente, muchos de estos jóvenes quieren migrar a los países occidentales de la UE que mejor se adapten a sus ideales, a donde mejor ganen. Esto conduce al conservadurismo estructural en Europa del Este. Nuestro yo conservador no se escapa, se queda en casa y sacude la cabeza sobre el alboroto del otro.
Las encuestas muestran que los gobiernos de Polonia, Serbia y Hungría no tienen nada que temer en este momento. Es un poco diferente en Rumania y Eslovaquia, donde las próximas elecciones pueden traer cambios. Tal vez porque no hay conservadores que hablan de la familia, Dios y la patria, sino corruptos socialdemócratas sin mensaje propio, que no saben lidiar con "voz del pueblo" en el campo.
Estabilidad en el centro
El futuro es inevitable, y la juventud de nuestras ciudades, la élite del mañana, quiere un país diferente al que vive hoy. A esta nueva generación le gusta la UE, pero la UE no parece entenderlo: planea prestar menos dinero a Europa Central del Este en el futuro, y esto aumentará la tendencia a la emigración de los jóvenes más capaces.
La clave del cambio radica en una promesa de prosperidad para la generación joven en casa, no en la promesa de un futuro mejor en Alemania o Inglaterra. Bruselas debería tenerlo en cuenta.
En cuanto a nosotros, no tenemos que pelearnos unos con otros. Nuestro yo urbano y nuestro yo rural son dos almas. Pero ambas viven, sin remedio, en nuestros pechos. Somos uno, los ambiciosos y los reacios. Y en el centro está el equilibrio que todos queremos.
Boris Kálnoky, nacido en 1961, informa como corresponsal húngaro en Budapest para el diario "Die Welt" y otros medios en lengua alemana. Es el autor del libro "Ahnenland" (o Tierra Ancestral, Droemer 2011), en el que rastrea a sus antepasados, entre otros, el ministro de Relaciones Exteriores del imperio austro húngaro, Gustav Kálnoky.
(rml/few)
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