Racismo y pueblos indígenas: mil caras de la discriminación
18 de marzo de 2022Yola Mamani Mamani vive el racismo en primera persona. Lo conoce muy bien. Lo sufre y lo padece desde niña.
Claramente, desde que emigró a sus 9 años, de la comunidad Santa María Grande de la provincia de Omasuyos que la vio nacer, a la ciudad de La Paz, la capital de Bolivia.
"Fue muy duro para mí", cuenta la joven integrante del pueblo aimara sobre su mudanza a la ciudad. "Yo era una niña que disfrutaba de la libertad, del aire puro, que podía corretear y jugar con otras niñas de mi comunidad", relata en entrevista con DW. "Y estaba libre de adjetivos, de discriminación y de racismo: era una niña más", destaca.
Al llegar a la ciudad todo cambió. Ya no era llamada por su nombre, sino que pasó a ser "chola", un término que suele usarse de manera peyorativa para referirse a las mujeres indígenas del país. Y le hablaban de "fronteras": "Me decían hasta dónde las cholas podían caminar en la ciudad, a qué espacios podía entrar y a qué espacios no", detalla.
"La gente me insultaba, me decía un montón de cosas feas", cuenta. "¿Esta chola por qué no está pastoreando a sus llamas? ¿Qué hace aquí?", recuerda que le espetaban.
"Cinco siglos igual", diría el cantor
De aquellos años, han pasado casi tres décadas, pero no es mucho lo que ha cambiado. "Las formas de racismo siguen bien presentes", sostiene Yola Mamani, actual estudiante de la carrera de Sociología.
"Hay un desprecio hacia las cholas", dice la también conductora del programa "Warmin Yatiyawinakapa" ("El noticiero de las mujeres”) por Radio Deseo.
"Vivimos en una sociedad racista y clasista, que no quiere que la propia chola comience a pensarse a sí misma, ni que opine sobre las cuestiones políticas y económicas", indica.
"Ellos quieren seguir pensando por nosotras, y haciendo proyecciones sobre nuestras vidas, falsas muchas veces, donde nos muestran como "salvajes", a las que hay que "civilizar", critica.
"Tampoco quiere que el otro o la otra indígena cuestione nada, sino solo que se mantenga calladito, y que su relación siga siendo de servicio o de servidumbre, pero no de iguales" concluye.
Pero no es todo. "Los pueblos originarios son víctimas de un proceso de invisibilización", afirma, por su parte, el historiador argentino Mariano Nagy, integrante de la "Red de investigadores en genocidio y política indígena".
Y explica: "Si fueron a la ciudad, o si adoptaron determinada actividad del ámbito urbano, ya no son indios", describe el funcionamiento de esta falsa percepción.
"En realidad, solo porque no son aquel indígena del taparrabos que algunos sectores de poder se imaginan", dice.
"En el siglo XIX, se justificó su explotación, porque había que 'civilizarlos'. Y hoy, si se encuentran con indígenas 'civilizados', que viven en la ciudad, usan jeans, teléfono celular, camisa y tienen distintas prácticas culturales, los tratan de falsos indígenas", resume la paradoja.
Sin embargo, nada de esto es casual: "En muchos casos, los pueblos fueron desplazados de sus territorios, y quedaron arrinconados en lugares marginales. Pero, en la actualidad, esos territorios se volvieron apetecibles para ciertas industrias, como el turismo, la minería o el petróleo. Entonces, muchas veces, aquellos epítetos racistas del siglo XIX, vuelven a emerger para justificar nuevas expoliaciones o desalojos”, contextualiza.
"El racismo está ligado a la exclusión", afirma en este sentido Nagy. Y critica: "incluso muchas veces se los hace responsables de su empobrecimiento".
Así las cosas, "el racismo está bien presente en nuestra sociedad latinoamericana, porque la gente sigue teniendo su mentalidad colonial", analiza Yola Mamani Mamani.
A pesar de todo, se estima que en América Latina existen 45 millones de personas pertenecientes a los pueblos originarios del continente. Y, como ellos mismos dicen, "su sola existencia es resistencia".
(rml)