¿Qué pasa con la OTAN?
29 de marzo de 2005La ampliación hacia el Este fue un gran paso para la OTAN. Sobre todo porque con Estonia, Letonia y Lituania se incorporaron a ella, por primera vez, estados que otrora pertenecieron a la Unión Soviética, aquella superpotencia desaparecida que motivó en su día la creación de la Alianza Atlántica. El temor a Moscú fue el principal motivo que indujo a los países bálticos a buscar la protección de este conglomerado. Sin embargo, visto objetivamente, Rusia ya no supone una amenaza para sus vecinos occidentales. Desde hace años se sienta a la mesa con los representantes de la OTAN e incluso goza de amplio derecho a voz.
Balance con luces y sobras
Sea como fuere, esta ampliación fue un importante símbolo del término de la guerra fría. Pero sólo uno de varios. Entretanto se han abierto otros capítulos en la historia mundial: el sudeste de Europa parece haber superado la era de los enfrentamientos bélicos, si bien sigue sufriendo sus efectos. Desde Bosnia-Herzegovina hasta Macedonia se extiende un cordón de estados más o menos inestables, que mantienen aún sobre ascuas a los arquitectos de la seguridad europea. Y, aunque la intervención de la OTAN en la guerra de Kosovo haya estado en el límite del derecho internacional, a fin de cuentas la alianza desempeñó un papel positivo para la estabilización de la región.
Este balance, sin embargo, no puede hacerse en lo tocante al capítulo principal de estos momentos: la lucha contra el terrorismo internacional. Cierto es que Estados Unidos, con la ayuda de sus aliados, puso fin al régimen del terror de los talibanes en Afganistán, debilitando con ello al menos en forma sensible una base de Al Qaeda. No obstante, el país sigue muy lejos de la estabilidad y de contar con una democracia estable, pese a la presencia de la OTAN. Además, Osama Bin Laden continúa libre y su red terrorista sigue operando, como lo demostraron los tremendos atentados de Madrid el año pasado.
El revés iraquí
Pero el peor revés lo sufrió la OTAN con la guerra de Irak: la polémica en torno a si las pruebas contra Saddam Hussein eran suficientes para justificar una intervención militar dividió a la alianza. Si bien entretanto se ha logrado parchar la grieta entre los partidarios y los opositores a esa guerra, Estados Unidos ya no ve a la OTAN como un bloque sólido, sino sólo como una lista de potenciales aliados. Esto también se relaciona con el hecho de que muchos países europeos, y sobre todo los nuevos integrantes del club, conciben a la alianza como una garantía de defensa, pero no aportan mucho a sus objetivos. Desde el punto de vista militar, Estados Unidos sigue siendo más fuerte que todo el resto de los socios juntos. Todas las exhortaciones de Washington para que los europeos incrementen sus gastos de defensa han resultado hasta ahora infructuosos.
Pese a la ampliación de hace un año, la OTAN corre el peligro de convertirse en un foro transatlántico de conversación. Y tampoco el concepto de las fuerzas de intervención rápida que se pretende aplicar ahora cambia la situación en lo sustancial. Porque la cooperación internacional adolece de problemas de otro tipo. Todavía hay desconfianza y celos en el intercambio de informaciones. Una estrecha colaboración en el terreno de los servicios de inteligencia es, sin embargo, imprescindible para la prevención contra el terrorismo. Y eso podría dotar a la OTAN de una nueva orientación para el futuro.